El elogio de Margo Glantz al fragmento
La escritora mexicana, que acaba de publicar una antología de sus ensayos en ‘Cuerpo contra cuerpo’, ahonda en sus textos en temas vastos con la mirada obsesiva en detalles: un pie, una mano, la lengua
Una nariz alargada; el pelo que crece a lo ancho y no a lo largo; una joroba incipiente. Pedazos de su cuerpo que perturbaron desde chica a Margo Glantz. La escritora mexicana, de 91 años, académica, profesora, tuitera, escribe de lo que la obsesiona, el cuerpo: herido, martirizado, mutilado; erótico, rehabilitado. La editorial Sexto Piso acaba de reunir en el libro Cuerpo contra cuerpo algunos de los ensayos en los que la autora ahonda en esa temática que la persigue. Son textos largos, breves, académicos, íntimos, una parte de la extensa bibliografía de Glantz, que no fue etiquetada como escritora hasta los 47 años. “Me decían académica, profesora, difusora cultural... pero no me decían escritora porque no había escrito ficción. Escribir ensayos y escribir ficción es igualmente válido”, reivindica en una entrevista con EL PAÍS por videoconferencia desde su casa.
El confinamiento la frustra, dice, pero le reconoce sus virtudes. Durante la pandemia de la covid-19, mantuvo un chat diario con decenas de personas sobre la tragedia griega y ahora participa de un curso sobre la vigencia del ensayo Una habitación propia, de Virginia Woolf, donde la estadounidense defiende que las mujeres deben tener dinero y un cuarto propio “para poder escribir novelas”. Glantz, aguda, locuaz y combativa, replica: “Las mujeres no tenemos todavía el cuerpo propio”.
Pregunta. En los ensayos ahora recopilados, asocia un pie, una mano o la lengua con temas inesperados como la Conquista o Henry Miller. ¿Cómo llega a eso?
Respuesta. Tengo obsesiones y esas obsesiones fragmentan el texto y el cuerpo. Cuando voy con un médico especialista, por ejemplo, con un oftalmólogo, y no me puede recibir porque él se ocupa de la retina, tengo que ir con el que se ocupa del párpado superior o de la córnea o de los lagrimales. Los médicos fragmentan su especialización y a mí me molesta profundamente, cosa que no debería pasar porque yo fragmento el cuerpo en mis ensayos. Ahorita lo estoy pensando... Me parece a veces aberrante esa fragmentación y sin embargo yo acudo a ello en mis textos. Debería ser yo un poco más coherente.
P. En realidad, quería preguntarle cómo funciona su cabeza.
R. Cuando trabajo en un texto veo cómo el texto va a funcionar narrativamente a partir de acciones, pero también de emblemas, de elementos narrativos que aparentemente no narran nada, simplemente constatan algo. Me parece muy interesante cómo un escritor puede trasladar a objetos tan poco importantes un elemento fundamental del texto. [La escritora francesa] Annie Ernaux tiene un libro sobre el aborto que yo trabajé con mucho cuidado. Ella, en el momento en que llega a la habitación de la mujer que le va a practicar clandestinamente un aborto, se fija en algo completamente elemental: hay un recipiente con agua hirviendo y una sonda de color rojo que parece una serpiente, dice ella, y junto a ese recipiente hay un cepillo de pelo. Ese detalle, absolutamente banal, se vuelve importantísimo en el libro. Cuando hago mis ensayos o mis ficciones, hay ciertos elementos del cuerpo que me preocupaban ya de niña y adolescente.
P. ¿Como cuáles?
R. La cara que tenía, la nariz, cómo me encorvaba y cómo contrastaba mi cuerpo con el cuerpo de las estrellas de cine. Me fijaba en el pelo, que no crecía normalmente, crecía a lo ancho no a lo largo. Era una obsesión absoluta. Y cuando me pongo a trabajar, esas obsesiones adquieren cuerpo. Un cuerpo textual muy completo, muy armónico, pero se refieren a un fragmento del cuerpo. Es mutilar el cuerpo para poder hablar de él.
P. ¿Por qué la lengua de la Malinche [intérprete nahua de los conquistadores españoles] o la desnudez de una prisionera de un campo de exterminio están en este libro?
R. Los une la obsesión que tengo por esos fragmentos. Al llegar a los campos de concentración los hombres y las mujeres estaban en la desnudez más absoluta. Los rapaban, pero raparles el vello púbico a las mujeres y dejarlas sin cabellera era uno de los elementos más vergonzantes para ellas, mucho más que para los hombres. Se ha inculcado que la mujer tiene que tener un pudor muy especial con su sexo. Es muy distinto el mecanismo que funciona en los campos de concentración y el que funciona en [Hernán] Cortés en La Malinche: la lengua en la mano, pero hay una relación con la mutilación del cuerpo.
P. En una conversación como esta, por Zoom, no vemos más que cabezas, torsos y manos, e incluso vemos nuestra propia imagen. ¿Qué vínculo estamos teniendo con nuestros cuerpos en la pandemia?
R. Es cuerpo sin cuerpo, ¿no? En lugar de “contra cuerpo” es “cuerpo no encuentra cuerpo”.
P. ¿A qué se refiere?
R. Encuentro foto, pero no encuentro cuerpo. La veo a usted, oigo su voz, veo cómo mueve los labios, usted me ve igual, quizás un poco deformada porque el Zoom deforma las caras. Vemos un fragmento de la habitación. Pero no vemos más que una parte de nuestros cuerpos. Puede ser que, si nos volvemos a ver corporalmente, un encuentro presencial como se llama ahora, nos reconozcamos. Pero es un poco frustrante, o bastante frustrante, como ha sido en general todo el encierro.
P. Contó hace unos años que no empezó a escribir hasta los 47 años, ¿por qué no antes?
R. He sido muy torpe al decir que el primer libro que publiqué fue a los 47. Publiqué varios libros cuando tenía 30 años, pero de ensayos. Publiqué muchos artículos de periódicos, publiqué mis trabajos de la universidad... Ya hay muchos elementos de lo que sería más tarde mi escritura. Para mí escribir ensayo es tan extraordinario, tiene tanto valor literario, como una ficción. Pero no me he atrevido a publicar ficción hasta que cumplí 47 años. Antes me decían académica, profesora, difusora cultural, pero no me decían escritora porque no había escrito ficción. Hay también un prejuicio en ese sentido, un prejuicio en el que yo he caído muy redondamente.
P. ¿Por qué no se había animado?
R. No escribía más que lo que me obligaban a escribir: la tesis doctoral, la tesis de maestría, etc. Cuando me solté a escribir ficción, escribía yo pequeñas ficciones muy cortas, casi como aforismos. Cuando entregaba mis textos a amigos míos, mayores que yo, me decían: “Son textos interesantes, pero como cuentas sueltas. Mientras usted no sepa hilar bien sus cuentas, no podrá ser escritora”.
P. Usted fue una joven tímida, ¿cómo empezó a escribir sobre el sexo o el erotismo?
R. Cuando empecé a escribir ficciones, decidí que me importaba un comino lo que pensaran los demás. Eso era lo que me interesaba escribir. Cuando escribí Apariciones, que es un libro donde la sexualidad es muy abierta y la conecto con el misticismo, hubo bastante escándalo. Me decían que cómo era posible que escribiera yo esos textos, que tenía yo cara de muchacha buena.
Cuando [Georges] Bataille publicó La historia del ojo tuvo que publicarlo con pseudónimo; el marqués de Sade sufrió persecuciones muy fuertes. Por escribir libros en donde lo sexual era excesivamente abierto. Ahora, que una mujer las escribiera era más violento. Cuando traduje La historia del ojo, un amigo mío dijo que yo había hecho una traducción “perniabierta”, con lo cual me estaba denigrando, me estaba diciendo que yo estaba haciendo el amor con el texto. Que, al traducirlo, estaba yo cogiendo.
P. ¿Ve más autoras en las librerías?
R. Cada vez más. En España es impresionante la cantidad de mujeres que están escribiendo bien. Y mujeres tan osadas como Cristina Morales. Mona Ojeda, que es ecuatoriana. Y muchas argentinas, como Mariana Enriquez. Antes no había casi escritoras en Paraguay, en Ecuador, en Bolivia, y ahora hay gente estupenda. En México, igual. También pasa en Estados Unidos y Canadá. Sin que eso quiera decir que hay una libertad absoluta. Esa libertad puede ser amenazada constantemente. Debemos estar vigilantes.
P. ¿Cuándo se reconoció feminista?
R. Lo he sido siempre. Desde el primer momento en que veía yo que los varones escribían de una manera sobre el cuerpo femenino.
P. ¿Cree que las mujeres somos más dueñas de nuestros cuerpos?
R. En México, solo la Ciudad de México y Oaxaca permiten el aborto y hubo otros Estados en los que el aborto estaba permitido, pero poco a poco las leyes se han ido cerrando. En Argentina, tuvieron que pelear años, lo mismo pasó en Francia, en Inglaterra... En Estados Unidos constantemente hay manifestaciones evangelistas en contra de las clínicas en los Estados en los que se permite el aborto. Yo no debería hablar del aborto porque obviamente ya no voy a abortar, pero es muy importante que las más jóvenes no tengan que practicarse abortos clandestinos, que no las metan a la cárcel o las difamen. No hemos todavía logrado tener el cuerpo propio. Como decía [Simone] De Beauvoir, cualquier cambió político, cultural, religioso atentará contra el cuerpo femenino.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS México y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.