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La muerte de Berlusconi deja en el aire su proyecto político y el futuro de Forza Italia

El magnate fundó en 1993 un partido de centroderecha integrado en el Partido Popular Europeo para el que jamás nombró a un sucesor y que ahora podría complicar la estabilidad del Ejecutivo de Meloni

Silvio Berlusconi, líder de Forza Italia, es ayudado a sostenerse por Antonio Tajani, miembro de su partido, tras un mitin durante la campaña de septiembre.Foto: MAURO SCROBOGNA/LAPRESSE (AP) | Vídeo: Reuters
Daniel Verdú

“Más que delfines, tengo sardinas”, bromeaba desde hace más de una década Silvio Berlusconi cuando le preguntaban por el nombre de la persona que debería sucederle al frente de Forza Italia. El tiempo pasaba, también los gobiernos y las crisis en Italia, pero el magnate se resistía a nombrar a un heredero político que fuese capaz de extender su proyecto y desvincularlo de la marca Berlusconi. Alguien capaz de darle una vida autónoma y alejada de la de su creador. Pero el dueño de Mediaset, con 86 años y una esperanza de vida ya muy comprometida, no quiso jamás señalar a nadie. Una decisión que condiciona ahora ―tras su fallecimiento este lunes― seriamente un proyecto nacido y gestionado como una empresa privada, pero que representa todavía un pilar fundamental de la política y del actual Ejecutivo de Italia.

El universo de Forza Italia, que representa al espectro de votantes de un centroderecha liberal, queda en el aire. Nadie sabe si tendrá futuro después de Berlusconi o si alguno de sus posibles sucesores será capaz o querrá continuar con ese legado. Los nombres a tener en cuenta pasan ahora mismo por la hija del magnate, Marina Berlusconi, y por el del coordinador del partido y ministro de Exteriores, Antonio Tajani. Ninguno de ellos tiene el tirón, la fuerza y el interés personal para mantener con vida un artefacto que llevaba desangrándose años y cuya supervivencia podría ahora comprometer seriamente el Gobierno de coalición que preside Giorgia Meloni. Una situación que esperaban también algunos líderes políticos, como Matteo Renzi, para comenzar la conquista de un espacio político que quedará huérfano tras su muerte.

Berlusconi fundó Forza Italia en 1993. Pero el partido fue solo el contenedor donde mezcló todos los elementos para la conquista del poder que llevaba cultivando desde hacía años: publicidad, empresa, desarrollo inmobiliario, comunicación y espectáculo. El vínculo con su éxito al frente del AC Milan era tal que hasta el nombre de la formación respondía al típico coro de estadio de fútbol: ¡Forza Italia! El partido era la respuesta al final de la denominada Primera República, ese tiempo en el que comunistas y democristianos se repartieron el poder en Italia. El magnate creía que las leyes del consumo debían tener un impacto también en la política y que el país debía modernizarse en todos los sentidos. Había un centro político. Un espacio menos ideologizado en el que los votantes solo buscasen prosperar, modernizarse y dejar atrás los viejos esquemas de poder. Pero, sobre todo, Berlusconi pensaba que la mejor manera de mantener a salvo sus negocios era convirtiéndose también en el consejero delegado de Italia.

El objetivo se cumplió con creces durante sus tres mandatos al frente del Gobierno como primer ministro. Aunque la aventura le costase una imputación por fraude fiscal que le retiró durante años de la primera línea política y una humillante dimisión en 2011 después de un largo historial de excesos, desplantes a líderes europeos como Angela Merkel y una gestión nefasta de la economía italiana ―teóricamente ese era su fuerte― que disparó la prima de riesgo a su máximo histórico (574 puntos) y que colmó la paciencia de la troika comunitaria durante la crisis de aquel periodo.

La dimisión forzada de 2011, seguramente, fue el punto final del auge de Forza Italia. Y coincidió con los primeros fenómenos populistas de protesta, nacidos directamente como reacción a la corrupción de su partido (el Movimiento 5 Estrellas es el mejor ejemplo). Desde entonces, el magnate se dedicó a mantener con vida a un partido que se desangró en cada elección, pasando de ser el motor del universo de la derecha italiana a un socio minoritario: mera comparsa hoy del Ejecutivo de coalición en el que participa junto a Hermanos de Italia (Giorgia Meloni) y la Liga (Matteo Salvini). En los últimos comicios logró solo el 8% de los votos y vio cómo pesos pesados del partido dimitían en bloque alarmados por la forma en la que había hecho caer al Ejecutivo de Mario Draghi ―que él había promocionado un año antes― por meros intereses personales.

Silvio Berlusconi, con su pareja, Marta Fascina, en febrero en Milán.
Silvio Berlusconi, con su pareja, Marta Fascina, en febrero en Milán. LaPresse (LAPRESSE)
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El problema es que nadie sabe exactamente quién manda hoy en Forza Italia. Hay varias facciones enfrentadas que llevan años disputándose el beneplácito de un maltrecho Berlusconi para hacer y deshacer en el partido. Por un lado, emerge la figura de Antonio Tajani, coordinador de la formación y vicepresidente del Ejecutivo actual. Ha sido uno de los hombres de máxima confianza del magnate en los últimos años, pero se dejó algunas plumas en las últimas refriegas internas. Se trata, en todo caso, del poder que se maneja desde Roma y sus cámaras parlamentarias.

Hay otro foco imprescindible para entender qué puede suceder en las próximas horas. La mansión de Arcore, cuartel general de Berlusconi en los últimos tiempos, nunca fue un lugar corriente. Pero la casa —templo de los excesos políticos y sexuales de Il Cavaliere, escenario de las legendarias fiestas bunga bunga— ha sido también un pilar importante en la toma de decisiones políticas y experimentó algunos cambios relevantes en los últimos tiempos. Marta Fascina, de 33 años, diputada de Forza Italia y joven pareja del dueño de Mediaset, tomó las riendas. Y algunas cosas se aceleraron. La calabresa, a quien no se le conocen declaraciones públicas, empezó a imponer su línea política en la cúpula de Forza Italia y logró apartar de la sala de mandos a Licia Ronzulli, hasta ahora jefa de la secretaría, del grupo del Senado y coordinadora del partido en Lombardía, la región más importante (ahora ese puesto lo ocupa un amigo de Fascina). Quien quisiera pintar algo hoy en el partido sabía que debía llevarse bien con ella. Pero muerto Berlusconi, y sin conocerse todavía su testamento, las cosas podrían volver a cambiar.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona en 1980. Aprendió el oficio en la sección de Local de Madrid de El País. Pasó por las áreas de Cultura y Reportajes, desde donde fue también enviado a diversos atentados islamistas en Francia o a Fukushima. Hoy es corresponsal en Roma y el Vaticano. Cada lunes firma una columna sobre los ritos del 'calcio'.

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