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Una de cada seis mujeres es india: así es su lucha por la igualdad

El gigante del sur de Asia crece a gran ritmo, pero registra nefastos índices de discriminación de género. Cinco experiencias femeninas evidencian algunos avances y los duros retos pendientes

Andrea Rizzi (Enviado especial)
Mujeres en una calle de la ciudad de Bangalore, en la India.
Mujeres en una calle de la ciudad de Bangalore, esta semana en la India.Andrea Rizzi

Sujata Thakore no sabe cuántos años tiene, así que ignora a qué edad exactamente la casaron con un hombre malvado. Fue poco después de la primera regla, y ella calcula que tendría 13 o 14 años, según cuenta sentada en un sillón de la casa de Bangalore donde vive, en la India. Empezó entonces un infierno de violencia y abusos del que logró salvarse, huyendo, a pesar de muchos obstáculos. Nunca quiso volver a casarse. Hoy, cuatro décadas después, es una mujer serena que cultiva el sueño de construirse una casita en una mínima parcela de nueve por 12 metros que se ha comprado con los ahorros acumulados con su trabajo y, desde hace un tiempo, con su pequeño negocio de venta de mermeladas caseras.

Uno de cada 12 seres humanos es una mujer india. Son casi 700 millones, aproximadamente una sexta parte de las alrededor de 4.000 millones de mujeres del mundo. Thakore es una de ellas. Podrían ser más aún sin la infame lacra de los feminicidios, que llevó el equilibrio demográfico de la India a una innatural proporción de 927 mujeres por cada 1.000 hombres en el censo de 1991. En el de 2011, el más reciente, se registró un repunte hasta 940, todavía muy lejos de niveles naturales (586 millones sobre un total de 1.210 millones). Datos parciales más recientes señalan una ulterior mejora, pero los expertos advierten que es necesario un nuevo censo para tener un cuadro claro (se estima que ahora el total ha superado los 1.430 millones).

Abortos selectivos o directamente el asesinato de recién nacidas es solo la primera de una serie de injusticias que han venido sufriendo. Los datos retratan una situación dramática, desde los ínfimos índices de participación en el mercado de trabajo ―son un 23% de la fuerza laboral― o en la política ―un 13% del Parlamento― hasta los datos de la violencia que las golpea. La India se situó en el puesto 101 sobre 114 países analizados con datos completos en el Índice de Igualdad de Género publicado este año por la ONU. Más de medio siglo después de que una de ellas, Indira Gandhi, alcanzara el puesto de primera ministra, el camino por delante rumbo a la igualdad sigue siendo inmenso y tortuoso.

Algunas cosas se mueven. El actual auge económico y geopolítico de la India representa una oportunidad para su empoderamiento. Esta semana, el Gobierno de inspiración nacionalista hindú liderado por Narendra Modi ha presentado un proyecto de ley para reservar un tercio de los escaños en la Cámara baja y en las asambleas estatales a las mujeres. Ha quedado aprobado. Pero, significativamente, no podrá aplicarse pronto, sino solo después de que se complete un nuevo censo nacional.

El camino por delante es arduo. A continuación, un puñado de historias de mujeres de diferentes condiciones y edad, un mosaico de vidas que esbozan rasgos de una lucha colectiva para la igualdad tan grande como un doceavo de la humanidad.

SUJATA THAKORE

La violencia

Sujata Thakore, en la casa donde vive, en Bangalore.
Sujata Thakore, en la casa donde vive, en Bangalore.Andrea Rizzi

Sujata Thakore cuenta que nació en una familia muy pobre. Su padre murió poco después, y ella de pequeña pasó hambre. Llegó a mendigar y comer pienso de ganado. De muy chiquitina ya pastoreaba animales para que le dieran dos comidas al día. Envuelta en un bonito sari de tonos verdes y azules, esta mujer dueña de un brillo especial en los ojos enhebra ese relato de miseria con serenidad y sonrisas.

Pero la miseria no fue su única tragedia. “Cuando, tras bajarme la regla, vino el padre de ese chaval para que me casara, yo dije que no quería, que era muy joven, que no estaba lista. Fui después a hablar con mi madre y ella me apoyaba, pero mis tíos no”, relata. Se consumaron las nupcias y empezó el horror de las palizas de un marido alcohólico que no hacía otra cosa que beber y pegarle.

A los pocos meses decidió que tenía que huir de aquello. De nuevo, no recibió apoyo de los hombres de su entorno. Los varones de la aldea le advirtieron de que si dejaba al marido quedaría proscrita en el pueblo. Sus hermanos la amenazaron con que irían a pegarles a los hombres de la familia dueña de la granja donde ella trabajaba si la acogían ahí. Al recordarlo, Thakore se conmueve.

También se conmueve, en el mismo momento, sentado a su lado, un hombre. Se llama Anil, y es uno de los hijos de los propietarios de esa granja. Cuenta que una mañana, en aquel entonces, se encontró a Sujara con el rostro desencajado, al lado del pozo. Pensó que ella quería tirarse. Ella dice que no, pero cuando le preguntaron qué hacía ahí, no supo contestar otra cosa que “mirar a los peces”.

La acogieron y la salvaron de esa cultura patriarcal y violenta que estuvo a punto de aniquilarla. Trabajó como empleada doméstica para los padres de Anil hasta que fallecieron. Ahora sigue viviendo en el piso de ellos en Bangalore, adonde se mudaron en los ochenta después de traspasar la granja. Ella aprendió a hacer mermeladas en la época rural, y ahora las prepara y vende en establecimientos de la ciudad.

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“Mi business es mi alegría”, dice, de nuevo sonriente. Habla de su sueño de construirse una casita. Recuerda que, cuando huyó, durante 10 años no pudo tener contacto con su familia. Pero después se reanudaron los lazos, y ahora es la matriarca. Sus hermanos también progresaron. “Yo estoy sola, y viviendo. Tengo amigas. Las mujeres indias deben tener la valentía de no aceptar ciertas situaciones y estar de pie sobre sus propias piernas”.

Su progreso es un reflejo de algunas mejoras. El avance económico de los últimos lustros ha logrado sacar a muchas personas de la pobreza extrema. Pero un estudio publicado recientemente por la ONU señala que un 15% de la población, alrededor de 200 millones de personas, sigue hallándose en situación de pobreza multidimensional, calculada según varios parámetros socioeconómicos. Otro apunta a que un cuarto de las mujeres en edad reproductiva están desnutridas. Por otra parte, la violencia es una lacra incesante. Datos de 2021, los últimos disponibles, indican que se registraron unos 430.000 crímenes contra mujeres, la cifra más alta desde 2016.

Mientras Sujata habla, Anil escucha sentado a su lado. Se refiere a ella como “mi hermana”. Tanto es así, que su familia, los Thakore, le dieron no solo refugio, sino también el apellido.

RANI DESAI

Los servicios públicos

Rani Desai (izquierda) junto a su hija Priya (derecha) y a la doctora Ananya Siddaraniay en el centro médico de la fundación Anahat, en Bangalore.
Rani Desai (izquierda) junto a su hija Priya (derecha) y a la doctora Ananya Siddaraniay en el centro médico de la fundación Anahat, en Bangalore.Andrea Rizzi

Es mediodía y una veintena de pacientes aguarda su turno en la sala de espera del pequeño centro médico Anahat, en el corazón de Bangalore, una iniciativa privada fundada con donaciones que busca ofrecer servicios sanitarios gratuitos a aquellos que no son atendidos adecuadamente por la sanidad pública y no pueden permitirse la privada.

Rani Desai, de 68 años, cofundadora junto a su hija Priya, de 39, de la fundación que lleva el centro, cuenta que, según datos que recogieron sobre el terreno, un 70% de los habitantes de las barriadas pobres no acceden a la sanidad pública, aunque son conscientes de que existe. “Hay una mezcla de motivos, falta de confianza, escepticismo porque saben que hay saturación, que faltan medios, o que aunque logren ver al médico igual no tendrán medicinas. Aquí ofrecemos servicios básicos, una consulta médica, entregamos medicinas”, dice.

La gran mayoría de los pacientes que espera son mujeres. Los colores vivaces de sus saris contrarrestan el gris de las nubes que se intuyen en sus pensamientos. Rani y Priya explican que entre un 65% y un 70% de las personas atendidas en el centro son mujeres. No tienen una explicación clara de ese desequilibrio. Quizá influya que sean dos mujeres quienes lideran el centro, y que sea una mujer, Ananya Siddaraniay, de 27 años, la profesional que pasa consulta. Parece, en todo caso, una suerte de compensación a pequeña escala del gran desequilibrio de género en la atención médica pública. Un estudio publicado por el grupo BMJ que registró las citas de atención en un hospital de Nueva Delhi en 2016 refleja que dos tercios de ellas fueron para varones.

Antes de montar esta iniciativa, Desai vivía en Mumbai y trabajaba para Biocon, un gigante del sector de las biotecnologías. La India es un actor protagonista a escala mundial en el sector farmacéutico. Pero, como demuestran los 15.000 pacientes atendidos por Siddaraniay el año pasado, ello no significa que el acceso a los medicamentos sea sencillo.

Desai cuenta que la mayoría de las mujeres que acuden al centro no trabajan, en línea con las terribles estadísticas de participación femenina en el mercado laboral de la India, uno de los países más desiguales del mundo en el acceso al empleo.

Francis Rjayanathi, de 40 años, es una de ellas. Tiene una hija, dejó de estudiar a los 13 y es ama de casa. Su marido es conductor. Ella padece diabetes. “Casi la mitad de los pacientes tienen enfermedades metabólicas”, cuenta Desai. “Tenemos muchos casos de diabetes, de hipertensión. A menudo, los malos hábitos empeoran el estado de salud de estas personas. Por ejemplo, por lo general se espera que las mujeres preparen una cena caliente, pero, con el estilo de vida de estos hogares, con personas que acumulan varios empleos informales, eso a menudo significa que coman muy tarde y vayan directos a la cama”, explica.

Desai señala que la renta mensual de los hogares de sus pacientes se sitúa alrededor de las 15.000/17.000 rupias al mes (170/190 euros). Pese al auge reciente de la India, ella no ve grandes cambios. “Me parece que aunque haya crecimiento económico, no llega mucho al segmento social de estos pacientes. Tampoco veo mucho cambio cultural. En la consulta de salud mental que tenemos aflora mucho relato de violencia doméstica, adicciones. Muchas de estas personas viven en el mismo sitio desde hace generaciones, no se detecta una movilidad consistente hacia arriba”, dice Desai, quien se halla bajo tratamiento por cáncer y, sin embargo, ahí sigue al pie del cañón en el centro médico.

KAMINI SAWHNEY

La conciencia

Kamini Sawhney, directora del museo MAP de Bangalore, en una sala de la exposición 'Visible/Invisible'.
Kamini Sawhney, directora del museo MAP de Bangalore, en una sala de la exposición 'Visible/Invisible'.Andrea Rizzi

Alumnas de una clase del instituto Basava de Bangalore siguen con atención una mañana cualquiera de septiembre las explicaciones acerca de Visible/Invisible. Con esta exposición se ha estrenado recientemente el Museo de Arte y Fotografía de la ciudad y que aborda la posición de la mujer en la sociedad india a través de su representación en el arte.

Kamini Sawhney, directora del museo, cuenta en su despacho la génesis de la idea. “Estábamos planificando nuestro estreno en 2020, cuando la pandemia golpeaba el mundo. Yo veía datos según los cuales la participación de la mujer en la fuerza laboral había caído al 20% en la India, un dato inferior al de Sri Lanka o Bangladés; que muchas niñas se habían salido del sistema educativo. Y vi un estudio que, con indicadores múltiples, señalaba este país como el más inseguro del mundo. Entonces pensamos, ¿por qué no abordamos la cuestión de género? No se habla lo suficiente de ello, y yo creo que los museos deben ser espacios catalizadores de cambio”.

El título de la exposición, cuenta Sawhney, nace de la paradoja de la extrema visibilidad de la mujer en el arte ―como objeto de representación por parte de artistas varones― “frente a su invisibilidad en el dominio público”. Ella considera que en la India se están produciendo algunos cambios, pero insuficientes. “La mujer está empezando a encontrar su voz, pero todavía no encuentra su espacio. Sigue habiendo estructuras jerárquicas y barreras invisibles que refuerzan desigualdades socioeconómicas”, dice.

La exposición reúne unas 130 obras, muchas de la colección del museo, otras comisionadas. Entre ellas, hay un sari con una inscripción tejida: “El deber de una esposa es servir a su marido”, según traduce Sawhney. “Está escrito dos veces, por si una no era suficiente”, dice.

Borrar ese antiguo legado es un reto descomunal. Aun así, la directora se declara optimista sobre las perspectivas de cambio. “Tengo que serlo, tengo que creer en las mujeres. Además, la circulación de la información que permite la revolución digital es un elemento a favor. La circulación de las ideas es empoderamiento”.

Ahí también, sin embargo, el camino tiene obstáculos. El índice de libertad de prensa compilado por Reporteros Sin Fronteras sitúa a la India en el puesto 161 de 180.

MUJERES MUSULMANAS

La discriminación sectaria

Mujeres musulmanas en una calle de Bangalore.
Mujeres musulmanas en una calle de Bangalore.Andrea Rizzi

Entre las decenas de mujeres consultadas para este reportaje también hay musulmanas ―se estima que unos 170 millones de habitantes de la India pertenecen a esta religión―. Significativamente, entre ellas se detecta un temor a expresar abiertamente sus opiniones acerca del proyecto político nacionalista hindú que lleva adelante el primer ministro, Narendra Modi, de la mano de su partido, el BJP.

Asimismo, mujeres hindúes que no comulgan con la tesis de Modi y se reconocen más en el proyecto de una India inclusiva y secular encarnado por la Constitución de 1950 también son reticentes a la hora de expresar sus opiniones en público.

Es un claro reflejo del clima cada vez más tenso en el país. Es interesante notar cómo, en los testimonios recogidos, el marco de tensión sectario provoca fricción incluso dentro de una misma comunidad, por ejemplo, con la tensión entre los segmentos más duros y los moderados de la comunidad musulmana, conduciendo al desgarro de familias que cortan lazos por motivos políticos.

“Creo que los extremistas están monopolizando el discurso y muchos se están dejando arrastrar. Sigo pensando que la mayoría son moderados, pero no se atreven a hablar”, dice una mujer musulmana residente en Bangalore, quien relata que tiene amigos hindúes que le dicen: “Las cosas se pondrán mal, pero mi casa siempre estará abierta para ti”.

Otra, más joven, señala que entre sus amigos hindúes los hay que no se casarían de ninguna manera con una musulmana porque les preocupa cómo esto sería percibido. “Aunque no compartan ciertas ideas, no se atreven a ir en contra de la idea dominante”.

Las mujeres pertenecientes a las minorías en una India gobernada bajo la inspiración del nacionalismo hindú afrontan el riesgo de una doble discriminación. En los últimos años, la India ha ido cayendo en los índices internacionales de calidad democrática.

USHA KAPUR

Las diferencias de clase

Usha Kapur, en su casa, en Bangalore.
Usha Kapur, en su casa, en Bangalore.Andrea Rizzi

Usha Kapur nació en 1945 en Rawalpindi, en lo que hoy es Pakistán. Su familia se trasladó a la actual India con la partición del país. Ella cuenta que su padre decidió que estudiaría Medicina, y así fue. Recuerda que en su facultad alrededor del 40% eran alumnas, en un equilibrio de género bastante notable, considerando cómo estaban las cosas en muchos lugares del mundo en aquella época.

Tras terminar los estudios, halló trabajo como doctora en las Fuerzas Armadas. “No he sentido nunca que por ser mujer fuera discriminada en el ejército”, señala. Pero precisa que cree que muchos hombres se contienen en ciertas esferas públicas, pero luego en casa se portan de distinta manera. También considera que hay una enorme diferencia según la prosperidad de los hogares. “En los menos prósperos, las tratan muy mal”. Desde lo alto de su experiencia, cree que “hay un cierto progreso, porque hay más mujeres con estudios y que luchan por sus derechos”.

Hace unos años, celebró con sus compañeros el 50 aniversario de su promoción de Medicina. Dice que la mayoría de ellos se fue al extranjero, sobre todo a Estados Unidos y al Reino Unido, y que les va muy bien. Ella también emigró: trabajó un año en Libia cuando ya era madre, en un gesto que parece una afirmación de independencia. Pero luego volvió. Muchos otros, no. La India cuenta, según estimaciones recopiladas por la ONU, con la mayor diáspora del mundo, unos 18 millones de emigrantes. Tienen un alto grado de éxito. Entre las mujeres jóvenes con estudios superiores entrevistadas para este reportaje también se detecta la propensión a salir del país. La hemorragia de talento es otro reto en el largo y tortuoso camino hacia la igualdad en la India.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi (Enviado especial)
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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