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Navalni, el opositor que volvió a Rusia pese a la amenaza del Kremlin

El enemigo del régimen de Putin más conocido en el extranjero destapó durante años los escándalos de corrupción de las élites de su país

Alexéi Navalni, tras ser detenido en Moscú el 30 de marzo de 2017.Foto: STR (AP) | Vídeo: EPV
María R. Sahuquillo

Alexéi Navalni fue, hasta que el Kremlin logró silenciarlo, el crítico a Vladímir Putin más franco, locuaz y conocido fuera de Rusia. El opositor, que había sobrevivido a varios ataques contra su vida, el último un gravísimo envenenamiento en el verano de 2020 en Siberia por parte de los servicios secretos rusos, ha muerto a los 47 años en una remota colonia penal de Rusia, según las autoridades penitenciarias. Fue una figura carismática dedicada a la lucha anticorrupción que destapó decenas de casos turbulentos de la élite rusa y de la órbita del Kremlin, primero en su blog y luego en sus canales en internet. Regresó a Moscú tras pasar unos meses en Alemania, donde se recuperó del ataque con veneno, sabiendo que sería detenido, procesado y que, como sucedió, iba a ser enviado lejos de la luz pública en un país gobernado por el aparato de seguridad, encabezado por un autócrata y antiguo espía del KGB obsesionado con la historia, embarcado en una guerra de agresión contra Ucrania y que durante años ha fulminado toda disidencia.

En la Rusia de Putin los opositores están en el exilio, en prisión o muertos, muchas veces en sospechosas circunstancias. Las autoridades rusas llevaban hostigando a Navalni desde su ingreso en prisión. El objetivo era enterrar al disidente. Ilya Yashin, su amigo de la época del partido Yábloko —una de las pocas formaciones de la oposición no sistémica— explicaba que nunca tuvo duda de que iba a regresar a Rusia, conociendo la condena que lo esperaba en un país cuyo Gobierno estuvo involucrado en su envenenamiento y lo acusó incluso de colaborar con la CIA. “Navalni nunca buscó la fama en Occidente. Quiere vivir en Rusia, desea lo mejor para su país y sabe que la única manera de luchar para que sea normal es estando aquí”, explicaba a EL PAÍS en 2021, tras la detención del disidente. “Lo que puede lograr para Rusia, incluso estando entre rejas, es más que desde el exilio. Navalni es un hombre de convicción y determinación. Y hasta la situación actual le abre perspectivas políticas. Su principal tarea debe ser ahora sobrevivir. Si lo hace, será presidente”, zanjó.

Navalni está muerto y Yashin en prisión, en un régimen estricto, condenado a ocho años y medio de cárcel por sus críticas a la invasión sobre Ucrania lanzada por el Kremlin.

Imagen de ‘ruso medio’

Casado desde hace más de dos décadas con Yulia Navalnaya, con quien tenía dos hijos, el disidente cultivó cuidadosamente la imagen de ruso medio. Alto, de ojos azules y una voz profunda muy característica, llegó a ser uno de los problemas más serios para el Kremlin, aunque el partido que fundó —perseguido e ilegalizado— nunca logró acumular gran apoyo popular, pero fue importante en varias regiones lejos de Moscú, en un país muy descentralizado.

“Quieren encerrarme porque no morí”, declaró en una de sus intervenciones más conocidas y difundidas en las redes sociales, donde ha acumulado millones de seguidores y en las que su equipo —en el exilio— y sus abogados han seguido colocando material del opositor desde prisión. Navalni acuñó una de las definiciones más conocidas sobre Rusia Unida, el partido del Gobierno, coreada durante las manifestaciones anticorrupción que todavía eran posibles, aunque peligrosas, antes de la guerra: un “partido de bandidos y estafadores” decía. Navalni y sus partidarios hablaban de la “preciosa Rusia del futuro”, una Rusia sin Putin. Esa Rusia que él no podrá ver.

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Navalni estudió Derecho y Finanzas. Trabajó en el sector inmobiliario. Pero cobró relevancia cuando, en 2007, empezó a comprar pequeños paquetes de acciones de las principales empresas de hidrocarburos o bancos y a lanzar afiladas preguntas a las compañías. De aquellas incómodas cuestiones y averiguaciones brotó un blog en el que narraba supuestos casos de corrupción y negligencia en las corporaciones estatales.

El abogado, que pasó su infancia y juventud en varias ciudades cerca de Moscú, donde sus padres tenían una fábrica familiar de cestos, se transformó en uno de los líderes de las multitudinarias protestas contra el fraude electoral en las elecciones parlamentarias en 2011 y 2012. Esas movilizaciones supusieron el mayor desafío al Kremlin y a Putin en mucho tiempo. Y las autoridades rusas aprendieron la lección.

Todo lo que rodeó aquellas movilizaciones, que empezaron en Moscú y se extendieron por las principales ciudades de Rusia, consolidó el papel de agitador de Navalni. Y puso en el mapa su trabajo al frente del Fondo Anticorrupción. La organización, que acababa de fundar con un joven equipo, inició una serie de investigaciones sobre los oscuros y corruptos negocios de la élite política y económica rusa que empezó a despuntar gracias a la expansión de internet.

Sus publicaciones causaron ciertas marejadas en los círculos de poder. Se hizo una larga lista de enemigos, entre ellos Yevgueni Prigozhin, conocido como el chef de Putin y el que fuera también jefe de la organización paramilitar Wagner, eliminado en el siniestro de su avión en agosto, dos meses después de un intento de asonada militar.

Con un vídeo casi de producción cinematográfica, Navalni también expuso en un documental de 113 minutos parte del supuesto imperio que Putin acumula y que atesoran sus testaferros y en el que se mostraba un lujoso palacio a orillas del mar Negro, con váteres dorados, “piscinas-discoteca”, una zona de casino, una sala de narguile con un escenario, una barra de pole dance y un teatro. Esa filmación fue difundida cuando el opositor estaba ya en prisión.

Las autoridades rusas lo apresaron directamente en el aeropuerto moscovita de Vnukovo tras aterrizar con su esposa desde Berlín, en enero de 2021, y en medio de cientos de periodistas que aguardaban su llegada. Sobre él había una orden de búsqueda por haberse saltado una de las visitas obligatorias de la libertad condicional y no ir a firmar en un caso en el que fue condenado por fraude (en 2014) y que el Tribunal de Estrasburgo de Derechos Humanos definió como políticamente motivado. No acudió porque se estaba recuperando en Alemania del envenenamiento que casi le cuesta la vida.

La vuelta a Rusia y el arresto le dieron un halo de heroicidad que el Kremlin se ha empeñado en borrar silenciándolo y hastiándole en prisión. Para Putin se convirtió en algo personal. Tanto que durante años actuó como si fuera invisible. Después, cuando fue imposible de ignorar, no lo mencionaba por su nombre, sino como “esa persona”, el “bloguero” o después de que tuviese que ser trasladado a Alemania para recibir tratamiento por el gravísimo envenenamiento sufrido en Siberia, “el paciente de Berlín”.

El 20 de agosto de 2020, cuando Navalni volvía en avión a Moscú desde Tomsk, en Siberia, donde se había reunido con miembros de su partido, empezó a sentirse enfermo. Se desplomó en el baño de la aeronave, que tuvo que aterrizar de emergencia en Omsk. El disidente fue hospitalizado. Su familia y sus aliados sospecharon desde el primer minuto que había sido víctima de un envenenamiento. Tras más de 24 horas tratando de obtener el permiso para trasladarle fuera del país, el opositor fue enviado en un avión medicalizado a Berlín, gracias a la mediación de la entonces canciller, Angela Merkel.

19 días en coma

Navalni estuvo 19 días en coma. Los análisis de los laboratorios militares alemanes detectaron que había sido atacado con novichok, la misma neurotoxina militar que se empleó en 2018 contra el exespía ruso Serguéi Skripal en suelo británico, en un ataque tras el que la inteligencia británica identificó a miembros de la seguridad militar rusa. Laboratorios de Francia, Suecia y la Organización para el Control de las Armas Químicas confirmaron el hallazgo, que derivó en más sanciones para Rusia de la Unión Europea tras la conclusión de que el envenenamiento no pudo llevarse a cabo sin el conocimiento del Kremlin. Los servicios secretos rusos seguían al opositor desde hacía años.

El disidente se recuperó, aunque relató que tuvo que volver a aprender a caminar. Requirió cuidados durante meses. En diciembre de 2020, solo unos días después de que una investigación liderada por el medio de investigación Bellingcat identificase a los supuestos agentes del Servicio Federal de Seguridad (FSB) que habían participado en su envenenamiento, Navalni difundió un vídeo en el que llamaba por teléfono a uno de ellos haciéndose pasar por un alto funcionario y le sonsacaba los presuntos detalles del ataque. Entre ellos, que si el avión no hubiese aterrizado de emergencia, habría muerto. El espía contó que el veneno se roció en sus calzoncillos.

Toda la historia es de película y se relata en un documental dirigido por el canadiense Daniel Roher, que ganó un Oscar en 2023.

Antes de aquel grave envenenamiento estuvo a punto de perder la vida en otro ataque. El disidente había hablado muchas veces de la posibilidad de ser asesinado. “Trato de no pensar en ello. Si empiezas a pensar qué tipo de riesgos hay, no puedes hacer nada”, comentó en una entrevista con CBS News en 2017.

Con la maquinaria de guerra a plena marcha para su invasión en Ucrania y con la segadora contra la disidencia activada, el gigante euroasiático se dirige ahora a una votación en la que se espera que Putin vuelva a ser elegido sin rival. La Rusia de Putin no tolera la disidencia.

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Sobre la firma

María R. Sahuquillo
Es jefa de la delegación de Bruselas. Antes, en Moscú, desde donde se ocupó de Rusia, Ucrania, Bielorrusia y el resto del espacio post-soviético. Sigue pendiente de la guerra en Ucrania, que ha cubierto desde el inicio. Ha desarrollado casi toda su carrera en EL PAÍS. Además de temas internacionales está especializada en igualdad y sanidad.
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