La campaña más larga de la historia
Salvo hecatombe, de aquí al cambio de poderes todo se tratará de los forcejeos por el reparto de plazas y espacios
Faltan 11 meses para las elecciones presidenciales del 2 de junio de 2024 y ya casi no se habla de otro tema en el medio político mexicano. Incluso, podemos quitar de la oración el “casi”. La prensa da cuenta cada día de las actividades de los precandidatos oficiales y de las renuncias de aspirantes en el bloque opositor, mientras que el nuevo Instituto Nacional Electoral (INE) se muestra comatoso e inoperante (igual que todas las instituciones antes ciudadanas y hoy dominadas por el presidencialismo mexicano) y es el único ente que no se entera de lo que el resto del país sabe, es decir, que nos encontramos en abierta precampaña y tenemos las calles y las redes repletas de propaganda, lo que está totalmente al margen de la ley. Como resulta también una falta que el mandatario se inmiscuya en la política partidaria y se dedique, día sí y día también, a agredir a los precandidatos de la oposición. Pero la ley es algo que al presidente Andrés Manuel López Obrador no le interesa y ese espíritu que ve la Constitución y las legislaciones todas como obstáculos impregna a cada uno de sus acólitos.
El hecho es que asistimos ya a lo que será sin duda la campaña más larga de la historia y que, salvo hecatombe, de aquí al cambio de poderes todo se tratará de los forcejeos por el reparto de plazas y espacios. Esto tiene explicaciones. Por ejemplo, que en este sexenio no hay nada que presumir desde el gobierno, salvo algunos elefantes blancos disfuncionales (como el AIFA), o inacabados (como todos los demás), y un “superpeso” especulativo y que poco o nada influye en la mejora de la calidad de vida de la mayoría. La violencia rompió todos los récords y el crecimiento económico es el peor en lustros. Así que al presidente le conviene que los reflectores apunten a las campañas mejor que a su administración. Ahí, en la política electorera, las giras, las promesas y los ataques, se siente en su casa.
Por otro lado, nadie duda de que el objetivo del presidente es permanecer como el árbitro supremo del movimiento que fundó y controla. Una campaña larga le es útil para probar a sus delfines, negociar y así evitar disidencias o deserciones y crear un clima en que no se le deje de adular hasta última hora, porque todos en Morena entienden que la decisión de quién será el candidato la tiene él.
Del lado del Frente Opositor, las cosas también van a mil por hora. Apenas a unos días de acordar un mecanismo común para elegir al candidato aliancista, ya se bajaron de la contienda algunos de los personajes más mediáticos, pero que no cuentan con capacidad de movilización directa. Quedan muchos más, claro, y entre ellos despunta la panista Xóchitl Gálvez, más porque el presidente se ha obstinado en posicionarla como blanco de sus ataques que por ninguna clase de astuta jugada propia. Pero no puede darse por descontado que ella sea ya, como aseguró López Obrador, la candidata opositora. La estructura del frente es tan frágil y sus líderes tan débiles que podría suceder cualquier cosa en su proceso interno. Acá no hay un gran elector, solo caos, una cobija muy corta para todos y unos viejos partidos (PRI, PAN, PRD) que no acaban de morir, pero evitan que surjan otros.
En septiembre ambas fuerzas, tanto el oficialismo como la alianza, elegirán a su abanderado. No demasiado después lo hará Movimiento Ciudadano, que decidió ir por la libre. Y allí comenzarán y ya no se detendrán las campañas propiamente dichas, aunque el INE, claro, siga mirando para otro lado. El sexenio se terminó. Y en México, 2023 se trata solo de 2024.
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