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Israel replica en Líbano el modelo de Gaza: ambulancias y hospitales son objetivos legítimos

El 6% de los muertos en el país por fuego israelí en el último año es personal de emergencias. Suman ya 168, sobre todo sanitarios y bomberos

Sanitarios en la entrada del hospital Socorro Popular Libanés, en la ciudad libanesa de Nabatiye, el 17 de octubre
Sanitarios en la entrada del hospital Socorro Popular Libanés, en la ciudad libanesa de Nabatiye, el 17 de octubre.Daniel Carde
Antonio Pita

El 6% de los muertos libaneses por fuego israelí en el último año es personal de emergencias. 168 de 2.710. Sanitarios y bomberos, sobre todo. No como “daño colateral”, sino como objetivo, con misiles dirigidos contra las ambulancias en las que acuden a atender a las víctimas de un bombardeo o directamente contra el puesto en el que hacen la guardia. El ejército israelí ha dejado además ocho hospitales fuera de servicio y otros siete, parcialmente, en el norte, centro y sur del país. Son todos datos del Ministerio de Sanidad de Líbano, cuyo titular, Firas Abiad, acusó la semana pasada a Israel de llevar a cabo una campaña “deliberada y sistemática” con el objetivo de “sembrar el caos y el pánico” y “generar problemas a las autoridades”.

Son 58 ataques aéreos contra hospitales y clínicas, 158 contra ambulancias y 72 contra vehículos de bomberos o de rescate desde que Hezbolá comenzó las hostilidades, el pasado 8 de octubre, pero concentrados abrumadoramente en las últimas semanas de ofensiva. Los datos y testimonios apuntan a que el ejército israelí ha llevado a su vecino del norte (que invadió el pasado día 1) la misma estrategia que lleva más de un año aplicando en Gaza: el tratamiento ―en vulneración de las normas de la guerra― del personal de emergencias como objetivo legítimo (bajo la acusación de que forman parte del enemigo o transportan armamento) y el señalamiento de hospitales como escondites del enemigo.

La escasa diferencia entre muertos (168) y heridos (275) refuerza la tesis de que son ellos el objetivo, ya que suele ser bastante más alta. Hussein Fakih ha estado a punto de engrosar el primer dato. Se ha quedado en el segundo y lo cuenta con un hilo de voz en la cama del hospital gubernamental Nabih Berry, en Nabatiye, una antes vibrante ciudad de 40.000 habitantes en el sur del país que luce ahora casi desierta.

Una ambulancia destrozada por un ataque israelí, el 9 de octubre en Kafra (Líbano).
Una ambulancia destrozada por un ataque israelí, el 9 de octubre en Kafra (Líbano).Carl Court (Getty Images)

Él es el responsable en la región de Nabatiye de la defensa civil estatal, los servicios de emergencia que efectúan atención médica de urgencia y extinción de incendios. Salió a atender a las víctimas de tres ataques cerca de un puesto de la defensa civil. Cuenta que, tras rescatar malherido a un colega que murió al llegar al hospital, vieron otro ataque, así que se dirigieron hacia allá.

“Enviamos nuestros vehículos. Algunos estaban apagando el fuego; otros, levantando los escombros; otros, rescatando a los heridos. La escena era horrible. Había fuego y partes de cuerpos por todas partes”, recuerda. Se dividieron y, cuando volvían a reagruparse, cayó otro misil, este a unos 10 metros de donde estaban. “Ya no podíamos vernos unos a otros. Había humo por todas partes. Una vez se despejó, vimos que algunos estábamos heridos. Yo tenía vidrios y escombros por todo el cuerpo. Perdí el conocimiento por un rato y el equipo me llevó al hospital. Solo hoy puedo volver a hablar”, cuenta entre cansado y sedado.

Hay una palabra clave que, en la práctica, supone un derecho de veto sobre la atención sanitaria a los heridos: coordinación. Es decir, la luz verde por parte de las autoridades militares israelíes para que ambulancias y bomberos puedan salir. “A veces llega en cinco minutos; a veces, en cinco horas”, explica Shafi Fouani, director médico del hospital del Socorro Popular Libanés en Nabatiye. “Otras”, añade, “nos dicen que no. O nunca responden”.

La Cruz Roja Libanesa siempre la espera y salen en convoy con el ejército. Contacta a la parte israelí, generalmente a través de la misión de la ONU en el sur de Líbano (Unifil), y espera a su luz verde, aunque pierda un tiempo crítico para la atención. Sus ambulancias han sufrido algunos ataques, pero es la organización menos afectada.

La Defensa Civil estatal no lo hace, al menos en casos como este, al norte del río Litani, es decir, fuera de la zona de operaciones de Unifil. “Siempre hay coordinación cuando se trata de la Línea Azul. Pero, ¿a quién tenemos que pedir permiso para ir a nuestras propias casas, de nuestros vecinos, a un edificio municipal…?”, critica Fakih. “Trabajar dentro de las ciudades es diferente. Estamos lejos de las líneas fronterizas, pero hoy la dinámica ha cambiado. Todo se ha convertido en objetivo”.

Además de la Cruz Roja Libanesa y la Defensa Civil están los servicios de emergencia de las dos grandes facciones chiíes: Hezbolá, el principal objetivo de la ofensiva israelí, y Amal. La mayoría de las víctimas mortales entre el personal de emergencias (más de 80) pertenece al Comité de Salud Islámico, de Hezbolá. Israel ha bombardeado incluso una de sus sedes en el centro de Beirut, matando a nueve de sus sanitarios, o una ambulancia aparcada frente al hospital estatal en Maryayun, a siete.

Otras dos decenas de muertos pertenecen a Risala, los boy scouts de Amal. En ambos casos se trata de organizaciones que mezclan personal y voluntarios y tienen acuerdos con el Ministerio de Sanidad. Cuando podían, acudían a auxiliar a los milicianos heridos de Hezbolá. Israel ya los tenía en el punto de mira, de hecho, en los 11 meses previos de guerra de baja intensidad, que se circunscribía al sur del país, con bombardeos mucho más quirúrgicos y unas reglas del juego no escritas que han saltado por los aires en la actual guerra con todas las letras.

Algunos sanitarios cuentan, bajo condición de anonimato, cómo han salvado la vida o visto morir a compañeros. Coinciden en que a menudo reciben un bombardeo de advertencia cuando van en camino. Justo unas decenas de metros más adelante, para obligarles a dar marcha atrás. Otros hablan del “segundo golpe”: el que llega cuando acuden a un lugar atacado.

Uno de los bombardeos más letales tuvo lugar el 7 de octubre, contra el centro de emergencias en Baraashit, un pueblo cerca de la frontera. Mató a 14 bomberos. El ejército lo definió como un “ataque preciso y basado en información de inteligencia contra varios operativos terroristas de Hezbolá que usaban una estación de bomberos como puesto militar”.

Tres días más tarde, el ejército israelí difundió el siguiente comunicado: “En los últimos días, los operativos de Hezbolá han aumentado el uso indebido de vehículos de emergencia, transportando operativos y municiones. Advertimos contra esta práctica y pedimos a todos los equipos médicos que mantengan la distancia con los miembros de la organización terrorista y que no cooperen con ellos. Cualquier vehículo en el que se muestre que hay operativos armados con la intención de llevar a cabo actos terroristas, independientemente del tipo de vehículo, es un objetivo militar”.

Shafi Fouani posa junto a ambulancias aparcadas a la entrada del hospital del Socorro Popular Libanés, en Nabatiye.
Shafi Fouani posa junto a ambulancias aparcadas a la entrada del hospital del Socorro Popular Libanés, en Nabatiye.Daniel Carde

“Las ambulancias no se atreven a moverse ni siquiera entre los puestos”, admite Fouani. La mayoría de sanitarios, por edad, no han vivido la guerra civil, entre 1975-1990, ni la ocupación israelí del sur de Líbano (1982-2000) o eran muy niños durante la anterior guerra entre Israel y Hezbolá, en 2006, que duró menos (34 días) y dejó menos muertos (más de 1.000) que la actual ofensiva, desencadenada con la detonación por el Mosad de miles de buscas y walkie talkies encargados por Hezbolá y, poco después, la jornada más letal del país en décadas. “Así que tienen miedo, claro” concluye. “Han visto durante meses las imágenes en Gaza de [la invasión y bombardeo de los hospitales] Kamal Adwán, Al Shifa, Al Aqsa… y temen que pase lo mismo”, cuenta. “Ahora mismo somos un hospital de campaña. Hemos parado todos los servicios de neonatal, diálisis, ginecología… De todos modos, ya no quedan en la ciudad pacientes para ello. Se han ido”.

Hubo un caso en el que los propios corresponsales militares israelíes admitían que el objetivo era impedir la ayuda para asegurar la muerte. El de Hashem Saifeddine, al que se daba por sucesor de Nasralá al frente de Hezbolá. El ejército lanzó una potente bomba contra un edificio en Dahiye, el suburbio chií de Beirut, para matarlo el pasado día 3. Desde entonces, atacaba a quien se acercaba a los escombros. Tres semanas más tarde, lo dio oficialmente por muerto: ningún ser humano aguanta tanto tiempo en esas circunstancias. De hecho, los servicios de rescate en general suelen insistir en que las primeras 72 horas son cruciales y cejan en la búsqueda tras una semana.

Bombardeo a 80 metros

El hospital privado Sainte-Thérèse está a la entrada de Dahiye, el suburbio sur de Beirut que Israel ha bombardeado con frecuencia y donde ha matado a los principales líderes de Hezbolá, entre ellos Nasralá. Desde la terraza se ven dos columnas de humo, de ataques esa misma mañana, dominando el cielo a pocos centenares de metros. A pie de tierra, las calles vacías, los militares vigilando los accesos al suburbio (la zona más castigada por los ataques, junto con el sur del país) y las ventanas rotas por un bombardeo en la víspera. “A unos 80 metros”, calcula su director ejecutivo, Elie Hachem, de 33 años. La explosión ha reventado tuberías, provocado inundaciones y dañado los sistemas eléctricos, que un operario se afana en reparar subido a una escalera.

El centro funciona a mitad de capacidad. Al estar a las puertas de Dahiye, recibe algunos heridos graves de los bombardeos. La mayoría del personal que no ha escapado se ha traído a sus familias y vive ahora allí, por temor a desplazarse a diario desde su lugar de residencia. El impacto tan cercano de la víspera les ha metido aún más miedo en el cuerpo. Cuando se extiende el rumor de que se avecina un nuevo ataque, bajan las persianas de atención al casi inexistente público.

En la víspera, el ejército israelí avisó de que bombardearía la zona. “Veinte minutos antes, sacamos de maternidad a un niño nacido prematuramente, que pesaba 900 gramos, y lo llevamos a la capilla. Lo peor es tener que tomar decisiones en segundos, sin tener claro si es más arriesgado trasladar la incubadora o dejarlo donde estaba. Lo que necesitamos es que la comunidad internacional nos garantice que no vamos a ser un objetivo”, señala Hachem, más concentrado en reorganizar los recursos y consolar al personal que indignado.

Otro hospital está particularmente en el punto de mira estos días: Al Sahel, cerca de Beirut. Es el nuevo Al Shifa de Gaza, bajo el que Israel situaba un inmenso centro de mando de Hamás que nadie encontró. Estos días está inmerso en una dinámica similar a la que vivió el aeropuerto de Beirut el pasado junio, cuando el medio británico The Telegraph informó ―a partir de fuentes anónimas que habían visto “cajas inusualmente grandes”― de que Hezbolá escondía allí armamento iraní.

Como parecía una filtración interesada para preparar el terreno para su eventual bombardeo, la dirección del aeropuerto organizó un tour para que los periodistas comprobasen si era cierto. La semana pasada, el ejército israelí dijo que Al Sahel esconde bajo tierra un “búnker secreto” de Hezbolá con 500 millones de dólares en efectivo y oro. El centro también organizó un tour para la prensa, al que los portavoces militares respondieron burlándose de que les habían mostrado la zona equivocada (“Hezbolá no quiere que encontréis el dinero”), en un pingpong de acusaciones que parece más destinado a usar a los periodistas para obtener información de inteligencia.

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Sobre la firma

Antonio Pita
Corresponsal para Oriente Próximo, tras cubrir la información de los Balcanes en la sección de Internacional en Madrid. De vuelta a Jerusalén, donde ya trabajó durante siete años (2007-2013) para la Agencia Efe. Licenciado en Periodismo y Máster de Relaciones Internacionales y Comunicación por la Universidad Complutense de Madrid.
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