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En colaboración conCAF
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A bordo de la expedición científica que busca arrecifes secretos en el Golfo de México

Un grupo de biólogos mexicanos se sumó en mayo al Arctic Sunrise de Greenpeace para estudiar el fondo del mar en Veracruz. El objetivo: frenar la construcción de un gasoducto marino que podría poner en peligro sus ecosistemas abisales

Barco Arctic Sunrise de Greenpeace
El barco Arctic Sunrise de Greenpeace, durante una expedición en el Golfo de MéxicoIván Castaneira

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Las primeras luces rosadas de la mañana se filtran por los portillos de los camarotes de los que todavía duermen. En cubierta, los madrugadores observan desde la barandilla una manada de delfines que se desplaza a lo largo de la proa del barco. Con sus lomos brillantes, los cetáceos saltan y se retuercen en malabares; las aguas de altamar están tranquilas en esta época del año. Durante la temporada de huracanes, las olas de hasta cinco metros alcanzan la costa y arremeten con su furia contra los puertos.

Pero el Artic Sunrise, concebido para navegar los mares más convulsos, no teme a esos temporales. De nombre original Polarbjørn —oso polar en noruego—, este buque fue fabricado en 1975 como pesquero de focas. Veinte años después, Greenpeace lo compró y lo acondicionó con sistemas de comunicaciones eficientes, una plataforma de aterrizaje para helicópteros y un elevador en la bodega central. El nombre se lo dieron antes de hacer su primera travesía por el Mar del Norte, donde la ONG ambientalista documentó la contaminación marina por petróleo.

Desde entonces, el rompehielos de Greenpeace, el primer buque en circunnavegar la isla James Ross en la Antártida, ha dado 55 veces la vuelta al mundo y surcado los océanos más bravos. El pasado 12 de mayo arribó a las aguas templadas de Veracruz con el cometido de descubrir ecosistemas desconocidos en los fondos del Golfo de México, la cuenca oceánica que abarca litorales de México, Estados Unidos y Cuba. A bordo del buque, un equipo de biólogos marinos acompaña a los activistas. Su misión es encontrar arrecifes hasta ahora desconocidos.

Los arrecifes coralinos constituyen uno de los ecosistemas más diversos y ricos en especies del planeta, también uno de los más amenazados. Un cuarto de toda la vida marina depende de ellos para alimento y para el refugio que brinda la acumulación de esqueletos de carbonato de calcio que componen los corales. “También contribuyen a la mitigación de los impactos a la costa provocados por tormentas, huracanes y vientos como los nortes”, explica Guillermo Jordán Garza, experto mexicano en corales, que lidera la camarada de investigadores de la Universidad Veracruzana (UV) responsable de encontrar evidencia científica en profundidades inexploradas de su país.

De 10.000 años de antigüedad y con una superficie de 65.516 hectáreas perfiladas de lagunas, playas, bajos, islas y cayos, el Parque Nacional Sistema Arrecifal Veracruzano (Pnsav) se considera único en el Golfo de México. Un decreto lo declaró Área Natural Protegida en 1992. “Pero el resto del ecosistema que no abarca el polígono queda fuera de protección”, matiza el biólogo, quien hace unos meses recibió la llamada de Greenpeace para formar parte de su última campaña que tiene como objetivo evidenciar que en las profundidades de los mares de Veracruz, fuera de la extensión que abarca el parque, existe más vida de la hasta ahora documentada. Y que la construcción del Gasoducto Sur Texas-Tuxpan de la minera TC Energía podría ponerla en riesgo.

Un banco de peces nada en las aguas del Golfo de México.
Un banco de peces nada en las aguas del Golfo de México.Iván Castaneira

El gasoducto de la discordia

En 2019, la transnacional canadiense puso en marcha la tubería que recorre la frontera costera entre México y Estados Unidos, desde la ciudad fronteriza de Brownsville, en Texas, hasta Tuxpan, en Veracruz. Se trata de un tubo de unos 800 kilómetros de longitud con una capacidad de transporte de 2.600 millones de pies cúbicos diarios de gas natural. A principios de año, la minera anunció la extensión de la infraestructura submarina que atravesará toda la costa veracruzana hasta llegar a Coatzacoalcos y Dos Bocas. El megaproyecto, llamado Gasoducto Puerta al Sureste, concebido para iniciar sus operaciones en el 2025, es la obra más esperada en el sector energético del país.

“Hablamos de una construcción de billones de pesos cimentada en el mar para evitar los problemas que daría en tierra. El ducto, que es flexible como un espagueti, se va construyendo poquito a poco, con una maquinaría que avanza unos tres kilómetros al día y que va soldando las piezas, introduciendo el tubo por tramos”, señala Javier Martos, biólogo de la Universidad Veracruzana.

Se estima que el proyecto podría traer miles de empleos directos e indirectos y desarrollo económico a la región, pero también efectos fatales en la naturaleza. “Su construcción implica procesos que pueden tener consecuencias devastadoras en el medio ambiente y en las comunidades cercanas. Tanto en México como en Estados Unidos, la extracción y el transporte de gas ha derivado en accidentes constantes”, señala Viridiana Lázaro, bióloga y coordinadora de la investigación de Greenpeace México. “Y no olvidemos que el gas es sumamente contaminante, ya que las emisiones durante su ciclo de vida pueden ser incluso mayores que la quema de carbón. Su almacenamiento y transporte genera emisiones de gases efecto invernadero causantes del cambio climático”, matiza la activista.

La compañía, sin embargo, alega que “la ruta del sistema no toca ni cruzará ningún arrecife de coral vivo”. “Para TC Energía, la seguridad y el cabal respeto al medio ambiente, la vida marina y sus recursos naturales son nuestra prioridad número uno”, dijeron en un comunicado enviado a EL PAÍS. La empresa dice haber invertido 880 millones de pesos (más de 52,5 millones de dólares) en estudios científicos para la selección de la ruta marina del gasoducto Puerta al Sureste.

“Los estudios se extendieron mucho más allá de la ruta del ducto: aproximadamente 3 km de ancho para un tubo que mide solo un metro de diámetro”, insiste. “En sus puntos más cercanos, el ducto se encuentra aproximadamente a 1,16 km y 2,86 km de las áreas protegidas denominadas Parque Sistema Arrecifal Lobos-Tuxpan y El Parque Nacional Sistema Arrecifal Veracruzano, respectivamente”. Además, la compañía señala que trabajará con contratistas de prestigio internacional para la instalación del ducto “para garantizar que se instale de manera segura y no afecte a las comunidades costeras ni a los ecosistemas marinos sensibles”.

Mapeando las comunidades de corales

La organización ecologista, enemiga declarada de las energías fósiles, teme que la infraestructura de acero ponga en peligro un ecosistema que se mantiene desconocido: el que conforman los corales mesofóticos. Este tipo de comunidades arrecifales de regiones tropicales y subtropicales están formadas por corales que viven entre 30 y 150 metros de profundidad, donde la luz que les llega se reduce en hasta un 90%.

“Sabemos muy muy poco de ellos, ignoramos qué extensión tienen, o cuál es exactamente su función”, señala Jordán. Según dice, debido a las limitaciones físicas que presenta su exploración, estos arrecifes siguen siendo grandes desconocidos para los biólogos. “El buceo normalmente limita a los investigadores hasta los 30 metros, 40 para los más aventurados”, afirma su colega Martos, especializado en corales mesofóticos y con más de cuatro décadas de experiencia buceando las aguas profundas de la costa veracruzana. “A tanta profundidad, donde se alcanzan niveles de descompresión elevados, el tiempo es muy limitado para la experimentación científica. No conocer la distribución espacial y ecología de estos arrecifes hace que no sean considerados como un componente importante de la biodiversidad en México”, lamenta el biólogo.

Personal de Greenpeace durante la expedición por el Golfo de México.
Personal de Greenpeace durante la expedición por el Golfo de México.Iván Castaneira

Esta expedición de Greenpeace podría cambiar las cosas. La ONG surca los mares de Veracruz equipada con tecnología pionera nunca antes utilizada en México. A bordo del Arctic Sunrise viaja un ROV, un vehículo sumergible no tripulado equipado con cámaras y sensores, que es operado mediante control remoto desde la superficie. Con este dispositivo, que permite mapear visualmente el suelo marino, hace sólo unas semanas se consiguió cartografiar el Titanic, obteniendo la visualización en 3D única de toda la icónica embarcación.

“La gran estrella tecnológica de la expedición es sin duda Nemo”, anuncia Lázaro. De 2500 kilos, es el submarino más ligero construido hasta la fecha. Con una longitud de 2,80 metros y apariencia de nave espacial, es capaz de alcanzar los 100 metros de profundidad. Dos pilotos expertos en su manejo, capaces de maniobrar el sumergible con una precisión de cirujano, se sumaron a la expedición desde Holanda para acompañar a los científicos. Todo el equipo se muestra expectante de lo que el dron acuático pueda encontrar.

Barcos naufragados y una explosión de vida marina

Con un habano sin encender en los labios y la vista fijada en la pantalla, en la que se perfilan gráficos de colores, Jordán analiza los últimos datos del escáner de barrido lateral, el sistema que permite obtener imágenes del fondo marino. “Donde quiebra la recta y aparece una vertiente podría estar señalando un arrecife”, explica.

Esta técnica lanza ondas acústicas al lecho marino, señales que si encuentran un obstáculo o rugosidad son rebotadas generando un mosaico de la composición del fondo oceánico. A través de la interpretación de estas imágenes, los científicos pueden rastrear las mejores zonas donde podrían hallar comunidades de corales. “El barrido nos está mostrando que a lo largo del mar de Veracruz se encuentran fondos duros, es decir, estructuras rocosas que pueden albergar mucha vida marina. Pero dar con los puntos exactos de los arrecifes es como buscar una aguja en un pajar”, relata Martos, sin apartar los ojos de la computadora.

Cuando los biólogos terminan de trazar sobre el mapa las coordenadas que quieren explorar, comunican al capitán la ruta a seguir: el Arctic Sunrise, que inició su travesía del Puerto de Veracruz, atravesará las aguas cercanas a la Costa Esmeralda y las de Tecolutla hasta llegar a Tamiahua, al norte del Estado. En esta región, cercana al Área de Protección de Flora y Fauna Lobos-Tuxpan, por donde pasa el gasoducto, se han encontrado en los últimos años distintos arrecifes, pero creen que pueden ser muchos más.

El navío surcó la zona centro veracruzana del Golfo de México, donde se encontraron curiosos hallazgos, como zonas con capas de agua con menor salinidad en el fondo marino, que podrían explicar “la presencia de una reserva de agua dulce”, explica Jordán. En una expedición previa, sus colegas de la Universidad Veracruzana pudieron observar la complejidad topográfica de arrecifes de los que no se sabía nada, ni siquiera estaban ahí. Estructuras que sobreviven a 50 metros de profundidad pobladas por una gran diversidad de vida: macroalgas, esponjas y muchos peces de importancia comercial como pargos, jureles, barracudas, langostas, sierra y meros. “Especies que podrían apoyar a la pesca artesanal de las comunidades costeras. Necesitamos conocer más la zona para tratar de encontrar la función que tienen en estos ecosistemas”, expone Jordán.

Los arrecifes mesofíticos se han documentado en diversas partes del mundo. “Son considerados como una extensión de los someros, los menos profundos, debido a que comparten la distribución de algunas especies, alojan y soportan poblaciones de peces económicamente importantes y son áreas de crianza y protección para algunos amenazados. No obstante, el conocimiento que existe en torno a ellos está lleno de incógnitas”, explica el especialista.

Vista del Arctic Sunrise durante la expedición.
Vista del Arctic Sunrise durante la expedición.Iván Castaneira

La conectividad vertical entre los arrecifes más superficiales y los que se encuentran a niveles de gran profundidad, como los que registra el equipo del Arctic Sunrise, sugiere que los segundos podrían ser fuente de reclutas para los primeros, un elemento importante en la capacidad de recuperación del ecosistema. “Pensamos que las comunidades de corales de ahí abajo pueden contribuir potencialmente a subsanar los cambios negativos que experimentan los que se encuentran a primeras capas de agua debido al blanqueamiento, la sobrepesca, el calentamiento global y las enfermedades emergentes”, expone Jordán, uno de los mayores expertos en enfermedades coralinas.

A finales de los setenta, una serie de nuevas infecciones comenzaron a arrasar con los corales caribeños. En menos de 30 años, diezmaron muchísimas especies; algunas llegaron a perder el 95% de su población. “Aunque las enfermedades coralinas se han producido en todo el mundo, el Caribe ha constituido un hotspot de mortandad masiva”, relata el biólogo. Para él, los corales mesofíticos podrían servir para restaurar las poblaciones de arrecifes mesómeros más dañadas.

En las primeras inmersiones con el submarino, a 50 metros de profundidad, los científicos también documentaron la zona de Carcachas, un arrecife artificial formado por el naufragio de un barco a inicios del siglo pasado. En su vientre, se encontraron piezas de carros oxidadas como vestigios fantasmales. “A lo largo del litoral del Estado de Veracruz yacen cientos de barcos hundidos, algunos abatidos en batallas, otros enterrados por accidentes marítimos”, cuenta Martos. Entre las ruinas de estos navíos —algunos se remontan al siglo XVI— se siguen buscando restos de los barcos que llevaron a los españoles a la costa de México hace cinco siglos, como los de Hernán Cortés: una decena de naves que llevan enterradas desde julio de 1519 en el fondo marino. “Los secretos que guarda este mar son muchos”, añade el biólogo.

Historias detrás del activismo ambiental

En el quinto día de expedición, una fragata real proyecta su sombra en cubierta. Este ave que sobrevuela el Arctic Sunrise se encuentra a lo largo de la costa del Golfo. En el horizonte, difuminada por la neblina, se divisa la Costa Esmeralda, una de las zonas más turísticas de Veracruz. A lo largo de la línea marítima también se perfilan numerosos contenedores de carga y las enormes plataformas de Pemex.

“Es como una mina de petróleo”, dice con la mirada clavada en la distancia Sergey Demydov, el capitán del buque. Este ucraniano, que empezó trabajando a los 18 años en barcos comerciales, lleva décadas en Greenpeace. Es la segunda vez que surca estas aguas. La primera fue hace más de una década, cuando el Arctic Sunrise fue enviado a los mares de México para realizar una evaluación de los daños producidos por la peor catástrofe de la industria petrolera de la historia, la de la plataforma petrolífera de Deepwater Horizon en 2010, el brutal accidente que mató a 11 de los trabajadores y vertió 800 millones de litros de crudo en el Golfo de México.

El barco de la organización ecologista acogió entonces a científicos que buscaban mamíferos marinos cubiertos de petróleo, tortugas, peces, aves marinas… “Fue un desastre ecológico terrible”, recuerda Demydov, originario de Mariupol. En esta ciudad portuaria, uno de los escenarios principales de la invasión de Rusia, sus habitantes se han enfrentado históricamente a la contaminación de las plantas siderúrgicas. “Crecí en un lugar donde todo estaba contaminado, el aire, el agua… Los niños podíamos ver cómo los residuos iban a parar directamente al mar”, cuenta el capitán. Cuando estalló la guerra, Demydov huyó con su familia a Bulgaria.

Sergey Demydov a bordo del Arctic Sunrise.
Sergey Demydov a bordo del Arctic Sunrise.Iván Castaneira

Desde que se unió a Greenpeace, el ucraniano ha vivido muchas aventuras junto a la ONG: tempestades en los mares más salvajes, olas gigantescas que casi ahogan a la tripulación o ataques de piratas armados con Kaláshnikov en el Cuerno de África. Y la peor: una guerra en Europa que dejó su casa devastada. Demydov fue además el capitán de la última misión del Esperanza, otro de los navíos de la organización. También llegó a subirse en el primer Rainbow Warrior, el velero insignia del activismo ambiental que dio su último aliento en 1985, cuando los servicios secretos franceses lo hundieron cuando se dirigía hacia Mururoa para tratar de frenar unos ensayos nucleares.

“Los veleros como esos están mucho más preparados para largas travesías y las acciones de la organización. El Arctic Sunrise, en cambio, es un rompehielos, un cuatro por cuatro que te lleva sin problemas a lugares como la Antártida o el Ártico. Navegar en un velero es mucho más romántico, con lo que sueña uno cuando decide ser capitán. Pero a este barco le tengo un cariño especial. Él y yo nos conocemos muy bien…”, confiesa.

Después de revisar las imágenes del ROV en una oficina improvisada en la popa, los científicos ya han conseguido nuevos puntos que quieren explorar desde el Nemo en las aguas cercanas a Tecolutla, donde hace pocos años se descubrieron dos arrecifes: el Tamiahua, que inicia a 25 metros de profundidad, y Corazones, entre los 18 y los 28 metros, el arrecife profundo más extenso conocido hasta la fecha en todo el sureste del Golfo de México. Ambos carecen de protección.

En el camarote de al lado, los activistas de Greenpeace preparan los mensajes clave de las pancartas que desplegarán para denunciar los peligros de la minería submarina. “El gasoducto bordeará la costa veracruzana pasando por encima de ecosistemas arrecifales que albergan especies de flora y fauna. Pero que también son importantes para el equilibrio y el sustento de comunidades pesqueras. No podemos permitirlo”, asegura Lázaro. Además de coordinar la investigación, la activista es responsable de la campaña de biodiversidad de la organización en México y de lanzar los mensajes dirigidos contra la compañía a la que Greenpeace quiere truncar los planes.

Donde termina una investigación comienza otra

Los vientos soplan más fuerte de lo normal y el grupo enfrenta complicaciones para maniobrar la grúa que retorna el submarino al barco en su último día de misión. Al mando de la operación y equipado con un casco y guantes antideslizantes, Frédéric Aballéa, contramaestre responsable de la marinería, habla con el capitán a través de un walkie talkie y da órdenes al resto para completar la complicada operación.

Para que los científicos lleven a cabo sus actividades, se necesitan de las manos e ingenio de toda una brigada. Más de treinta profesionales conforman esta expedición: el capitán y sus tres oficiales, el jefe de máquinas, cuatro grumetes con una vasta experiencia en navegación, ingenieros, un electricista, un cocinero y su ayudante, además del resto del equipo de Greenpeace responsable de la campaña.

El submarino tiene que ser trasladado con una grúa. Una vez en el mar, una lancha de Greenpeace acerca a los tripulantes para que se metan en su interior. Mientras Nemo es sostenido en el aire por una cuerda después de completar su misión a profundidades que alcanzaron casi los 100 metros, Jordán sube por las escalerillas del barco emocionado. Jamás había estado tan cerca del suelo arenoso más inhóspito. A unos 15 kilómetros mar adentro de la desembocadura del río Tecolutla, donde se centraron las sumersiones, pudo fotografiar muchísimas especies: calamares, estrellas y pepinos de mar, una gran diversidad de esponjas, corales blandos y látigo… “También una especie de coral escleractinio amarillo, es decir, coral duro. Y muchos peces arrecifales”, relata.

En su última inmersión, el dron sumergible ha ayudado a identificar diversas comunidades de corales a casi 80 metros de profundidad. “Hablamos de arrecifes que no tienen una gran extensión. No hay que imaginarlos como abundantes mantos ininterrumpidos a lo largo del suelo oceánico, sino que se localizan como parchecitos poblados de vida distanciados los unos de los otros, muy cerca de la zona por donde pasa el ducto”, explica Jordán.

El submarino Nemo es extraído del mar por un grúa.
El submarino Nemo es extraído del mar por un grúa.Iván Castaneira

El hallazgo constituye la última evidencia que buscaba Greenpeace para pedir la detención de la construcción. “Se requiere de acciones urgentes de conservación. Es importante tomar precauciones y proteger los arrecifes recién documentados ante la amenaza de proyectos como el gasoducto Puerta al Sureste, que fácilmente podrían acabar con estos ecosistemas en poco tiempo. La presión de la obra, más el cambio climático y los accidentes que sucederán, porque son inevitables, ponen en riesgo a los ecosistemas y la vida en el Golfo de México”, señala Lázaro de forma tajante.

Antes de que la luz naranja del atardecer se desvanezca, una manada de delfines se desliza en saltos a cada lado de la proa del Arctic Sunrise. La expedición ha documentado ecosistemas de corales nunca antes vistos ni estudiados, evidencia con la que exigirá al Gobierno mexicano medidas para su protección. Después, se marcharán a otro lugar del mundo para centrarse en la siguiente campaña.

“En los próximos meses nos dedicaremos a analizar lo que tenemos en las fotografías y videos, y lo consultaremos con otros colegas. Los resultados definitivos de la investigación serán presentados en septiembre de este año”, dice Jordán. De acuerdo con el biólogo, esta es solo la punta de iceberg de todo lo que se puede conocer de los arrecifes mesofóticos. “Donde termina una investigación, siempre empieza otra”, apunta, antes de despedirse del resto y escabullirse hacia su camarote para descansar.

En la última noche en altamar, antes de que el barco regrese al Puerto de Veracruz, el ambiente es festivo. En el rostro de los grumetes asoma también el cansancio; la tripulación lleva tres meses en el mar sin pisar un muelle. Con el motor en calma, en la oscuridad sólo se escucha el murmullo de las olas. Desde la costa de Tuxpan, un faro emite su destello en la lejanía. A las luces del puerto se van sumando las que emite la propia noche. El cielo nocturno está despejado, sin una sola nube, y sobre él comienzan a dibujarse los astros.

“Aunque ya no podría vivir de otra forma, no es fácil compaginar cierta vida: alternar tres meses en tierra y tres en altamar, donde vivimos al margen de lo que pasa el mundo”, dice el contramaestre Aballéa, que lleva más de diez años navegando en los barcos de Greenpeace. Tras unos segundos de silencio, con la mirada clavada en la bóveda celeste, el marinero confiesa que aquí, en mitad del océano, es donde más libre se siente. “Y trabajar para Greenpeace te brinda oportunidades únicas, a veces llegar a donde nadie pudo antes. Como, por ejemplo, encontrar estos arrecifes ahí abajo, en el Golfo de México. ¡Ser los primeros en descubrirlos!”

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