20 años de Morelia, el festival que pone en el mapa el cine mexicano
El encuentro más importante de la industria local cumple dos décadas y no aspira a ser Cannes, San Sebastián o Venecia. Su obsesión siguen siendo las películas nacionales
El Festival Internacional de Cine de Morelia se inauguró hace dos décadas con una película que el propio director del filme no fue a ver. “Era tan incierto el tema del festival que no creían mucho en nosotros”, recuerda Cuauhtémoc Cárdenas Batel, uno de los fundadores. “Es la verdad, no es un reclamo”, asegura. Dos décadas después, el evento se ha convertido en el encuentro más importante del cine mexicano y este sábado, quizás contra aquellos primeros pronósticos, arrancó su edición 20. Los organizadores no aspiran a convertirlo en Cannes, San Sebastián o Venecia, festivales que dentro de la industria se conocen como de clase A. “Es una clasificación un poco obsoleta”, dice Cárdenas Batel. La obsesión es seguir difundiendo cine mexicano.
Era 2003 y películas como Amores perros (2000), Y tu mamá también (2001) o El crimen del padre Amaro (2002) ya marcaban el rumbo del nuevo cine mexicano. Las tres, además, habían conseguido el reconocimiento de la Academia de Cine de Hollywood: Amores perros, de Alejandro González Iñárritu, y El crimen del padre Amaro, de Carlos Carrera, habían sido nominadas en años anteriores a Mejor película extranjera en los Premios Oscar; Y tu mamá también, de Alfonso Cuarón, había competido por el galardón en la categoría de Mejor guion original.
En paralelo, sin embargo, el Gobierno del panista Vicente Fox estaba planeando deshacerse del Centro de Capacitación Cinematográfica, el CCC, una de las escuelas de cine más importantes de México, y de los históricos Estudios Churubusco. La prensa hablaba a principios de milenio de una “crisis del cine mexicano” y el número de filmes caía desde hacía algunos años: si entre 1991 y 1994 el promedio de películas producidas en México había sido de 44 al año, en 2003 solo hubo 25, según datos recopilados por el investigador Rodrigo Gómez. Entre ellas, Nicotina, esa película que inauguró el festival pero que su director, Hugo Rodríguez, se saltó.
En ese contexto fue que una crítica de cine –Daniela Michel, que coordinaba las Jornadas de Cortometrajes Mexicano–, un arquitecto –Cuauhtémoc Cárdenas Batel– y un empresario –Alejandro Ramírez, actual director de Cinépolis– lanzaron un evento para “apoyar a los cineastas mexicanos, cultivar nuevos públicos, y difundir la cultura cinematográfica de México”. Sería en la ciudad de Morelia, Estado de Michoacán, donde, casualidad o no, estaba la sede central de Cinépolis, la cadena de cine más importante fuera de Estados Unidos.
Cárdenas Batel hace algunos apuntes sobre la “suerte” que tuvieron entonces. Por un lado, dice, el Festival de Cine de Guadalajara, creado en 1986, estaba “creciendo hacia Iberoamérica” y “eso dejó un hueco” para un nuevo encuentro centrado en el cine nacional. Pero además, y pese a la falta de confianza de la que hablaba el arquitecto al principio, hubo cinco personas “fundamentales” que asistieron a aquel nacimiento: las actrices Salma Hayek y Julia Ormond, los cineastas Werner Herzog y Barbet Schroeder y el escritor Fernando Vallejo. “Y entonces”, dice el arquitecto, “al año siguiente la gente ya quería venir”.
Un antes y un después
El crítico Rafael Aviña opina que “ese primer festival fue importantísimo para la industria, para el público y para los cineastas”. Fue tan “determinante”, cree, que existe “un cine mexicano antes y después”: “Morelia capitalizó toda esa rabia contenida, esas nuevas propuestas, ese nuevo lenguaje, todos estos nuevos jóvenes que estaban tratando de conseguir un espacio en una industria muy irregular y muy castigada”. “Fue una especie de ave fénix que renace de entre las cenizas de un cine que estaban tratando por aplastar por completo”, dice.
El crítico, que ahora es programador en el festival, recuerda algunas de las películas que han marcado, según él, estos 20 años: Mil nubes de paz cercan el cielo, amor, jamás acabarás de ser amor, de Julián Hernández; ¿Dónde están sus historias?, de Nicolás Pereda; u Oso polar, de Marcelo Tobar. Eran películas “que rompían y marcaban una pauta distinta”, valora Aviña, que hacían que el público saliera de las salas “sorprendido, molesto, raro”. El crítico recuerda, por si acaso: “Todo mundo sabe que en Morelia se ve el cine de mayor vanguardia en México”.
Al principio, las producciones que entraban en la sección competitiva del festival eran solamente cortometrajes; después entraron en competición documentales y largometrajes. “Morelia apostó, pues, por estos géneros clandestinos, el documental y el cortometraje, y dio unos resultados importantísimos”, asegura Aviña.
Para el crítico, “no es casual” que cineastas que presentaron sus cortos en Morelia hace algunos años hayan dado el salto al largometraje y sus obras estén entre las 10 ficciones que compiten por ser las mejores de este año. Es el caso de Natalia Beristáin, que entró con Ruido, o Anaïs Pareto Onghena, que lo hace con Santa Bárbara. En la misma lista están Marie Benito con Días borrosos, Juan Pablo González con Dos estaciones, Laura Baumeister con La hija de todas las rabias, Michelle Garza Cervera con Huesera, Natalia López Gallardo con Manto de gemas, Alejandra Márquez Abella con El norte sobre el vacío, Anabel Caso con Trigal y Carlos Eichelmann Kaiser con Zapatos rojos.
¿Puede Morelia ser Cannes?
Para el realizador y programador Michel Lipkes, “estar en esa competencia es el logro local más grande que puede tener un cineasta mexicano”. Sobre todo, dice, por el trabajo de “diplomacia cultural” que hace el festival para que las películas sean vistas fuera del país. “Aunque su obsesión gira alrededor del cine mexicano, han logrado construir un espectro de importancia internacional potente”, señala el cineasta, cuya obra Malaventura estuvo en la competencia oficial en 2011.
“Muchas veces el destino de los festivales de cine en México es un poco errático. Me ha tocado trabajar en festivales que han sido importantes, pero que no pasaron de los cinco años”, dice el programador. Eso, señala, no ha pasado con Morelia, que en estos 20 años ha seguido creciendo. En 2003, hubo 50 cortometrajes en competencia; este año, serán 95 títulos en total entre cortos, largos de ficción y documentales. El presupuesto, según los organizadores, alcanza hoy los 40 millones de pesos, poco más de dos millones de dólares.
¿Puede, entonces, Morelia seguir creciendo hasta convertirse en un festival como Cannes, Venecia o San Sebastián? Encuentros como estos o como la Berlinale, en Alemania, el Festival Internacional de Cine de El Cairo, en Egipto, el de Locarno, en Suiza, o el de Mar del Plata, en Argentina, reciben una categoría, la clase A, que otorga la Federación Internacional de Asociaciones de Productores Cinematográficos a festivales que cumplen ciertos requisitos como, por ejemplo, tener una sección de competición con filmes que no hayan sido estrenados previamente.
Los organizadores de Morelia aseguran que ese no es el plan. “Sería absurdo exigir el estreno mundial, por ejemplo, porque estamos en octubre y pues ya pasó Berlín, ya pasó Cannes, ya pasó Toronto, ya pasó Venecia, ya pasó San Sebastián…”, señala Cárdenas Batel. El festival, asegura, crecerá hasta donde lo permita la infraestructura de Morelia, una ciudad de casi 900.000 habitantes que alcanza el récord de visitantes durante las semanas del festival, en octubre, y de Día de Muertos, a principios de noviembre. “La categoría ya no es necesariamente una categoría de calidad exclusiva”, dice el arquitecto, “cuentan los años de trabajo y los contactos que tenga cada festival”.
Claudia Prado, investigadora del CCC, coincide en que la categoría “no es determinante de la calidad del festival”. “Es una clasificación que tiene más que ver más con los intereses de grandes productores, que obviamente buscan que se generen más espacios donde puedan vender las películas”. Prado habla, más bien, de una “categoría virtual” que ha convertido a Morelia en “una puerta de entrada hacia la cinematografía mexicana”. Que no tenga esa categoría, asegura, “no impide que productoras nacionales o internacionales tengan interés en estar aquí” en el país. “Los cineastas mexicanos”, dice, “saben que estar en Morelia los pone en el mapa”.
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