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Combat rock
Columna
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Perder el único juego que le importa

El problema de ser un Gobierno que solo existe para los alardes y las polémicas es que, si el presidente se sale de sus cabales, se mete zancadilla en el terreno del discurso y los símbolos

Antonio Ortuño
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, muestra los supuestos ingresos del periodista Carlos Loret de Mola
El presidente Andrés Manuel López Obrador exhibe los salarios de varios periodistas, este viernes.Presidencia de México (EFE)

El presidente Andrés Manuel López Obrador sufrió una de las semanas más complicadas de su mandato, lo que ya es decir. Los señalamientos periodísticos sobre el lujoso estilo de vida de su hijo José Ramón López Beltrán, y el hecho de que el casero de la mansión que habita en Houston haya sido alto ejecutivo de Baker Hughes, empresa beneficiada por contratos de Pemex, agrietaron, sin duda, el discurso del mandatario en torno a la austeridad y la moral. Vaya: tanta saliva contra el “aspiracionismo”, tantas parrafadas sobre la dignidad que da sostenerse nomás con lo indispensable para que resulte que su hijo se da una vida de privilegio en la esfera de los contratistas oficiales…

Por si fuera poco, esas revelaciones saltaron a la luz en mitad de otro escándalo, el del reparto de medicamentos contraindicados para tratar la covid-19 por parte del gobierno de la Ciudad de México, que fue defendido con un estudio “cuasi experimental” que acabó enlodando hasta las cejas a los funcionarios que lo llevaron a cabo (y siendo retirado de la web de textos científicos que le había dado cabida, entre una lluvia de críticas de especialistas).

Como si esos líos no bastaran, López Obrador decidió, a media semana, que era momento de intentar el truco de prestidigitación que reserva para cambiar de agenda los días en que predominan los temas espinosos para él, y que consiste en presentarle reclamos a España en un rango temporal que va del siglo XVI al sexenio pasado (y qué curioso resulta ver a dos gobiernos nominalmente de izquierda, como el de Pedro Sánchez y el de López Obrador, metidos en forcejeos cada dos por tres). “Vamos a poner la relación con España en pausa”, dijo el presidente, luego de quejarse de varias megaempresas ibéricas, una estrategia tan clara y comprensible que fue explicada así por la senadora (y exsecretaria de Gobernación) Olga Sánchez Cordero: “Pausar no es frenar, es dejar en pausa y dejar en pausa es una pausa…”.

Lamentablemente para los planes y la serenidad del presidente, nadie entendió muy bien qué significaba la pausa dichosa, ni cuál era su relevancia en mitad de las diversas crisis del país (violencia fuera de control, economía golpeada, pandemia sin superar, etcétera), y López Obrador, así, se vio de vuelta a la casilla de salida en el tablero de su furia: la controversia sobre la vida de su hijo y los contratos para la empresa que empleaba a su casero.

Sobrevino, entonces, uno de los mayores errores de cálculo en lo que va del Gobierno (lo que, de nuevo, ya es decir). López Obrador salió, en su infaltable comparecencia ante sí mismo de las mañanas, a divulgar datos financieros de Carlos Loret de Mola, el más conocido de los periodistas que publicaron las informaciones sobre su hijo, y para anunciar que pediría a las autoridades fiscales que lo investigaran. Además de violentar leyes y reglamentos (y pasarle por encima a las garantías individuales) al ponerse en ese plan, el mandatario se vio acorralado, desesperado, sin otro recurso que el autoritarismo. Tan mal lo hizo que una buena porción de sus aplaudidores habituales tuvo que reconocer que se había equivocado. Lo cual, considerando que se trata de personajes que le han justificado lo que sea, no es un dato menor.

Aparte de impulsor de unos cuantos elefantes blancos, el Gobierno de López Obrador no ha sido sino una campaña para concentrar poder y un intento de ganar la arena del discurso público. La seguridad, la economía, la educación, la salud, colapsan, mientras las energías del oficialismo se concentran en campañas de autopromoción (como el proceso de revocación de mandato) y campañas de linchamiento. Y el problema de ser un Gobierno que solo existe para los alardes y las polémicas es que, si el presidente se sale de sus cabales, pues hace un papelón y se mete zancadilla en el único terreno en que, obstinadamente, ha tratado de mantenerse fuerte: el del discurso y los símbolos. Y si también en esa cancha sale derrotado, ¿qué le queda?

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