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Una Chevrolet 400, Marco Polo y una rifa, al auxilio de la Navidad de Juan Manuel

Vidales decidió sortear su camioneta para costear parte de su tratamiento contra el cáncer. El vecino al que le tocó decidió de sorpresa devolverle el premio, el video del encuentro tiene miles de visitas

Beatriz Guillén
Juan Manuel Vidales junto a su camioneta Chevrolet 2000, que decidió rifar para pagar su tratamiento de cáncer.
Juan Manuel Vidales junto a su camioneta Chevrolet 2000, que decidió rifar para pagar su tratamiento de cáncer.RR.SS.

Juan Manuel Vidales asegura que su camioneta blanca es viejita, pero valiosa para los que saben del tema. Repite despacio el modelo: Chevrolet 400 SS año 2000. Siempre había querido tener una, cuenta, pero llegan a costar hasta 200.000 pesos (unos 10.000 dólares) y él no podía pagarla. Después de años de rastreo, un día de 2020 encontró una que estaba “abandonada a sol y agua”, la consiguió a buen precio y se volcó en repararla. Vidales la limpió, buscó cada pieza, ahorró, se quitó otros gastos, la arregló durante ocho meses. “Para mí, la puse bonita”, dice ahora al otro lado del teléfono, “pero cuando pasó lo del cáncer pensé: ‘la voy a sacrificar, todo esto es demasiado caro”.

Huimanguillo, Tabasco, es un pueblo chico y los vecinos veían el trasiego de don Manuel y la Chevrolet. También se enteraron pronto de la noticia: el hombre, de 47 años, tenía cáncer de estómago. En junio, Vidales recuerda que empezó a ponerse amarillo. En el hospital pensaron que era hepatitis y completó un mes de tratamiento, tras no mejorar, le detectaron los tumores. También lo dice despacio: etapa cuatro, duodeno, páncreas, estómago. “Me dijeron que no tenía muchas posibilidades, pero mientras haya vida, hay esperanza, todo puede salir bien. Me daban dos meses de vida y así a lo largo he estado luchando”, dice, porque han pasado seis.

Llevaba 18 años reparando celulares y tuvo que dejar de hacerlo. Desde la noticia viaja con frecuencia hasta Villahermosa, la capital del Estado, a un hospital público donde ha tenido cuatro sesiones de quimioterapia y una cirugía de urgencia, donde le extirparon una vesícula ya demasiado dañada y le colocaron un bypass. “Estoy muy agradecido porque me abrieron las puertas de ese hospital, yo no tenía dinero para ir a uno de atención particular, pero está muy saturado, hay muchos enfermos, tardan en encontrar los medicamentos, entonces hay que comprarlos, hay que estar preparados”, reconoce.

Un estudio reciente de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) apunta que siete de cada 10 pesos que los mexicanos se gastan en salud, sale de sus bolsillos. Ante un sistema público insuficiente y fragmentado, que ha tenido que hacer frente a la brutal crisis sanitaria de la covid-19, los ahorros particulares se han convertido en la única forma de acceso a los hospitales para muchas familias; para Vidales, sin trabajo y con los gastos, ese tíquet era la Chevrolet.

Su hija y su hermana, que son las que conocen bien eso de las redes sociales, se informaron para organizar una rifa. El gran trofeo sería la camioneta, pero habría un segundo premio de 20.000 pesos y otro de 10.000. “Mis amigos me dijeron que si estaba tirando la casa por la ventana ahora que estaba enfermo”, cuenta riéndose. El precio del boleto era de 199 pesos (unos 10 dólares) y vendieron casi la mitad. Llegaron hasta Tijuana, Coahuila y Estados Unidos, y por supuesto, los vecinos de Huimanguillo.

Marco Polo Rodríguez junto a la camioneta que ganó en la rifa.Vídeo: CORTESÍA

La familia de Marco Rodríguez había comprado casi 35: tenían todos, hermanos, primos, hijas y Marco Polo, el hijo pequeño, de 16 años. En su chat de WhatsApp de racers, Rodríguez y sus amigos pasaron de hablar de coches y motos a publicitar la rifa por todas partes. Dice Rodríguez que es tan grande la dicha de Dios que el 24 de diciembre le marcaron para contarle que había ganado la camioneta. “Buscamos los números en la lotería, los tíquets del boleto, y se la había sacado mi hijo. Yo le dije: ‘Está a tu nombre, ¿qué quieres hacer?’, ‘Lo que dijimos, papá, se la vamos a regresar”, cuenta el hombre por teléfono. “Pues vamos a comprarle un moño, bien grande, llegamos y se lo ponemos a la camioneta”.

Vidales se sorprendió del lazo rojo gigante que le habían colocado a la Chevrolet, pero pensó que era cosa de su hermano. Se colocó con una silla en el centro del garaje —apenas puede caminar tras la operación— y a su lado, Marco Rodríguez y Marco Polo Rodríguez. Comenzaron a grabar. Flaco, con camisa de cuadros y pantalón beige, el antiguo reparador de teléfonos da las gracias a todos los participantes de la rifa, a la que llama ya su bendición. “Aquí le entrego su premio, muchísimas felicidades”, le dice sonriendo al chaval alto y espigado, a quien le da una carpeta con los documentos del vehículo. “Me siento muy contento, muy alegre, de estar con ustedes todavía”, se despide abrazándose el cuerpo.

Pero la cámara sigue. Marco Rodríguez se acerca a la camioneta, toca el moño rojo y articula a duras penas: “Un regalo”. “Yo no podía hablar, no me salía la voz, me ganó la emoción”, recuerda ahora riéndose. Marco Polo le acerca de nuevo los papeles a Vidales, que comienza a llorar. El vídeo, pensado solo para los participantes de la rifa, se ha viralizado y acumula miles de visitas.

“Fue un regalo de Navidad”, dice Vidales, a quien las palabras de agradecimiento se le atropellan en la garganta. “Ver a Marco Polo tan contento, tan satisfecho con darme de vuelta la camioneta, eso fue lo que me derrotó, otro joven hubiera dicho ‘pues yo me la quedo”, dice e insiste que nada del agradecimiento es por el premio material, “es la emoción de saber que existe gente con tanta humanidad”. “Me he dado cuenta del cariño de la gente y se vuelve uno sensible, se pone alegre de los buenos corazones, qué padre”.

Ahora, Vidales ha decidido no vender la camioneta, que se ha convertido en su amuleto: “Solo lo haré si de últimas, últimas, ya no tengo de dónde jalar”. Por delante le quedan varias sesiones de quimio para tratar de reducir el tamaño del tumor y ver si es candidato a que le puedan operar y quitárselo. “Dependiendo de cómo se vaya comportando, el cáncer es muy raro”, dice, sereno, “yo quiero seguir viviendo, por eso estoy luchando”.

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Beatriz Guillén
Reportera de EL PAÍS en México. Cubre temas sociales, con especial atención en derechos humanos, justicia, migración y violencia contra las mujeres. Graduada en Periodismo por la Universidad de Valencia y Máster de Periodismo en EL PAÍS.

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