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El Soumaya se asoma al archivo más personal del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez

Una muestra expone más de 1.000 objetos del acervo del creador que diseñó algunas de las obras que marcaron el perfil moderno de México, como la Basílica de Guadalupe o el Estadio Azteca

Retrato del arquitecto y una réplicas de sus manos hechas en silicón, elementos de la exposición.
Retrato del arquitecto y una réplicas de sus manos hechas en silicón, elementos de la exposición.Nayeli Cruz

“Ni valles, / ni aguas, / ni montañas, nos separan. / En este paisaje nacimos / en él nos reunió la vida / En él está siempre tu recuerdo”. Los versos son del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez y fueron escritos para su esposa, Olga Campuzano, en un barco rumbo a Europa; el membrete del papel dice “R. M. S. Queen Mary”. Es el primer viaje oficial del arquitecto que, años más tarde, ideará algunas de las obras que marcaron el perfil moderno de México: la Basílica de Guadalupe, el Estadio Azteca o el Museo de Antropología. “Se habla tanto del arquitecto, pero se nos olvida que también fue estudiante, esposo, padre… Eso le da herramientas muy sólidas para construir todo lo que viene”, asegura Ana Paula Robleda, curadora de Pedro Ramírez Vázquez, una exposición del Museo Soumaya que se asoma al archivo más personal del arquitecto fallecido en 2013.

Uno de los hijos del arquitecto, Javier Ramírez Campuzano, encontró el poema manuscrito entre otras cartas que no había visto nunca. Todo el tiempo, dentro del acervo que resguarda, hace hallazgos como ese. El archivo reúne más de 1.000 horas de video, 800 de grabación, 200.000 fotografías… En la exposición, que se muestra en la sede del Museo Soumaya de Plaza Loreto –no en el edificio de Polanco–, se puede ver un millar de esas piezas: planos, maquetas, fotografías, diplomas, premios, cartas. También el restirador del arquitecto, que ha salido por primera vez de la casa familiar, y réplicas de sus manos hechas en silicón. Los curadores pasaron cuatro años revisando todo el material. “Ha habido diferentes muestras dedicadas al maestro. Nunca son suficientes. Esta tiene un cariz distinto por el volumen y por la mirada humanista”, asegura Alfonso Miranda, director del museo.

Javier Ramírez Campuzano observa una vitrina en la exposición dedicada a su padre.
Javier Ramírez Campuzano observa una vitrina en la exposición dedicada a su padre.Nayeli Cruz

La misma mañana de mediados de diciembre en la que Ramírez Campuzano recorre con EL PAÍS la exposición, el arquitecto encontró una carta dirigida a su padre y firmada, entre otros, por el artista Jesús Guerrero Galván y por el muralista David Alfaro Siqueiros. Ramírez Vázquez ya había sido nombrado presidente del Comité Organizador de los Juegos Olímpicos de México 68 por el mandatario Gustavo Díaz Ordaz. En la misiva, los firmantes pedían la destitución de Mathias Goeritz, que había concebido, en el marco de los Juegos, la Ruta de la amistad, un corredor escultórico con obras de artistas de todo el mundo. “¡Unas quejas! Le decían que debía de poner cuadros de las plásticas mexicanas”, cuenta Ramírez Campuzano.

Para entonces, finales de la década de los sesenta, Ramírez Vázquez ya era un arquitecto consagrado. Había alzado la Torre Tlatelolco, en 1960, que fue sede de la Secretaría de Relaciones Exteriores; el Estadio Azteca, en 1962; el Museo Nacional de Antropología y el Museo de Arte Moderno, en 1964. Todo, sin embargo, había empezado mucho antes. Nacido en 1919, Ramírez Vázquez ingresó en la Escuela Nacional de Arquitectura en 1937. Con 24 años, fue parte del equipo que ideó el aula-casa rural, un modelo de construcción prefabricada que después adoptó la Unesco para aplicar en otros países como Bolivia, la antigua Yugoslavia o Filipinas. Más tarde vendrían el Palacio de San Lázaro (1981), el Pabellón de México en la Exposición Universal de Sevilla (1992) o el Museo Olímpico en Suiza (1993).

“Empezó a trabajar con su maestro y como maestro se nutría de colaboradores”, cuenta su hijo, que lo describe como un “director de orquesta”. Él también fue alumno de su padre y como alumno recuerda un aprendizaje que lo marcó: “No se te ocurre lo que no sabes, así que hay que saber”. La muestra repasa las diversas facetas del arquitecto y urbanista que proyectó museos, universidades, templos, hospitales, viviendas, muebles, joyas, vajilla… También alimentó una discusión que empezaba a finales de la década de los setenta, y que continúa hoy, cuando dijo que “el mejor sitio para realizar el nuevo aeropuerto de Ciudad de México es Texcoco”.

“¿Qué diferencia a Pedro Ramírez Vázquez de extraordinarios colegas? Que no se avocó a un tipo de construcción y rebasó los límites de la arquitectura. Se volvió un personaje vinculado a los principales proyectos que modernizaron el rostro de México y, muy pronto, también del mundo”, señala Miranda. A Ramírez Vázquez, que también fue funcionario público, se le criticó su omnipresencia y su cercanía al Partido Revolucionario Institucional (PRI), formación para la que ideó una sede que no llegó a realizarse. Quizás los sentimientos encontrados que todavía despierta el arquitecto quedaron expresados esta mañana de diciembre en el suspiro de una estudiante de arquitectura que visita la muestra: “Ay, cómo te quiero ideólogo del PRI”.

Fotografía del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez en la Torre Omega de Ciudad de México, en 1980.
Fotografía del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez en la Torre Omega de Ciudad de México, en 1980.CORTESÍA

Desde que inicia la muestra se oye un melodía épica que suena en cada uno de los módulos. En la sección dedicada a los mercados –el arquitecto ideó decenas que incluían áreas de ducha para los trabajadores y guarderías que hoy ya no existen–; en la sección de la Basílica de Guadalupe –que incorpora la crítica satírica del dibujante Rius en la revista Los agachados–; en la sección del Museo Nacional de Antropología... Esta última incluye un “manual” del esceneógrafo Julio Prieto sobre cómo exponer las piezas. Es una guía divertida con anotaciones como esta: “Luz de abajo: útil para ciertos efectos de relieve; es peligroso por antinatural; parecen Frankenstein”. También hay en esta sección una maqueta de las obras necesarias para trasladar, desde el pueblo donde se encontraba, el monolito que se erige hoy en el acceso al museo. Un “despojo inútil” a esa comunidad, según la historiadora Eulalia Guzmán.

–¿Ramírez Vázquez qué decía?

–Él iba a traer una estela maya, pero cuando fueron a buscarla ya se la habían robado. La cosa es que [Adolfo] López Mateos le dice a mi papá de esta piedra. Mi papá la va a ver y le dice: “Oiga, eso pesa más de 100 toneladas. Si usted me autoriza la traigo”. “Tráigala”, le dijo López Mateos. Y hubo, obviamente, muchísima oposición de muchos pobladores. Se les hizo una clínica de salud, se les hizo una réplica y los habitantes entran gratis al museo. La gente por un lado lo lamenta y por el otro están orgullosos.

Al llegar al módulo dedicado a los Juegos Olímpicos de 1968 se descubre que la música épica es la banda sonora de un documental sobre los Juegos que se celebraron en México ese año y cuya identidad gráfica estuvo a cargo de Ramírez Vázquez. El presidente Díaz Ordaz inauguró el evento el 12 de octubre, 10 días después de que el Ejército y la Policía acribillaran a los estudiantes que protestaban en Tlatelolco siguiendo la estela de movilizaciones juveniles organizadas en otras partes del mundo como Francia, Checoslovaquia, Estados Unidos o Italia.

Un modelo del logotipo de las olimpiadas de México 1968, a cargo del arquitecto.
Un modelo del logotipo de las olimpiadas de México 1968, a cargo del arquitecto.Nayeli Cruz

La muestra dedica el espacio más extenso a esta sección. Allí se expone, por ejemplo, una fotografía de los atletas Tommie Smith y John Carlos en el podio con el puño en alto en protesta contra la segregación en Estados Unidos meses después del asesinato de Martin Luther King. La foto tiene un texto en inglés que dice: “Pedro, gracias por involucrarte positivamente en los Juegos”. Hay de todo: carteles, maquetas, vestidos, rebozos y zapatos con los aros olímpicos, gemelos de oro, gafas oscuras, tequilas, platos conmemorativos, cartas de Felipe de Inglaterra. No hay, sin embargo, referencias a la matanza. “Los Juegos Olímpicos fueron un oasis de paz”, defiende Ramírez Campuzano.

En esta parte de la exposición, Ramírez Campuzano se encuentra con un antiguo colaborador de su padre, Víctor Manuel Mahbub, que fue presidente de los Pumas durante seis años. Él rechaza lo de colaborador y se presenta como “empleado del señor arquitecto”. “Ya la recorrí. Está preciosa, qué añoranzas. El señor arquitecto es una de las glorias de México”, celebra Mahbub, emocionado. Es la segunda vez que visita la exposición y le habla a Ramírez Campuzano: “Estando en las Olimpiadas, estaba el rey de España [el rey emérito] y tu mamá llegó con tus hermanas y le dijo: ‘Oye, ¿te importaría tomarte una foto con mis hijas?’. ¡Oye, le dijo! Era una señora fenomenal. Qué señorona. Usaba jeringas para arrojarle agua a la gente”.

Para ella era el poema que escribió Ramírez Vázquez desde el barco y que terminaba así: “Existir con gris / existir sin luz / lo gris de la muerte / luz de la vida / Lo gris de tu ausencia / La luz de tu recuerdo / Recuerdo y ausencia de gracias y voces / Gracias y voces de niños y niñas”. Al llegar a España, le envió otra carta describiéndole el país que se encontró. Era 1951: “Lo actual ni siquiera da tristeza sino un coraje espantoso (...) El Gobierno es una dictadura ridícula (...) El Generalísimo y las gentes que están con él son unos rateros vestidos de uniforme de portero de teatro”.

Un visitante en la exhibición dedicada a Ramírez Vázquez.
Un visitante en la exhibición dedicada a Ramírez Vázquez.Nayeli Cruz

El arquitecto tenía la costumbre de escribir o dibujar en cualquier papel que encontrara por ahí: la servilleta de un restaurante, el anotador de un hotel, un pasaje de avión. “Decían que era un diseñador frustrado que hacía garabatos. Pero eran cróquis. El croquis no es un dibujo de gran belleza, pero es la idea del autor. Él tenía muy claro qué es lo que estaba buscando”, asegura su hijo. Ramírez Campuzano no tiene dudas de que seguirán apareciendo más documentos que desconoce en el archivo de su padre. Hay un legado aún desconocido.

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