México 68, una gesta teñida de sangre
México logró en sus Juegos Olímpicos su mejor resultado en un medallero, pero los triunfos quedaron opacados por la matanza de los estudiantes antes de la cita
Felipe Muñoz estaba advertido. No podía acercarse a las asambleas de estudiantes que se empezaban a gestar en el verano de 1968 en Ciudad de México, entonces Distrito Federal. “Ni se te ocurra salir a manifestarte o acompañar a tus amigos porque tú estás arriesgando más”, le decía la directora de una de las preparatoritas clave en el movimiento estudiantil mexicano. Tuvo que obedecer, no le quedó de otra porque para ese año se había preparado para competir en la prueba de los 200 metros pecho. A sus 17 años, creía, no había alguien más afortunado por la oportunidad y también más aturdido porque 10 días antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos miembros del Ejército masacraron entre 150 y 200 jóvenes, según un informe desclasificado de la Embajada de Estados Unidos. La cifra oscila, no obstante, según las versiones. El idilio de competir en casa parecía esfumarse.
“Por un problema pequeño de jóvenes empezó todo. Creció cuando llegó la Policía a pegar a los estudiantes, se metieron muy fuerte. Me marginé de todo porque para mí tenía que ser entrenamiento y escuela. No más”, explica Muñoz, medio siglo después de la matanza del 2 de octubre en Tlatelolco. “Fue una desgracia para México. Nos enteramos de la matanza en la prensa. Sabíamos que habían muerto, pero no cuántos. Murieron en una zona habitacional donde teníamos que ir a sacar nuestros pasaportes”, recuerda el nadador.
Los deportistas mexicanos, en su mayoría jóvenes, tuvieron que abstenerse de protestar durante los Juegos Olímpicos del 68. Por incertidumbre, por temor, porque sabían que durante los preparativos a la competencia estuvieron bajo la lupa internacional. “Si no me hubiera enterado de lo que pasó a fuera, nadie de mis compañeras se hubiera dado cuenta. Los deportistas vivíamos en una burbuja”, lamenta María Elena Ramírez, gimnasta mexicana del 68. “Sí pensamos que los Juegos estuvieran a punto de no llevarse a cabo por los problemas de México, la invasión de la URSS a Checoslovaquia, los asesinatos de Martin Luther King y Robert F. Kennedy...”, rememora Felipe Tibio Muñoz.
Ramírez, recuerda, recibió un permiso de su entrenador para ir a casa. Era el 4 de octubre y ella, de 16 años, vivía en Tlatelolco. “Con problemas pude entrenar y salir de Tlatelolco porque el sitio estaba acordonado. Tuvimos que salir en el coche de extraños que nos hicieron el favor de llevarnos, no había taxis”, cuenta a este diario y explica que “en la Villa Olímpica no pasaban noticias, era un circuito cerrado”.
El 2 de octubre, los ciclistas Julio Mungía y Guillermo Mendoza llevaban puesto sus uniformes rojos de México. Ambos formaban era pareja para competir en los Juegos. Ese día, por la tarde, tomaron sus bicicletas personales para ir a la protesta pacífica que se había reunido en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco. En el perímetro, un militar les detuvo. “Mejor regrésense porque igual no vuelven”, les lanzó. Mungía y Mendoza, estudiantes del Instituto Politécnico Nacional, echaron marcha atrás.
Gustavo Díaz Ordaz, el presidente de México, inauguró las competencias el 12 de octubre como si no hubiese sucedido una semana antes. Los deportistas mexicanos se envolvieron en su coraza para enfocarse en su disciplina y poco más. A María Elena Ramírez le tocó presidir a la delegación mexicana ese día durante el desfile en el estadio Olímpico Universitario. “No tengo una emoción más grande que cuando entramos al estadio. Las gimnastas éramos las más chicas y escuchamos cómo retumbó la tribuna. Fue impresionante”, relata. “Los Juegos Olímpicos fueron una luz de paz para un mundo muy conflictivo”, resuelve Muñoz.
Los deportistas mexicanos, a 50 años de esos Juegos Olímpicos, aseguran que el ánimo de Ciudad de México se recuperó. Miguel Flores, parte del equipo de remo, asegura de que “en las calles los turistas pedían que les llevaran a los sitios y sin conocerlos los llevaban. En la Villa Olímpica se sorprendían de nuestra amabilidad”.
En el 68 no todas las historias estaban salpicadas de sangre.
“Era una niña emocionada por ganar una medalla. Lo veía como un logro importante, pero todo lo que pasó ese año no lo podía dimensionar”, narra María Teresa Ramírez, ganadora del bronce en los 800 metros libres de natación. Maritere, como le dicen de cariño, compitió con solo 14 años y se metió entre la élite dominada por la estadounidense Debbie Meyer. Se quedó con el tercer lugar por una centésima. “En los últimos 20 metros tomé aire, decidí no respirar más y aventarme”, detalla.
El Tibio Muñoz, tan atribulado, trazó sobre la piscina una hazaña al ganar la medalla de oro. La alberca en la que compitió quedaba a unos pasos de su casa y el día de la competencia las gradas estaban abarrotadas. “Mi entrenador me decía que los otros siete nadadores eran más veloces que yo, pero que era el más fuerte”, explica. Desde el agua podía escuchar a sus competidores, sus músculos empezaban a contraerse y él respondía con estirarse aún más. Cuando el alboroto de la gente llegó a su cúspide, Muñoz había llegado primero en el carril cuatro: medalla de oro. Ese día, dice con orgullo, fue a comer unos tacos de pastor con el permiso de su entrenador.
A una semana de los Juegos Olímpicos, Ann Margarit Hennigsen, no había recibido su carta de naturalización de parte de las autoridades mexicanas. Hennigsen tenía 17 años e iba a competir en el equipo de canotaje que habían creado para México. Nació en Alemania, al año y medio se mudó a Perú y desde los 14 años vive en México. “Mi novio de ese entonces me dijo ‘¡mañana vamos a registro civil y nos casamos!’ Este año celebro los Juegos Olímpicos y mis 50 años de casada”, comenta.
Al maratonista Alfredo Peñaloza le apodaban el Chivo. Ese mote se lo ganó cuando, durante los últimos metros de una competencia, era tan reñida la punta que Peñaloza se arrojó hacia adelante para ganar. Lo logró y también para que le compararan con una cabra. En los JJ OO su meta, con 21 años, era quedar entre los 10 primeros. “En la carrera me mantuve entre los 10 primeros lugares”, relata, “y ya entrando al estadio, casi en la meta, tres rivales me pasaron por delante. Fui decimotercer lugar, me siento tan satisfecho porque sé que di todo”. México vuelve a mirar al retrovisor del 1968 y ahí encuentra, en un costado, el gran festival olímpico que organizó empañado por la violencia a sus estudiantes.
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