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Isabel Zapata, escritora: “La memoria no es verdad. La memoria es invención, puro deseo”

La autora, editora y traductora mexicana acaba de publicar ‘Troika’, su sexto libro, una novela sobre el duelo, los fantasmas y los recuerdos

La escritora mexicana Isabel Zapata, en Ciudad de México, en marzo de 2024.
La escritora mexicana Isabel Zapata, en Ciudad de México, en marzo de 2024.Aggi Garduño
Beatriz Guillén

Troika fueron tres perras. Todas convivieron con la escritora Isabel Zapata, pero una jamás salió de su cabeza. Troika es una novela, la primera de la autora. Es un cuento para su hija y una conversación sin terminar con su madre. Es, quizás, una fábula. Un libro de fantasmas. Son 192 páginas para diseccionar el duelo, la culpa, los recuerdos. Es la infancia antes del fast forward. Es un eclipse y una historia de maternidades dislocadas. Es una paleta de coco de La Michoacana, un uniforme de karate manchado de hierba, es la desigualdad. Es la incursión de la poeta Zapata, de la ensayista, la traductora y editora, en una ficción, en el amor entre una niña y su perra infinita. Troika es una obsesión. Es la que acompaña al Mictlán.

En esta mañana de marzo a Isabel Zapata (Ciudad de México, 40 años) se le ha roto el boiler y se ha tenido que duchar en casa de la vecina. Llega corriendo con el pelo mojado a la librería El Desastre, donde —en compañía de su perra Roncha— ha escrito sus dos últimos libros: In Vitro y Troika, ambos de la editorial Almadía. Aparte, Zapata tiene publicados otros cuatro: Las noches son así, Alberca vacía, Una ballena es un país y Tres animales que caben el agua. Todos son ensayo y poesía. “Un poema es algo que puedes sostener así”, dice y extiende la palma, “la novela se desborda, de todas las proporciones”.

La primera ficción de Isabel Zapata cuenta la historia triangulada de afectos entre una perra que fue callejera, Troika, su dueña que es una niña, Andrea, y la cuidadora de ambas, Francisca. Con algún salto a Veracruz, la novela sucede en el barrio de Coyoacán. Y empieza así: “Transcurría el año de 1995 en el Distrito Federal, pero ahora sé que da igual: esta historia pudo haber sucedido en cualquier año y en cualquier país, pues en todos lados hay perros, madres y fantasmas”.

La construcción del libro le tomó casi cinco años. “La novela es una cosa muy intrusiva”, sentencia. Las tres protagonistas hacían cosas por su cuenta mientras Zapata dormía y la escritora empezó a vivir en ellas: “Se metía en mi cabeza este mundo imaginario imaginado por mí que, sin embargo, ya se mandaba solo”. En esos años de escritura cambió mucho el libro —de estructura, de voces, de tono, de título— y cambió Isabel, que tuvo una hija y la vio crecer, que reflexionó sobre maternidades, dio talleres, se separó, tradujo, siguió viviendo en la ciudad.

La infancia, el duelo, la memoria

Troika empezó siendo una carta para su hija Aurelia, a quien quería transmitirle, por ejemplo, el porqué era mejor crecer rodeada de perros o el tratar de entender, con generosidad, a quien parece que toma decisiones incomprensibles. “Había un montón de cosas que quería contarle a ella: sobre mi infancia, sobre el duelo, sobre lo que es crecer”.

La escritora dice que tuvo una infancia privilegiada en términos económicos, también cálida y amorosa, pero caótica, donde sus padres se separaron y las personas salían y entraban de su vida, y la compañía más constante fueron sus perras y los libros. Zapata sigue de alguna manera allí: “Yo estoy muy alineada con la niña que fui, porque mi familia muy pronto se desmoronó; yo no tengo una casa de los abuelos o una donde siempre hayan estado ahí mis discos, yo tengo una infancia muy alejada y es irónico porque al mismo tiempo justo por estar muy lejos, la tengo muy presente”.

La autora perdió a su madre a los 18 años, después a su padre. “Yo nunca conocí a mi madre siendo yo adulta y hay un montón de cosas que no resolví o que no tuve la madurez para preguntar. A veces pienso que todo lo que he hecho a partir de entonces es a raíz de esa conversación no terminada, es una manera de continuar conversando”. El duelo es un tema que la obsesiona desde hace años y que cree que se ha tratado de manera equivocada, al pensarlo como algo que tiene etapas o una meta final. “El duelo no avanza en línea recta”: escribe en un poema de Una ballena es un país, repite de nuevo en la solapa de Troika, donde encontró otro ángulo para afrontarlo.

El escritor Ocean Vuong afirma en su libro En la tierra somos fugazmente grandiosos: “La memoria es una segunda oportunidad”. A esa sentencia se agarran Andrea, la protagonista, y también Isabel: “La memoria no es verdad. La memoria es invención, puro deseo. Por darte un ejemplo, en Troika hay un padrastro, yo no tuve un padrastro, pero a mí me habría encantado tener uno como él. Y cuando me preguntan: ¿es verdad? Es verdad en cuanto a que mis deseos están ahí y mis deseos también son verdad, son más verdad que muchas otras cosas que puedes escribir con datos exactos o precisos. Yo no creo en esa división de que la ficción es mentira y la verdad es memoria, creo que ponemos mucho de verdad cuando escribimos narrativa e inventamos mucho cuando escribimos memoria”.

Se acerca el final del libro. “¿Serán más verdaderos los recuerdos felices o los infelices?”, pregunta Andrea, ya de adulta. “Escribo para que mi perra siga viva. Escribo y estiro la mano hacia la memoria, esta estatua que tocamos en el mismo punto una y otra vez, para tener buena suerte o para garantizar que volveremos a cierta ciudad. Al tocarla la hago brillar, inútilmente”. Termina la novela, empieza la memoria.

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Sobre la firma

Beatriz Guillén
Redactora de EL PAÍS en México. Trabaja en la mesa digital y suele cubrir temas sociales. Antes estaba en la sección de Materia, especializada en temas de Tecnología. Es graduada en Periodismo por la Universidad de Valencia y Máster de Periodismo en EL PAÍS. Vive en Ciudad de México.
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