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La revancha de los sonideros de Ciudad de México

Prohibidos en algunos lugares, el Gobierno capitalino busca catalogar las discotecas ambulantes como patrimonio cultural inmaterial. EL PAÍS habla con protagonistas veteranos y modernos de un fenómeno clave en la cultura popular de la ciudad

México Música
Un sonidero en Peñón de los Baños, en el este de Ciudad de México.SILVANA FLORES
Rodrigo Soriano

Los ritmos de una cumbia ponen a bailar a una treintena de personas en el patio de una céntrica librería de Ciudad de México. Prende la vela María, prende la vela José… Mientras, el sonidero Discos Morelos (José Ortega) observa el ambiente. Unos segundos después se agacha y arrastra hacia él una caja con decenas de vinilos. “Yo juego con la música y la música juega conmigo”, afirma. Saca uno de esos vinilos, lo mira y se prepara para ponerlo en su tocadiscos. Junto a él, Sonido Continental (Miguel Cruz), anima el ambiente. “Un saludo para Jorge, para toda la gente de San Luis Potosí…”, exclama. El ambiente forma el fenómeno de los sonideros, esas discotecas ambulantes que desde el Gobierno de Ciudad de México buscan declarar como patrimonio cultural inmaterial de la capital.

Morelos nació hace 73 años en el pequeño municipio del Peñón de los Baños, al oriente de la capital. Defiende que ese fue el lugar de origen del fenómeno, y que él “solo habla” de lo que conoce. Comenzó a trastear los primeros discos cuando tenía solo 10 años y ayudaba a su tío a mover su equipo de música en los barrios del Peñón. No ha parado desde entonces: tuvo un pequeño puesto de discos junto a su hermano en el barrio bravo de Tepito y después comenzó a pichar por diferentes lugares, por distintos países. Mantiene su estilo. “Vas viendo a la gente, ¿me entiendes? Hay mucha música muy bonita. Tú tienes que ir [siguiendo los gustos] de la gente”.

El mundo sonidero en la capital entró en conflicto en febrero, cuando la alcaldesa de Cuauhtémoc, Sandra Cuevas, prohibió las pequeñas discotecas ambulantes que reunía a los vecinos de Santa María la Ribera desde hace años. La mandataria afirmó que su decisión se debía a que recibió “muchas denuncias vecinales” por el ruido; y proponía que fueran reubicados en espacios cerrados. La Consejería Jurídica de Ciudad de México solo había recibido tres denuncias por “ruidos” en la Alameda de Santa María la Ribera entre enero y diciembre de 2022. De enero a mayo de este año, la Procuraduría Ambiental y del Ordenamiento Territorial de la capital registró 468 denuncias por ruido, más de tres por día.

Un mes después de prohibir el evento, Cuevas dio un giro a la situación: reconoció a los sonideros como “patrimonio cultural”; y compartió una fotografía junto a 20 de sus representantes mientras sujetaban el título. La secretaria de Cultura de Ciudad de México, Claudia Curiel, expuso entonces que la declaratoria patrimonial pasaba por un largo proceso que involucraba a autoridades y especialistas, y que solo podía ser licitado por la jefatura de Gobierno. “No nada más dar un diploma”, resumió Icaza.

Es 25 de marzo y en los últimos días la Secretaría de Cultura capitalina ha colocado una gran estructura colorida con forma de flor en el centro del Zócalo. La plaza se llena durante más de 10 horas con miles de personas bailando al ritmo de algunos sonideros representativos como La Changa o La Conga. El fenómeno saca músculo de su popularidad en el centro de la capital. El 1 de julio, los ritmos tropicales también se apoderaron del histórico salón de baile Los Ángeles.

El fenómeno de barrio pisa fuerte

Joyce Musicolor creció en Iztapalapa, un barrio sonidero “de toda la vida”. Veía a aquellos bailes que llenaban las calles como una fórmula de escape de sus responsabilidades: primero de la escuela; después, de su trabajo. Era la única distracción, ya que no contaban con la cercanía de las discotecas: “Nosotros no teníamos acceso a esas cosas. Nuestra única diversión y nuestra única identidad eran las fiestas de todos los fines de semana en la calle”. Estudió análisis musical y ritmos latinos para poder dar clases de audio, ingeniería y análisis musical. Y hace 14 años comenzó en el negocio de las discotecas ambulantes –ahora tiene 36–.

Discos Morelos (José Ortega) baila en pareja durante la fiesta musicalizada por Sonido Tacuba, Sonido Arce el Pachuco y Continental 2000.
Discos Morelos (José Ortega) baila en pareja durante la fiesta musicalizada por Sonido Tacuba, Sonido Arce el Pachuco y Continental 2000.SILVANA FLORES

La fotógrafa suiza Mirjam Wirz ha estudiado el fenómeno desde hace 13 años. Esa investigación le ha llevado a conocer a algunos de los grandes exponentes en la ciudad, como el propio Morelos. Ha ido notando un cambio desde que la popularidad de los sonideros llegó al centro de la capital. Comenzó a ir a eventos masivos, cuando los bares aún ocupaban las calles y las autoridades comenzaban a pedir las licencias. Pero le gustaba ver el ambiente, cómo las personas de los alrededores se reunían, vendían comida, ofrecían el pase a los baños... “Todos formaban parte de ese evento y se sentía que era algo grande [...] Es un estilo de vida”, cuenta. Plasmó algunas de esas imágenes en libros como el de Sonidero City. Wirz también recorría los salones y los eventos que hacían algunos sonideros “de la primera generación” –los que se movían en el fenómeno desde los 70–, unos eventos más pequeños, familiares y que utilizaban los vinilos en lugar de la modernidad de los USB.

Una ruptura de estigmas

Hace varios días, Joyce Musicolor leyó una información en internet que decía que la iniciativa para que los sonideros fueran declarados como patrimonio estaba “en valoración”. “Me ofendí. Es un proceso que lleva más de 60 años en la Ciudad de México, y creo que está demás una investigación”. El fenómeno sonidero se ha enfrentado a los estigmas clasistas, como también lo hicieron algunos géneros como el rap o el reguetón. Durante años, ha superado la barrera. Joyce da una muestra de ello: “En estos 14 años [en los que trabajo como sonidera] me ha tocado trabajar desde los lugares más marginados hasta festivales internacionales; y al final es el mismo trabajo, nunca trato de cambiarlo. El sonidero es sonidero adonde vayas”, asegura.

La fotógrafa suiza plantea varias cuestiones, como por qué surgió esa idea de declarar al fenómeno como patrimonio cultural cuando su éxito llegó al centro; o cómo un título de este tipo podría inferir en la esencia del fenómeno. “La idea es un poco complicada. Es como conservar algo, pero conservándolo a veces lo matas, no permites que se desarrolle”, reflexiona. Piensa en cómo podría afectar a algo “que de por sí funciona”. “Lo que necesitaba [el sonidero] era cierto apoyo, como [facilidad para obtener] los permisos o tener cierta seguridad como lo tienen los partidos de fútbol. No sería raro que entraran aspectos como el racismo o el clasismo [en este tipo de iniciativas]”.

Vecinos de Peñón de los Baños bailan al ritmo del sonidero, el 23 de julio.
Vecinos de Peñón de los Baños bailan al ritmo del sonidero, el 23 de julio.SILVANA FLORES

Entre las muchas preguntas que se le vienen a la mente, Wirz cuestiona a quién involucra la iniciativa. La secretaria de Cultura, Claudia Curiel, contaba a comienzos de julio que la dependencia llevaba más de un año preparando la declaratoria y que se había reunido con varios representantes culturales del fenómeno. “Para nosotros [la Secretaría de Cultura capitalina] es importante que como sonideras y sonideros se mantengan unidos, porque este es un tema que abarca a toda la cultura y el gremio, no es solo para un grupo”, expresó entonces.

Morelos es un tipo calmado y algo receloso con ciertos temas. “No se puede [hacer patrimonio a los sonideros]. En la actualidad no sabes quienes son los sonideros. ¿Cuántos crees que hay en [Ciudad de] México? Es que ahora ya todo el mundo es sonidero. Sacan su USB, su computador y son sonideros. No, eso es mala idea”. Es un purista del fenómeno, y empieza a nombrar los componentes que deben llevar: unos altavoces, una caja con discos, un tocadiscos... “Pregunta quién lleva todo eso. Ahora nada más llevan su computadora, su USB, se conectan y son sonideros... ¿Cómo puede ser un patrimonio?”.

En el patio de la librería, Morelos vuelve a levantar la mirada del tocadiscos. Observa y piensa en cuál será la próxima canción, la ideal del momento. Se agacha con brío, mira otra de las carátulas de sus vinilos y saca el disco. Lo pone. Sonido Continental clama: “Vamos a bailar todo lo que se pueda”. Parece que ha funcionado. La música continúa, y la treintena de personas continúa bailando al ritmo de las cumbias colombianas. Morelos sale de su pequeño rincón improvisado, donde tiene el tocadiscos, y se une al baile.

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Rodrigo Soriano
Es periodista de EL PAÍS en la redacción de Ciudad de México. Estudió Periodismo en la Universidad de Valencia y es máster por la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS.

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