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PREHISTORIA
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El niño Matusalén y otras enseñanzas

Hoy como hace 3.000 años, seguimos siendo seres evolutivos que disfrazamos de ritual benéfico los tragos más amargos

Cueva prehistórica La Morita II, Nuevo León
Una investigadora del INAH durante una excavación en la cueva de La Morita II, en Nuevo León, en una imagen de archivo.Moisés Valadez
Carmen Morán Breña

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Qué momentos tan apasionantes regala la arqueología, que se lo digan a Indiana Jones y a todos nosotros a través de sus ojos. Como un auténtico portal de Belén ha recibido México el hallazgo de un bebé y dos adolescentes más viejos que Matusalén, entre 2.500 y 3.000 años. Sus huesos se han encontrado en la cueva prehistórica de La Morita II (Nuevo León) donde los especialistas del INAH ya habían desenterrado lanzas, cantos pulidos, conchas, cestas. Allí vivía gente y sus costumbres salen a la luz con la capacidad de alumbrar las nuestras. O al menos de ayudarnos a entender lo que seguimos siendo: seres evolutivos que disfrazan de ritual benéfico los tragos más amargos.

‌El responsable de este yacimiento, Moisés Valadez Moreno, ha contado que es probable que la criatura fuera desmembrada y sepultada allí como forma de un rito funerario. Explica que cuando la madre moría en el parto, el niño debía correr la misma suerte que ella. Igual hacían si el bebé presentaba alguna discapacidad o si se trataba de gemelos. En este último caso lo consideraban un mal augurio y sacrificaban al más débil para enterrarlo vivo. Las gatas hacen algo parecido: cuando no se ven capaces de alimentar a alguna de sus crías, la devoran, y no es un espectáculo agradable, créanlo, pero hay que enmarcarlo en los requerimientos evolutivos o de supervivencia animal.

Las madres saben cuándo no pueden o no deben dar a luz una criatura que no podrán atender. Pero apartarlas de sus bebés nacidos es cruel. Se necesita una buena dosis de religión o superstición (si no es lo mismo) para pasar ese suplicio. Mal augurio, le llamaban hace 3.000 años en esa cueva, al parecer. Y tendrían razón en ello: ¿dónde va una madre en aquellos rudos tiempos con un chiquillo que no se vale por sí mismo. Cómo alimentar a dos si apenas se puede con uno? La dura realidad se camuflaba de ritual necesario. Es solo una interpretación, si no les gusta deben conformarse, porque no hay posibilidad de refutarla o confirmarla.

Al teléfono, Moisés Valadez se decanta por el recurso al ceremonial como herramienta para tener controlada la población. “Eran trashumantes y una madre cazadora no podía tener varios hijos, los rituales eran una estrategia de control de natalidad. Lo mismo pasaba con los ancianos, se buscaban subterfugios para rechazar la idea del abandono cuando aquellos ya no podían seguir la marcha del grupo”, explica.

Muchas costumbres actuales, como la de no comer cerdo para cumplir con alguna religión, derivan de antiguas pestes que diezmaron la población. La mejor manera de evitar el contagio era disfrazarlo de mal augurio o de pecado. También hoy se recurre a un dios para aplacar el dolor de una muerte, tal dios lo quiso, tal dios se lo llevó. En definitiva, que la forma de vida y la supervivencia van primero, y acudir a la magia para enfrentarse a las insatisfacciones que de ello se derivan, después. La mayoría de seres humanos pueden ser supersticiosos, pero el rito lo inventan unos pocos para gobernar a su tribu. Entonces como ahora.

‌Estos hallazgos y sus enseñanzas antropológicas son entretenidos. Por ejemplo, cuando se enterraba al bebé que había matado a la madre, ¿se le estaba castigando por haber acabado con la vida de un ser humano o por haber roto una vasija en la que alojar otros partos, cuál era la excusa? ¿Hubo al inicio un simple y lógico temor al vacío de la muerte, un simple dolor por la pérdida, o ya entonces el cerebro se engañaba con religiones, augurios o rituales benéficos para espantar el espanto? Quién sabe. El secreto está en cuevas profundas.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.
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