La medicina pospandemia y los cuidadores del futuro

La pandemia cambió en tiempo real la forma en que se aprende, se piensa y se practica la medicina y el cuidado. Estudiantes, científicos y trabajadores de salud de América Latina cuentan cómo la covid-19 transformó sus experiencias y qué creen que puede o debe cambiar en los sistemas sanitarios de la región

La medicina pospandemia
y los cuidadores del futuro

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Apenas hace falta escarbar un poco en la superficie de internet para toparse con una especie de profecía: reportajes, películas, entrevistas, novelas, documentos y libros de no-ficción que, desde unos pocos meses hasta varios años antes de las primeras noticias sobre el nuevo coronavirus, anticipaban la llegada inminente de una pandemia —en algunos casos con un nivel de precisión sorprendente— y advertían que el mundo no estaba preparado para enfrentarla. Ambas cosas eran ciertas. Pero no sirvió de mucho.

Incluso con la pandemia encima, cuando las noticias de Asia y Europa permitían ver en directo lo que se avecinaba, la mayoría de los gobiernos de América Latina solo fueron asumiendo la realidad a fuerza de golpes, pasando del optimismo injustificado (el virus no contagia tanto en climas cálidos) a la negación (no es más grave que la gripe) y la resignación (ningún país estaba estaba preparado), para terminar en el mismo lugar donde terminaron todos: llamando “héroes” al personal de salud que, hasta hacía poco, les reclamaba por los insumos más elementales de protección, y que tuvo que cargar con los errores políticos del presente y del pasado. Daba igual de quién fuera la culpa: a la hora de la verdad, la responsabilidad de enfrentar al virus cayó sobre sus espaldas, al igual que la falta de recursos y la fragilidad de los sistemas sanitarios de la región.

¿Cómo ha transformado esta experiencia el trabajo del personal de salud? ¿Ha cambiado la mirada que tienen sobre sus tareas y sus profesiones? ¿Qué cosas no serán iguales después de la pandemia? ¿Quiénes son las personas que hoy, después de haber visto cómo el mundo los aplaudía por su valor en “la primera línea de combate” pero los trataba como carne de cañón, quieren dedicarse a cuidar de otros?

Estas son algunas de las preguntas que guiaron el trabajo de un equipo de editoras, diseñadores e ilustradoras de distintos países de la región, que fueron seleccionadas por El Surtidor para formar parte de Latinográficas, una iniciativa de colaboración para impulsar el periodismo visual desde Paraguay. En alianza con EL PAÍS América, las nueve becarias de Latinográficas se abocaron a buscar, producir e ilustrar las historias que forman de este especial, siguiendo la consigna de una frase célebre que el escritor ecuatoriano Jorge Enrique Adoum se encontró una vez en las calles de Quito: “Cuando teníamos todas las respuestas, nos cambiaron las preguntas”.

“La forma en que vemos a los pacientes ya no será la misma”
Pedro Guevara, médico,
26 años (Placetas, Cuba)

Para Piter, como lo conocen sus amigos, el peor día de la pandemia fue también el que lo hizo sentirse “el médico más orgulloso del mundo”: estaba de guardia en un hospital de campaña con cuatro pacientes gravemente enfermos que necesitaban oxígeno, pero solo había una bomba. Desesperado, el joven médico rompió su estetoscopio y utilizó la manguera en forma de “Y” para permitir que dos pacientes pudieran respirar al mismo tiempo. Los cuatro pacientes sobrevivieron.

    Hacía menos de un año que Pedro Guevara se había graduado de médico cuando se convirtió en redes en el “héroe del estetoscopio”, en agosto de este año. Cuando la pandemia se intensificó, fue llamado primero para una misión nacional en La Habana. Tuvo que dejar a su esposa y a su hija de un año solas en Placetas, una ciudad del centro de Cuba, para encontrarse con el impacto de la enfermedad. Después de un tiempo regresó a su ciudad y se puso a trabajar en la sala de alto riesgo de un hospital de campaña las 24 horas del día, con diez camas a cargo, e hizo todo lo posible para salvar a los pacientes a pesar de la escasez de suministros.

    La pandemia, cree Píter, resultó ser más fuerte que la salud. Más de 7.500 cubanos han muerto como consecuencia de la covid-19, cuya gravedad se multiplicó por la precariedad y limitaciones de recursos que ya existían en la isla antes de la pandemia. El virus también demostró ser más fuerte que su propia salud: Piter, de 26 años, se infectó, desarrolló una enfermedad grave y tuvo que ser hospitalizado. “La pandemia nos hizo más sensibles”, dice. “Ahora miro al paciente con más cariño, también por haber estado en su lugar. La forma en que vemos a los pacientes ya no será la misma, creo que el vínculo se ha vuelto más estrecho ”.

    Piter espera que el cambio sea recíproco. Durante la pandemia, la población vio que el trabajo de los médicos es un desafío, que arriesgan su vida diariamente y, al mismo tiempo, ponen en riesgo la salud de sus familias. La pandemia afectó a todos y demostró que hay personas que harían cualquier cosa por la vida de los demás.

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“No me imagino a un epidemiólogo que no conozca un poco de comunicación”
Zulma Cucunubá, epidemióloga,
35 Años (Bogotá/Londres)

A comienzos de 2020, el Whatsapp de Zulma Cucunubá se empezó a poblar de mensajes de amigos que conocían su trabajo: “¿Esto es un virus fabricado? ¿Nos vamos a morir? Me preguntaban cosas muy chistosas y yo les respondía, pero en un punto ya era desgastante”, recuerda Zulma, que es médica epidemióloga de enfermedades infecciosas y trabaja como investigadora del Imperial College London y del Departamento de Epidemiología de la Universidad Javeriana, en Colombia.

    Como las noticias eran cada vez más alarmantes y las dudas se reproducían a la misma velocidad que la desinformación, Zulma encontró una forma de comunicar lo que sabía a todos a la vez: Twitter. En enero de 2020, dos meses antes de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarase la pandemia, ella redactó un hilo de tuits explicativos sobre el origen y el rumbo de la covid-19, con emojis y enlaces a artículos que describían cómo la ciencia se desarrollaba en tiempo real.

    “Me tocó quitarle las notificaciones al celular porque eso explotó y creo que fue porque en Latinoamérica nadie, hasta ese punto, había escrito nada ni había hecho muchas declaraciones”, afirma. Estaba preocupada. Sabía que la región no estaba preparada para una pandemia, pero ella trabajaba horas recogiendo información para analizar y después cumplir con el trabajo de divulgación que había asumido. “Era muy raro ese rol de comunicar sin asustar, pero sin disminuir la importancia de lo que era eso”, cuenta. Al encontrarse en esa misma disyuntiva, la OMS solicitó a la comunidad científica entrar a las redes sociales y comenzar a informar.

    “Varios grandes del Internet, como Twitter y Google, hicieron esa alianza con la OMS, para poner los contenidos oficiales de entidades de salud primero”, explica, “y en Twitter la opción fue certificar a los científicos, para que pesara más nuestra opinión que la de influencers. Nos volvimos voces autorizadas, si se quiere, en las redes”. En el trayecto, empezó a reflexionar sobre la importancia de una epidemiología más multidisciplinaria, pues, aunque trabaja con salud pública, matemáticas, inmunología, biología e ingeniería, hace falta, por ejemplo, involucrar a las ciencias sociales.

    “No me imagino a un epidemiólogo que no conozca, al menos, un poco de la comunicación”, enumera, “de economía para entender la sociedad en que se mueve y de antropología para entender cómo meter esa información dentro de los modelos matemáticos que hacemos”. Se trata de buscar más diversidad, dice, de ganar más aportes y más métodos, de “que entren más mujeres, más comunidades y minorías”.

    Zulma cree que una de las claves para prepararse a futuro es empezar a educar en epidemiología desde el colegio, pues no deberían considerarse conocimientos reservados para la comunidad científica. Y también entrenar la resiliencia. “Para esta pandemia se necesitaron 15.000 Unidades de Cuidados Intensivos (UCIs) y si para la otra se necesitan 40.000, ¿qué vamos a hacer? Esa resiliencia está dada por adaptarse y ser flexible. ¿Tener un backup qué significa? Tener más gente entrenada de la que al final se necesita. Yo resumiría que la preparación se basa en planear para ser resiliente”.

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“Se perdió la oportunidad de equivocarnos con un paciente”
Laura Catalina Londoño, estudiante de enfermería,
23 años (Manizales, Colombia)

El 7 de marzo de 2020, Laura Catalina Londoño charlaba con sus compañeros de práctica y tomaba café en la casa de un paciente en Villa María, un pueblo cercano a la ciudad de Manizales, cuando una docente que les acompañaba miró el celular y les anunció una noticia: se había confirmado el primer caso de coronavirus en Colombia. Nueve días después, aunque en su ciudad no se había reportado ninguna infección, el país entró en cuarentena y estudiar se volvió un reto.

    Laura está en el séptimo semestre de enfermería y ha cursado tres de forma virtual. Tuvo que aprender sobre diabetes, hipertensión y hasta sobre cirugía a través de una pantalla. No ha podido hacer sus prácticas clínicas en el hospital. Sus profesores han hecho malabares para enseñarle: han fabricado sus propios modelos caseros de órganos en cartón o plastilina, han dibujado algunos mecanismos de funcionamiento del cuerpo humano y usado maniquíes para explicar cómo se hace una reanimación cardiopulmonar.

    Pero Laura cree que el contacto humano es irremplazable: “No ves realmente cómo se ve una persona que tiene diabetes avanzada. Eso de cierta manera nos vuelve un poco deshumanizados, en el sentido de que ya no nos vamos a dar cuenta realmente cómo se afecta a una persona no solo físicamente, sino en el ámbito social, en el familiar, en el emocional”. Para ella, estos vacíos en la formación serán el principal reto al que se enfrentarán los enfermeros y las enfermeras del futuro. Es un tema constante de conversación con sus compañeros. “Hay estudiantes que están en séptimo semestre y no saben cómo canalizar una vena, nunca tuvieron la oportunidad”, dice. “Se perdió la oportunidad de equivocarnos que tenemos los estudiantes: equivocarnos con un paciente, en un diagnóstico, de preguntar y que haya un superior que nos responda”.

    Durante la emergencia, Laura trabajó como voluntaria en la organización del cerco epidemiológico en el aeropuerto de su ciudad y atendiendo llamadas desde su casa. También se involucró en la representación de los estudiantes de su facultad. Así, la pandemia transformó su visión sobre la enfermería: le enseñó que su profesión va mucho más allá de la asistencia a los pacientes en el hospital. “Me dí cuenta que la enfermería tiene el poder desde mucho antes de la enfermedad de controlar un poco los altos índices de ocupación en los hospitales y de represión en los servicios de salud. Entendí que si enseño a la gente a tomar decisiones positivas desde antes de que se enfermen, estoy colaborando a que en un futuro los sistemas de salud dejen de tener tan mal servicio por la excusa de que hay muchas personas para atender”.

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“La telemedicina llegó para quedarse”
Henry Cohen, médico gastroenterólogo,
66 años (Montevideo, Uruguay)

“Más vale dedicar un minuto más que uno menos, una sonrisa más que una de menos y siempre estar acompañando al paciente. Eso lo aprendí en 40 años de médico, pero nunca fue más vivido para mí que este año y medio”. Así lo resume Henry Cohen, un reconocido gastroenterólogo y coordinador de salud del Grupo Asesor Científico Honorario, que aconsejó al gobierno uruguayo en la gestión de la pandemia.

    Este grupo conformado por más de 50 científicos de varias ramas publicó análisis y recomendaciones sobre el virus casi en tiempo real en medio de la incertidumbre por la falta de evidencia científica y trabajó para que se fortalecieran los centros de terapia intensiva en Uruguay. Varias veces usaron metáforas futbolísticas para explicarle a la gente la información científica. “Una de las virtudes de la pandemia o donde más encontrás cosas positivas, es en la relación entre los científicos. El contrato es con la ciencia, entonces esa democratización del acceso a la información científica es muy importante”, explica.

    Desde 2014, Cohen dirige ECHO Uruguay, un proyecto en el que médicos especialistas asesoran de forma virtual a médicos generales y personal de salud en zonas rurales para diagnosticar y tratar enfermedades complejas. Durante la pandemia, el proyecto sirvió para compartir conocimiento sobre el coronavirus con colegas de otros países.

    En sus palabras, “uno de los aprendizajes de la pandemia es que la telemedicina llegó para quedarse”. La necesidad de descongestionar los hospitales hizo posible pensar que no es necesario acudir por cualquier dolencia. “Hay algunos que piensan que así como vamos menos al banco que antes, también sería bueno que la gente fuera menos a los hospitales, que quedaran para situaciones realmente válidas. Esto viene unido a lo que vendría a ser un cambio de paradigma en la salud: que debería ser menos centrada en lo curativo y más en lo preventivo”, dice.

    Para Cohen, esa medicina del futuro requiere médicos con nuevas habilidades de otras disciplinas que, por su puesto, no olviden la importancia humana de su profesión: “Tenemos que enseñar una cantidad de cosas para que los nuevos médicos se acompasen a esta situación sin dejar de entender que por más inteligencia artifical, por más big data, agarrarle la mano a un paciente y darle un abrazo a un acompañante o familiar va a ser siempre muy importante, y nada lo va a sustituir. El contrato nuestro no es ni con la mutualista, ni con el administrador de salud, ni con el director del hospital: es con los pacientes”.

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“Si no llegamos a la comunidad, estamos llegando tarde”
Belén Ramírez, médica humanitaria,
42 años (Paraguay)

Belén Ramírez cree que si con la pandemia no se ha aprendido que en salud hay que trabajar desde el territorio, no se aprende más. Desde hace once años trabaja para Médicos Sin Fronteras y en este tiempo tuvo la oportunidad de recorrer países como Yemen, Nigeria, Sudán, Guatemala y Colombia para tratar enfermedades como el cólera y el sarampión. Pero fue el ébola lo que mejor le entrenó para enfrentar a la covid-19 en Paraguay. “Con la gran epidemia del ébola en 2014 entendimos que si no llegamos a la comunidad, estamos llegando tarde”.

    Planeaba retornar al Congo en 2020, pero decidió cambiar su misión cuando supo de los primeros casos de covid-19 en la región. “Elegí trabajar en mi propio país por miedo. Ahí está mi mundo más vulnerable, mi familia”, dice. Le tocó atravesar la pandemia en meses en que se sabía poco del virus. Pero se dedicó a hacer lo que mejor sabe en esta situaciones: llegar a un lugar, mirarlo, entenderlo, evaluar, proponer e implementar. Visitó hospitales y albergues en todo el país, espacios puestos por el Estado donde debían hacer cuarentena obligatoria los paraguayos migrantes que huían de la explosión de casos en países como Brasil, Argentina y España y que con suerte tenían agua y jabón. En esos lugares se aseguró de establecer protocolos mínimos de bioseguridad con la gente. Pero no fue fácil.

    Belén cuenta que varias veces sugirió en sus evaluaciones que se ubiquen promotores de salud donde hacían falta. Pero repetidamente le decían que no contaban con esas personas. “¿Quién le explica a la gente cómo debe cuidarse si no hay promotores de salud?”, dice. Pensando en el futuro, está segura que este rol debe ser fortalecido. “Necesitamos entrenar al personal de salud desde la universidad en epidemiología, control y prevención de infecciones, manejo de hospitales. Necesitamos hacer mucho más énfasis en enfermería. La enfermera tuvo un papel crucial en la pandemia. Y necesitamos hacer muchísimo énfasis en lo que es la atención primaria de la salud”, dice.

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“Si los pacientes están bien, el personal de salud está mejor”
Ivo Corbalán, chofer de ambulancia,
21 años (Santiago del Estero, Argentina)

La primera canción que Ivo Corbalán le cantó a Carlos Oviedo, un paciente que estaba en terapia intensiva, fue un clásico de Sandro de América: “Tus labios de rubí de rojo carmesí, parecen murmurar mil cosas sin hablar. Y yo que estoy aquí, sentado frente a ti, me siento desangrar sin poder conversar”. Ivo no conocía a aquel paciente, pero alentado por la directora del centro de salud en el que trabaja, que sabía de la mala situación personal y laboral del paciente, entonó la canción al otro lado de la puerta de la habitación en donde estaba aislado. Por un momento, Carlos volvió a sonreír y a agitar sus manos al ritmo de la música.

    Ivo empezó a ser chofer de la ambulancia del Centro de Salud Mamá Antula de una forma inesperada. Solía trabajar como conductor para un medio de comunicación, pero se quedó sin empleo meses antes del primer caso de covid en Argentina y encontró un lugar en este centro de atención en Santiago del Estero que era tan nuevo que ni siquiera tenía personal, pero que terminó dedicándose exclusivamente al tratamiento de pacientes con covid.

    Cuando comenzó la pandemia era un principiante en el área de la salud, pero no dudó ni por un segundo en seguir en Mamá Antula. “Con 21 años, ¿qué tengo? Tengo fuerza, ganas y voluntad para trabajar y para ponerle el pecho a esta bala. Para eso me he presentado, para manejar la ambulancia y para colaborar en todo lo que se pueda”, recuerda que pensó cuando sus jefes le preguntaron.

    Ivo es evangelista y canta canciones cristianas, le encanta hacer transmisiones en vivo en Facebook en las que anima y pasa música para sus amigos. Y en su trabajo logró integrar sus pasiones: canta cuando lava la camioneta, juega al locutor mientras transporta pacientes para animarlos y canta para hacerles compañía en el centro de salud. Recuerda, por ejemplo, cómo animó a Rosario, una mujer que tenía que llevar al centro para una tomografía, haciendo voz de locutor: “Estamos escuchando la música que sigue sonando aquí a través de Radio Nacional. Saludamos a nuestra paciente Rosario que está ahí escuchando la radio como siempre, como todas las tardes.También saludamos a todo el Centro de Salud Mama Antula. Muchísimas gracias por estar prendidas, chicas, saludos para todos, puñado de besos para todos”, cuenta que decía mientras conducía la ambulancia.

    Pero mientras maneja, dice, está concentrado, nunca nervioso, aunque tenga que ir rápido y con la sirena encendida. Es consciente de la importancia de las vidas que lleva al hospital. “A los pacientes hay que tratarlos como un ser querido, como un pariente, como un hermano, como un amigo, como algo de lo mejor. Para que ellos se sientan bien acompañados. Si ellos están bien, el personal de salud está mejor”, dice.

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“El médico no puede vivir en un mar de lágrimas todo el tiempo”
Sofía Rondón, estudiante de medicina,
24 años (Caracas, Venezuela)

Sofía Rondón, quien asistía voluntariamente en el área de maternidad del Hospital Central Dr. Miguel Pérez Carreño en Caracas, tenía, como todos, miedo de contagiarse. Más que desarrollar una enfermedad grave, lo que temía era contagiar a su familia. Aún así, se sorprendió al ver la reacción de algunos profesionales de la salud cuando se encontraron con un caso de covid al comienzo de la pandemia. “Vieron a un paciente positivo y gritaron, corrieron, salieron del hospital y pensé: 'El paciente está ahí, te está escuchando’”.

    Sofía cree que lo mínimo que puede hacer un médico es empatizar, pero que es necesario encontrar la delgada línea entre ponerse en el lugar del paciente e involucrarse con su dolor. La pandemia trajo sufrimiento, pero el médico "no puede vivir en un mar de lágrimas todo el tiempo", dice. En Venezuela, que registra oficialmente unas 5.000 muertes por covid —una cifra que podría ser de cinco a siete veces mayor, según los investigadores—, la situación se ha agravado por la falta de suministros. No hay suficientes camas o equipos de alta gama, los medicamentos básicos escaseaban y los artículos de bioseguridad estaban racionados.

    “Los pacientes se atienden cuando hay espacio, pero tienen que traer las ampollas, los antibióticos, las soluciones, porque a veces hay y otras no. Y si el paciente o familiar no lo trae y el médico no puede conseguirlo, a veces saca de su bolsillo”, dice. Con la pandemia, Sofía vio que la idea de que ser médico es sinónimo de salvar vidas era solo una idealización. Incluso cuando el paciente tenía una cama en la UCI, personal e insumos médicos a su disposición, podía no ser suficiente para ganarle a la covid-19. “A veces no depende de usted, sino del cuerpo del paciente, si responde al tratamiento, o el destino, la voluntad de Dios, sea la que sea ”.

    Sin embargo, en ningún momento la pandemia hizo desaparecer su deseo de continuar sus estudios y convertirse en médica. Incluso en medio del caos, nunca pensó que había elegido la profesión equivocada ni tuvo miedo de trabajar en un hospital. En lugar de huir, quería estudiar más y más. Y eso no le sucedió solo a Sofía. Dice que sus compañeros de la universidad y los residentes del hospital tuvieron la misma impresión: la pandemia reforzó su deseo de seguir estudiando medicina. Algunos incluso decidieron quedarse en el país, que sufre un éxodo de trabajadores de la salud debido a la crisis económica y la represión política. “Muchos me decían: 'No me voy, me quedo, todavía hay mucho por hacer aquí'”.

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“El médico ya no puede ser simplemente alguien que se sienta frente al paciente”
José Maria Malvido, infectólogo,
44 años (Buenos Aires, Argentina)

José Maria Malvido, un infectólogo argentino de 44 años que vive en Buenos Aires, acababa de separarse cuando comenzó la pandemia. Como el proceso apenas comenzaba, aún no se había decidido el régimen de visitas para sus hijos. El tribunal entendió que pertenecería a un grupo de riesgo, como si fuera un eterno caso sospechoso, y le impidió verlos. Fueron siete meses de pandemia en los que Malvido siguió principalmente por teléfono el crecimiento de sus hijos de 2 y 4 años.

    Para no pensar demasiado en su situación, centró toda su atención en la pandemia. Trabajó de lunes a lunes como jefe de operaciones en el hospital público Alberto Balestrini de La Matanza, ubicado en una zona pobre y superpoblada en la provincia de Buenos Aires. El hospital solo llevaba seis años en funcionamiento cuando empezó la pandemia. El equipo, que no contaba con mucha experiencia ni formación, se enfrentó a un escenario imprevisto. “Fue muy difícil ese período entre tener que enviar gente a hacer cosas, gestionar equipos Interdisciplinarios y aún no tener la confianza de las mismas personas a las que le estás dando indicaciones”.

    Malvido también trabajaba en una clínica privada y daba clases virtuales pero, como si todo eso fuera poco, decidió comenzar un diario junto con una compañera para recopilar todo lo que estaban experimentando. El diario, publicado en Instagram (@detrasdelosbarbijos), no solo sirvió como forma de distracción: cumplió el papel de mejorar la comunicación dentro del propio hospital. Los empleados leyeron las historias publicadas, vieron sus nombres incluidos y sintieron que estaban trabajando juntos contra el virus.

    No es de extrañar, por tanto, que Malvido crea que la pandemia puso en valor la atención interpersonal. Durante su trabajo presenció, más de una vez, una videollamada entre un familiar y un paciente, que a veces sacaba de allí la fuerza necesaria para volver a combatir la enfermedad. Él mismo se encontraba a menudo llamando a los pacientes para comprobar cómo estaban, y cree que el seguimiento virtual o telefónico debería ser cada vez más común en la atención. “El médico ya no puede ser simplemente alguien que se sienta frente al paciente. Tienes que romper la dinámica de los turnos a dos meses y ser más consciente de lo que sucede a tu alrededor. Claramente se observó que no es lo mismo acompañar a las personas que verlas una vez y no volver a saber de ellas nunca más”.

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“Por haber arriesgado nuestras vidas, ahora nos llaman ‘doctores’”
Omar Casanova e Isabel García, promotores de salud,
28 y 29 años (Nación Comcaac, Sonora, México)

La tercera muerte por covid-19 en su comunidad sorprendió a Omar saliendo de un campamento pesquero. Mientras acomodaba las redes, se enteró de que la falta de atención médica había llevado a otro fallecimiento en menos de diez días. Entonces dejó su trabajo y se fue al centro de salud rural para tratar de hacer algo.

    “No era opción ver a la gente morir”, dice Omar Casanova, un joven de 28 años que actualmente trabaja como promotor de salud en el Desemboque de los Seris, un pueblo perteneciente a la Nación Comcaac, aislado en medio del desierto y frente al mar en Sonora, al noroeste de México. A pesar de no tener la preparación suficiente, los medicamentos o equipo de protección necesarios en la pequeña clínica, Omar e Isabel García —su compañera de 29 años— lograron proteger a una comunidad de menos de 400 habitantes durante la pandemia. Ninguno tenía formación académica oficial: eran un pescador y una artesana que se interesaron por la salud de su pueblo.

    “Teníamos un conocimiento nulo de la covid-19 y también de la medicina, aunque sabíamos lo más básico”, explicó Omar. Fueron capacitados como promotores de salud en la prevención de enfermedades crónicas como diabetes e hipertensión por el médico que contrató la Secretaría de Salud para atender a la gente, hasta que él mismo se contagió y tuvo que irse. “Ya estamos aquí, vamos a buscar la manera de parar esto”, dijeron entonces, y se quedaron a hacerle frente a la pandemia.

    Durante meses estuvieron solos, porque la ayuda del Estado llegó tarde. Pero lo que hicieron —mal o bien, dicen— les entregó la confianza de la gente. “Por haber arriesgado nuestras vidas, ahora nos llaman ‘doctores’”, cuenta Isabel, quien logró combinar el uso de la medicina occidental y la medicina tradicional utilizando hierbas del desierto, infusiones con agua de mar y otros métodos que ayudaron a sanar las vías respiratorias de los enfermos cuando no había medicamentos.

    “Queremos ser utilizados como herramienta, que nos den acceso a los hospitales y se apoyen en nosotros para acompañar el proceso de las comunidades, en su lengua, que nos den el crédito que necesitamos y nos empleen como debe de ser, para crecer y trabajar”, dice Omar. Hasta hoy, ambos comparten un solo contrato de la Secretaría de Salud: tienen que dividir en dos el suelo para una sola persona. Al miedo ya lo perdieron hace meses. Solo les preocupa que la comunidad siga siendo ignorada, y no poder contar con el apoyo suficiente para su gente y para ellos.

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“La pandemia demostró que hay muchos curanderos”
Otávio Mariano, estudiante de medicina
(Campo Grande, Brasil)

Más de 35.000 estudiantes brasileños aseguraron un lugar en el competitivo examen de ingreso para estudiar medicina en 2018. Para ellos, el camino próximo estaba claro: los dos primeros años serían de estudio teórico, los dos años siguientes —2020 y 2021— iban a estar marcados por la experimentación en diversas áreas médicas a través de clínicas y, finalmente, en los últimos dos años, llegaría el momento de hacer un internado. Pero no fue así como resultaron las cosas.

    Otávio Mariano, uno de los 80 estudiantes que ingresaron en 2018 a la carrera de medicina en la Universidad Federal de Mato Grosso do Sul, cuenta que acababa de comenzar las clínicas de cardiología y neumología cuando estalló la pandemia en Brasil. Se interrumpieron las clases prácticas y la enseñanza se volvió remota. Toda la experiencia prevista para el tercer año de Medicina (neurología, ortopedia, psiquiatría y otras áreas), se restringió a libros y profesores.

    Cuando volvieron las clases prácticas, en 2021, la universidad decidió resumir todas las clínicas afectadas: el tiempo normal, de dos meses y una semana, se convirtió en un mes. “Perdimos la oportunidad de ocasiones en que el residente o el médico se cansa de hacer un determinado examen y termina enseñando a un alumno a ganar tiempo. Cosas así, si no tienes la oportunidad, nunca lo volverás a hacer porque te vas a otra área. Y luego, cuando te conviertas en médico general, no tendrás el coraje de hacerlo porque nunca lo hiciste ”.

    Otávio cree que, además de los problemas en la formación, la pandemia ha afectado a la medicina en su conjunto, porque ha minado la idea de que el médico tiene el control de la situación y que siempre tiene la razón. “La pandemia demostró que hay muchos curanderos. Entonces creo que el médico ha perdido un poco la credibilidad y la gente lo cuestionará más”.

    En enero de 2022, si nada más se interpone, Otávio comienza su quinto año de medicina y, con ello, su internado. Sin embargo, después de todo lo que ha sucedido, se siente más inseguro de lo que le hubiera gustado: “Siento que si no hubiera surgido la covid-19, ahora estaría más seguro para servir con más claridad y confianza. La pandemia me quitó la experiencia médica. Creo que sin ella estaría más seguro para tratar a los pacientes, saber hablar con ellos, calmarlos”.

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“Necesitamos reflexionar nuevamente la solidaridad”
Vivian Camacho, directora general
de Medicina Tradicional de Bolivia

Vivian Camacho piensa que la lógica de que “solo el pueblo puede ayudar al pueblo” fue clave para salir adelante en la pandemia. Por eso los saberes ancestrales y la medicina tradicional cobraron una nueva relevancia en este tiempo. ¿Y cómo no, sostiene, si en las comunidades indígenas de Bolivia no había siquiera una aspirina para atender a los enfermos?

    Vivian tiene una doble formación en salud: la occidental-académica, como una cirujana que se especializó en Bélgica, y otra tradicional como mujer partera de la Nación Quechua en Cochabamba, Bolivia. Durante la emergencia sanitaria, ella se dedicó a organizar talleres, compartir sus conocimientos y escuchar las experiencias de otras personas: habló de plantas, de sus usos y de preparados sencillos y de bajo costo que podrían ayudar con algunos síntomas del virus y de otras enfermedades. “Nuestros saberes están ahí vigentes, están ahí vivos”, explica, pero el menosprecio del saber campesino, la estigmatización, ha llevado a que “muchos de nuestros abuelos y abuelas no solo no comparten el saber, sino que a veces lo esconden”.

    “La salud se construye en democracia”, sostiene Vivian: “La salud se construye con justicia social y con dignidad para el pueblo. Necesitamos reflexionar como sociedades, nuevamente, la solidaridad. El sistema de salud tiene que ser para todo mundo, no puede ser que nos quedemos sin atención, muriendo en la puerta de instituciones por no tener dinero”. Esto es una vergüenza, dice, pero tiene que acabar en algún momento, aún cuando quede mucho por andar.

    “Universal, público y gratuito”. Con esas tres palabras, la actual directora general de Medicina Tradicional del Estado Plurinacional de Bolivia deja clara su visión del sistema de salud al que, esencialmente, los pueblos indígenas y “los juzgados” —es decir, la gente pobre que no podía mantenerse en aislamiento por la necesidad de trabajar y sobrevivir y que encima fue criminalizada— deberían tener acceso, con un enfoque desde el territorio, desde las comunidades organizadas.

    “La descolonización para mí es volver a mirar con cariño quiénes somos y de dónde venimos”, concluye. “Reconocer que somos pueblos que, pese a todo el dolor, hemos preservado profunda belleza, profunda sabiduría y ese amor a la vida que sigue pasando de un corazón a otro, ese amor con el que han soñado nuestros abuelos y abuelas para que no nos maltraten como a ellos les han maltratado. En la trinchera que nos toque estar, vamos a seguir acompañando, vamos a seguir construyendo salud popular, vamos a seguir secándonos las lágrimas, el sudor y a decir vamos adelante, hay que resistir, hay que ser fuertes juntos”.

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Créditos

Edición general: Eliezer Budasoff / El País
Edición visual: Juan Heilborn / Latinográficas
Asistencia de edición: Jazmín Acuña / Latinográficas
Reportajes e ilustración: Astrid Arellano, Lorena Barrios, Faustina Bartaburu, Emilio Cruañas, Priscila de Paula Dias, María Elizagaray, Luiz Fernando Menezes, Carolina Morón, Laura Rodríguez Salamanca, Gabriela Rodríguez Soledad.
Diseño y maquetación: Alfredo García / El País
Desarrollo: Iván Mendoza

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