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La historia propia de Guadalupe Rivera Marín

La abogada, académica y política, hija de Diego Rivera y Lupe Marín, ha fallecido este domingo a los 98 años

Guadalupe Rivera Marín
Guadalupe Rivera Marín frente a la Casa Estudio de Diego Rivera en Altavista (Ciudad de México), en 2017.Galo Cañas Rodríguez (Cuartoscuro)

Guadalupe Rivera Marín nació en una casa habitada por gigantes. Su padre fue el enorme muralista mexicano Diego Rivera y su madre, la escritora y modelo Lupe Marín, una mujer descarada, talentosa e hipnótica. Ella “no estaba preparada” para el nacimiento de su primera hija, contó Rivera Marín en el libro Un río, dos Riveras, “bien por ignorancia o bien por egoísmo”. Él la cargaba en su regazo “cuando no había nadie en casa”: “La ventaja fue que desde tan tierna edad me relacioné con el color y el espacio; las desventajas fueron las caídas que sufrí cuando el pintor se olvidaba de su encargo”. Rivera Marín podría haber seguido un camino que parecía ya marcado para ella, pero hizo el suyo y entró en la vida intelectual, cultural y política de México con una historia propia. Abogada, legisladora y catedrática, Rivera Marín falleció este domingo a los 98 años.

Las redes sociales se han llenado este lunes de mensajes de condolencia para la familia de Rivera Marín, que tiene dos hijos y varios nietos. La directora del Instituto Nacional de Bellas Artes, Lucina Jiménez, lamentó la muerte de una mujer “adelantada a su tiempo”. La senadora de Morena Ifigenia Martínez se ha despedido de una “incansable promotora cultural”. El exgobernador de Morelos Graco Ramírez, del Partido de la Revolución Democrática, lamentó en un tuit la muerte una mujer “creativa y talentosa”. La diplomática Luz Elena Baños la describió como una “defensora de los derechos plenos de las mujeres y luchadora social comprometida con un mejor país”. El secretario de Educación, Esteban Moctezuma, recordó que su “querida amiga” era “la última persona viva retratada en los murales” de la Secretaría de Educación Pública.

Una pequeña Rivera Marín aparece retratada en Unión del campesino, el obrero y el soldado, uno de los murales pintados por su padre entre 1922 y 1928 en ese edificio. En Un río, dos Riveras, el libro en el que la abogada repasa la biografía de su padre y da testimonio de su relación con él, recuerda una anécdota que ocurrió cuando ella entró en la escuela primaria. En 1936, sus nuevos maestros le preguntaron a la niña el nombre y la profesión de su padre. Ella respondió que Diego Rivera y que pintor, y agregó: “Pintor, pero no de paredes sino de cuadros”. Los maestros lanzaron una carcajada y la niña se echó a llorar, avergonzada. “No sabía que todos sabían quién era Diego Rivera”, escribió en el libro, publicado en 1989.

En una fotografía de 1927, Guadalupe Rivera Marín con su padre.
En una fotografía de 1927, Guadalupe Rivera Marín con su padre.Colección Museo Frida Kahlo

Rivera Marín había nacido en 1924 en Ciudad de México en una casa con muebles de “estilo popular mexicano” entre libros de arte, arqueología e historia. A los seis meses, solo pesaba dos kilos y medio y el médico le había dicho a su madre que moriría. Pero pasaba por su casa el escritor Alejandro Sux y se ofreció a ayudar. El narrador pidió arroz remojado en agua hervida y algodón para humectar los labios de la niña durante horas. “Con sus recetas y consejos volví a vivir”, contó Rivera Marín.

De su padre, que la llamaba Pico, recordaba las meriendas en el café El Oriental, a un costado de la plaza Santo Domingo, en el Centro Histórico de la capital. También las reuniones de comunistas, donde aprendió a decir que de grande quería “matar puritos burgueses” y donde aprendió a cantar el himno socialista italiano Bandiera rossa. De su madre, heredó el gusto por la cocina. “Aquellos tamales de elote rellenos de queso y rajas de chile poblano que eran una delicia”, escribió. Ella misma es recordada como “una gran cocinera”. De adulta escribió tres recetarios y fundó un festival gastronómico en honor a las recetas de su madre.

Mientras vivieron todos en la misma casa, ella y su hermana Ruth “tuvieron la oportunidad de tratar a extranjeros formidables que venía de Estados Unidos y Europa”, cuenta por teléfono a EL PAÍS la periodista Elena Poniatowska, que escribió una novela inspirada en Lupe Marín, Dos veces única (Seix Barral, 2015). “Diego Rivera y Lupe Marín supieron darle a sus dos hijas una carrera, que trabajaran y se valieran por ellas mismas”, continúa Poniatowska, que señala que las vidas de ambas fueron “apasionantes”. Guadalupe estudió Abogacía y su hermana Ruth, Arquitectura (Ruth se convirtió en la primera mujer en ingresar a la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura del Instituto Politécnico Nacional y murió en 1969). “Lupe pudo vivir de los laureles de sus padres, sobre todo de la fama de su padre, y quiso hacer su propia vida”, añade la periodista.

Rivera Marín estudió Administración Pública en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) e hizo, después, un doctorado en Derecho. Ejerció la abogacía por décadas y también fue catedrática en la Facultad de Derecho de la UNAM. La abogada Leticia Bonifaz, que fue su alumna, la recordó este lunes en Twitter como una “maestra exigente y comprometida”. Fue, además, diputada, senadora y delegada en Ciudad de México y miembro del Partido Revolucionario Institucional. Entre 1989 y 1998, dirigió el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México y en 2000 creó la Fundación Diego Rivera para conservar la obra del muralista.

Aunque Rivera Marín recordaba “horas y horas” junto a su padre, también había descrito el “abandono” que sintió tras la separación de sus padres, cuando ella tenía cinco años. “Vivimos en familia hasta 1929, cuando Diego se casó con Frida Kahlo y Lupe con Jorge Cuesta (...) Los recuerdos de mi infancia eran chispazos en el fondo oscuro del abandono, del miedo, del temor”, escribió en Un río, dos Riveras. El libro, dijo ella misma, “se interrumpe de manera abrupta” en ese momento por la distancia: “Al separarnos fui otra, otro fue mi padre, otra fue la vida. Las nuestras fueron, a partir de entonces, dos vidas paralelas. Cada uno en la orilla de enfrente del mismo río; cada quien en su propia ribera”.

¿Por qué entonces dedicó parte de su vida a conservar el legado artístico de su padre? Leticia Vallín, colaboradora de Rivera Marín durante más de 20 años en la Fundación Diego Rivera, lo explica así: “Ella hizo su camino, incluso en la política. Comentaba que muchas veces había encuentros calientes y posturas muy firmes. Sin embargo, siempre quedó claro que el trabajo de Diego Rivera fue un trabajo bueno para todos, para la historia y para México”. Vallín asegura a EL PAÍS que Rivera Marín quería que “el muralismo llegue a las cárceles, a los niños, a las comunidades indígenas, a las mujeres”. “Y se logró”, afirma. Tras su muerte este domingo, sus dos hijos continuarán su labor desde la fundación.

Vallín la recuerda como “una mujer reservada”, una “excelente madre y abuela”, una “gran cocinera” y “sumamente divertida”. La define como “una mujer redonda y respetuosa” que fue “totalmente auténtica” y “rebelde”: “Ella era capaz de lograr cada meta. Metas que no tenían que ver con el perfil o la educación que recibió de su papá y su mamá, que ya eran figuras muy particulares y especiales”. “Ser hija de Diego Rivera supongo que no está nada fácil. Él tiene un lugar en la historia y en el espacio, y ella tenía que hacer auténticamente su historia en su momento”. Vallín espera que tras su muerte se le dé “un lugar importante” como una mujer “que trabajó dentro de la educación, la cultura y el arte”.

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