_
_
_
_
_

Popocatépetl: el volcán que se tragaba el sol en el México prehispánico

Los antiguos pobladores decían que dentro vivía el dios Huehuetéotl, los astrólogos lo utilizaban para medir el tiempo, los españoles lo escalaron para fabricar pólvora y actualmente se le sigue venerando con el nombre de ‘Don Goyo’. Desde hace 2.000 años el culto y la relación con la montaña se mantienen, mientras cambia la manera de ver el mundo

Popocatépetl volcan
Una representación del volcán Popocatépetl en el Códice Florentino (1577).Arturo Montero (INAH)
Almudena Barragán

En las últimas semanas la intensa actividad del Popocatépetl devolvió la mirada de los mexicanos hacia uno de sus volcanes más importantes. La espesa columna de humo, la ceniza y las rocas que arrojó pusieron en alerta a las autoridades, a los científicos y a la población en general. El Popo volvía a recordarle al mundo la fuerza de la naturaleza y la fragilidad del ser humano cuando se habita en el mismo territorio que un coloso de ese tamaño. Sin embargo, el culto y el respeto al volcán han acompañado a quienes viven en sus faldas desde siempre.

Antes de que los primeros pobladores llegaran al centro de México, el Popocatépetl ya estaba ahí. Testigo de la historia desde hace 22.000 años, su presencia marcó la vida de los primeros pueblos que se desarrollaron a su alrededor: Cholula, Huejotzingo, Amecameca, Tlalmanalco y Chalco. Los códices de la época dan cuenta de las diferentes etapas eruptivas del volcán a lo largo de los siglos.

En el Códice Florentino, de 1577, por ejemplo, el volcán aparece representado con una gran fumarola, mientras que en los Anales del Barrio de San Juan del Río, crónica indígena de la ciudad de Puebla que data de 1665, es representado con una gran explosión que arrojó bombas y rocas incandescentes incendiando todo a su paso. Mal presagio en aquellos tiempos. “No se espantaban los indios de ver el humo por ser casi ordinario en este volcán, pero el fuego, que se manifestaba pocas veces, los entristecía y atemorizaba como presagio de venideros males, porque tenían aprendido que las centellas cuando se derramaban por el aire y no volvían a caer en el volcán, eran las almas de los tiranos que salían a castigar la tierra, y que sus dioses cuando estaban indignados se valían de ellos corno instrumentos adecuados a la calamidad de los pueblos”, cuenta Antonio de Solís en 1684, en Historia de la conquista de las tierras de la Nueva España.

Arturo Montero, arqueólogo del Instituto Nacional de Historia (INAH) y experto en alta montaña por la Universidad del Tepeyac, lleva años estudiando la relación entre los volcanes y el México prehispánico. Dice que siempre le ha interesado el significado que tenían en la cosmovisión de estos pueblos y sus distintas representaciones. A veces el Popo aparece como un dios, en otras como un punto estratégico militar en el mapa, en otras, como un lugar sagrado. “La montaña ha sido venerada desde hace más de dos mil años, depositando en sus cimas, laderas y cuevas ofrendas que ahora son del interés de la arqueología”, dice el experto.

Pero no es lo único. El volcán también servía para marcar las fechas más importantes del calendario. Durante el 9 de marzo desde la gran pirámide de Cholula ―donde después de la Conquista fue construida la iglesia de Nuestra Señora de Los Remedios― el sol se oculta sobre la cumbre del Popo como si el volcán se lo tragara. Trece días después, tiene lugar el equinoccio que da paso a la primavera. Así, en trecenas, calculaban los pueblos en torno al volcán su calendario. Con la llegada del otoño, entre el 22 de septiembre y el 4 de octubre el volcán vuelve a alinearse con el sol. En total son 156 días equivalentes a 12 trecenas exactas.

El Santuario de Nuestra Señora de los Remedios corona la Gran Pirámide de Cholula, a 10 kilómetros de Puebla.
El Santuario de Nuestra Señora de los Remedios corona la Gran Pirámide de Cholula, a 10 kilómetros de Puebla.© CPTM

Por cierto, el 9 de marzo en el calendario cristiano se celebra la fiesta de San Gregorio de Nisa. Montero coincide en señalar que desde hace siglos estas dos celebraciones se han fundido de manera sincrética. Como resultado, el volcán fue bautizado con el nombre de “Don Goyo”, diminutivo de Gregorio. El 12 de marzo, día de San Gregorio Magno, los habitantes del pueblo de Santiago Xalitzintla ascienden a una parte del volcán conocida como “el ombligo” para hacer ofrendas y festejar al coloso.

Entre 200 y 900 d. C. el arqueólogo cuenta que el volcán estuvo relacionado con el dios anciano del fuego, Huehuetéotl. “Es un dios senil que es representado con un incensario en la cabeza”, señala. Más adelante, en el periodo posclásico entre 900 y 1521 d. C, la montaña tuvo al menos tres advocaciones distintas que coinciden con diferentes estados en los que podía observarse al volcán. Una de ellas es Tezcatlipoca, conocido como el dios del espejo humeante, uno de los más misteriosos de la cosmogonía nahua. “Se considera que Tezcatlipoca vive dentro del volcán y que los humos que de ahí emanan tienen que ver entonces con esta deidad”, apunta Montero. Tezcatlipoca también era considerado el dios de la muerte, la belleza y de la guerra.

Cuando la nieve cubría el cono y parte del cráter, el volcán era relacionado con Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, al que se le representa con el color blanco y es el dios de la luz, la vida y la fertilidad. Para la cultura mexica y otras civilizaciones mesoamericanas, el dios era el hermano opuesto de Tezcatlipoca. Así aparece representado en el Códice Florentino. La veneración hacia el volcán también aparece en Historia de las Indias de Nueva España e Islas de Tierra Firme (1581), escrita por fray Diego de Durán. “A este cerro reverenciaban los indios antiguamente por el más principal cerro de todos los cerros; especialmente todos los que vivían alrededor de él y en sus faldas”, dice.

Por el contrario, la advocación que predominaba para los toltecas era la de Tláloc, dios de la lluvia y el relámpago. Conocido por su facultad para dominar el agua y hacer que crecieran las cosechas de maíz. “Los volcanes y serranías eran considerados grandes contenedores de agua por los arroyos que bajaban hacia las tierras bajas”, apunta el especialista. Es por ello que se han encontrado en las faldas del volcán y en sus manantiales restos de ofrendas y sacrificios como también describe Durán: “Por las ricas aguas que de este volcán salen y por la fertilidad grande que de maíz alrededor de él se coge (...) no olvidando el hermoso y abundante trigo que en sus altos y laderas se coge. Por lo cual los indios le tenían más devoción y le hacían más honra, haciéndole muy ordinarios y continuos sacrificios y ofrendas”.

Una representación del volcán Popocatépetl en el lienzo del Mapa de Cuauhtinchán II. Este documento del periodo virreinal (siglo XVI) temprano es copia de un documento más antiguo, de origen prehispánico.
Una representación del volcán Popocatépetl en el lienzo del Mapa de Cuauhtinchán II. Este documento del periodo virreinal (siglo XVI) temprano es copia de un documento más antiguo, de origen prehispánico.Arturo Montero (INAH)

El volcán no siempre fue llamado Popocatépetl, Montero señala que durante el siglo XII era conocido como Xiuhtépetl, que significa “montaña de fuego” y en el siglo XIV en las crónicas de Chimalpahin, se hace referencia a él como Xalliquehuac, algo así como “arena que vuela”, igual que la ceniza que ha caído estas semanas sobre Puebla. “En Occidente estamos acostumbrados mucho a nombrar los lugares para dar referencias geográficas, pero la topología prehispánica es una descripción”, dice Montero. Ese fue el nombre que recogen los escritos sobre la Conquista. Popocatépetl “cerro que humea”.

Por aquí atravesó en 1519 Hernán Cortés de camino a Tenochtitlan después de perpetrar la masacre de Cholula. El paso que se forma entre el Popo y el volcán Iztlaccíhuatl se conoce hoy en día como Paso de Cortés. Hasta aquí llegaron los emisarios de Moctezuma para persuadir al capitán de que desistiera en su empeño de llegar a la capital con regalos y ofrendas, pero no lo consiguieron. Las tropas avanzaron por encima de los 4.000 metros, justo por el camino por donde los sacerdotes y oráculos habían marcado que llegaría de nuevo el dios Quetzalcóatl.

Hernán Cortés se encuentra con los tlaxcaltecas entre los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl.
Hernán Cortés se encuentra con los tlaxcaltecas entre los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl.DEA PICTURE LIBRARY (De Agostini via Getty Images)

Durante la expedición, Diego de Ordaz fue el primero en ascender a la cumbre del volcán, una hazaña que quedó recogida en las cartas escritas por Cortés y que Montero considera fundamental en el avance de los conquistadores. “Con ese primer ascenso rompen la sacralidad y el tabú de la montaña y se torna una hazaña de repercusiones políticas”, dice el arqueólogo. Los pueblos prehispánicos llevaban subiendo al volcán más de 500 años antes de que llegaran los europeos, pero solo unos pocos sacerdotes y elegidos podían hacerlo. Unos años después, los españoles hicieron varias expediciones para obtener azufre del volcán con el que fabricarían pólvora para sus cañones.

Como arqueólogo de alta montaña, Montero explica que cada pueblo le ha dado un uso y un significado al volcán, pero que la relación con él se ha mantenido a lo largo de los siglos y que continúa vigente: “Es una frontera climática, ambiental, ecológica. Y también es parte de la identidad mexicana más la más relevante”, asegura. Todavía el Popocatépetl tiene mucho que enseñar a quienes viven cerca de él. “Tenemos que aprender a vivir con la montaña y a respetarla porque es una isla de humedad, de vegetación, de flora, de fauna, de hielo”, señala. “Los volcanes son el último reducto de naturaleza que nos quedan en el centro de México”.

El volcán Popocatépetl, el pasado 22 de mayo.
El volcán Popocatépetl, el pasado 22 de mayo.ERIK GOMEZ TOCHIMANI (AFP)

Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS México y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Almudena Barragán
Periodista de EL PAÍS en México. Escribe sobre temas sociales con perspectiva de género: desigualdad, violencia y feminismo. Ha trabajado en la sección Verne México y en diversos medios españoles y mexicanos, entre los que destacan El Economista.es y El Financiero Bloomberg. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_