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La Explanada de las Mezquitas de Jerusalén, el embrión de mil y una crisis

La última escalada de violencia en Oriente Próximo, originada por el asalto al templo de Al Aqsa, evidencia la relevancia del lugar en el conflicto palestino-israelí

Al Aqsa
Un grupo de hombres cantaba eslóganes y enarbolaba pancartas, a las afueras de la mezquita de Al Aqsa, el viernes.AHMAD GHARABLI (AFP)
Antonio Pita

El 7 de junio de 1967, durante la Guerra de los Seis Días, el comandante israelí Mordechai Gur pronunció una frase histórica tras superar las defensas jordanas en la ciudad vieja de Jerusalén: “¡El Monte del Templo está en nuestras manos!”. Simbolizaba el primer momento en el que los judíos volvían a controlar su lugar más sagrado desde que los romanos destruyeron el segundo templo que allí se alzaba en el siglo I. Pasado el entusiasmo, se impuso la realidad. El Monte del Templo, como se conoce en hebreo, es la Explanada de las Mezquitas, el tercer punto más importante del islam (tras La Meca y Medina) y lugar de rezo y presencia musulmana casi ininterrumpida en los últimos 1.300 años. “¿Para qué queremos ese Vaticano?”, le había preguntado en la víspera a un mando militar el ministro de Defensa, Moshé Dayan, que exigió retirar la bandera israelí que un soldado colocó sobre la famosa Cúpula de la Roca. 56 años más tarde, Israel ha vivido esta semana su mayor escalada en la frontera con Líbano desde 2006, y todo ha empezado en ese mismo Vaticano en territorio que ocupa desde aquella guerra.

El miércoles, en pleno mes sagrado musulmán del Ramadán (en el que decenas de miles de fieles acuden a rezar a la Explanada), un grupo se atrincheró en la mezquita de Al Aqsa, que está en el recinto. Circulaba el rumor de que un ultranacionalista religioso israelí iba a sacrificar allí un animal, como se hacía en tiempos bíblicos para marcar el inicio de la Pascua judía. Quedaron unos 400 palestinos, sobre todo jóvenes varones, pero también mujeres y ancianos. La policía israelí subraya que una parte tenía piedras y fuegos artificiales, que el encierro impedía el transcurso normal del Ramadán y que trató de negociar su salida. Luego, ingresó por la fuerza. Las imágenes de heridos y arrestos violentos en un lugar clave para las identidades palestina y musulmana encendieron las redes sociales. La noche siguiente, la policía entró de nuevo en la mezquita e Israel fue atacado desde Líbano con 33 cohetes. Era algo inédito desde la guerra con Hezbolá de 2006 y generó la actual escalada de bombardeos, cohetes y atentados.

El temor al sacrificio el miércoles prendió pese a que la policía israelí, que controla los accesos a la Explanada, había aclarado que lo impediría y a que detuvo a nueve activistas (algunos con cabras, a la entrada) de los movimientos que abogan por destruir las mezquitas para levantar un tercer templo judío. Ven los sacrificios de Pesaj (la Pascua Judía) como un mandamiento fundamental, así que estas fechas (que este año coinciden con Ramadán) vienen marcadas desde hace años por detenciones, intentos ―más o menos serios― de llevar a cabo el ritual y provocaciones. Es el caso de octavillas en hebreo en las que se ofrece una recompensa a quien sea arrestado por intentarlo o de anuncios en árabe en el barrio musulmán de la Ciudad Vieja pidiendo a los residentes el alquiler de un escondrijo para las cabras hasta el sacrificio.

Estos grupos siguen siendo muy minoritarios, pero llevan dos décadas ganando peso en el discurso y presencia en las instituciones. Y mientras la mayoría de los israelíes los ven como cuatro pirómanos, cada anuncio o amenaza (significativa o no, real o falsa) alimenta en los palestinos la sensación de que Al Aqsa está cada vez más en peligro.

“Los más jóvenes, especialmente, sienten que son los encargados de proteger Al Aqsa, el mayor icono al que están vinculados”, explica Yusef Al Natshe, historiador de arte islámico y director del Centro de Estudios de Jerusalén de la Universidad Al Quds. Al Natshe recuerda que “esta identificación no es solo una respuesta a la situación actual”, pero que la Explanada se vive ahora mismo como “la última ciudadela frente a la ocupación israelí”. “Las cosas están cambiando poco a poco, y tenemos mucho miedo. Sobre todo si se mira quién está en el Gobierno [israelí]”, señala este exdirector de Turismo y Arqueología en la Explanada.

Desconfianza

Este miedo se alimenta de la profunda desconfianza hacia las autoridades israelíes en general ―y el Gobierno más derechista de su historia, en particular―; del auge de los grupos mesiánicos y ultranacionalistas que pretenden reconstruir el templo; y de que un número creciente de judíos entra al recinto, algunos para rezar a escondidas o de forma muy discreta, lo que vulnera las reglas del juego vigentes desde 1967.

Temen también que la Explanada acabe como la Tumba de los Patriarcas de la ciudad cisjordana de Hebrón. Este lugar ―en el que están enterrados los patriarcas y matriarcas bíblicos Abraham y Sara, Isaac y Rebeca, y Jacob y Lea— fue dividido tras la ocupación israelí de Cisjordania. En 1994, un colono ultranacionalista, Baruj Goldstein (cuya foto tenía colgada en casa el actual ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir), asesinó allí a 29 palestinos al abrir fuego durante el rezo. Hoy, hay accesos separados para judíos y musulmanes.

Lo sucedido esta semana es casi un calco de hace dos años. Este Ramadán transcurría relativamente tranquilo hasta que la muerte de un joven beduino calentó los ánimos. La policía asegura que intentó robar el arma a un agente para atacarlo y que las omnipresentes cámaras de seguridad no lo captaron, mientras que algunos testigos apuntan a que fue disparado a bocajarro al sumarse a una discusión. En 2021, la tensión en el barrio de Sheij Yarrah en Jerusalén precedió a un episodio similar en la Explanada de mayor magnitud que acabó convertido en un enfrentamiento abierto entre Israel y Hamás en Gaza (con 262 palestinos y 12 israelíes muertos) y la extensión del conflicto a las ciudades israelíes con población judía y árabe.

Musulmanes palestinos rezan durante el Ramadán en el recinto de la mezquita de Al Aqsa, en Jerusalén.
Musulmanes palestinos rezan durante el Ramadán en el recinto de la mezquita de Al Aqsa, en Jerusalén.DPA vía Europa Press (DPA vía Europa Press)

En 1967, Israel pasó a controlar la Explanada, pero Dayán entendió lo peliagudo de la situación y articuló el conocido como statu quo, que tanto se menciona estos días. Son una serie de acuerdos verbales (nunca puestos por escrito) que dejan la administración del lugar en manos del Waqf de Jerusalén ―una fundación religiosa bajo tutela de la monarquía jordana― y la seguridad, en las de Israel, que vigila las entradas y solo opera en el recinto si lo ve necesario.

Según el statu quo, el rezo está reservado en la práctica a los musulmanes, mientras que los judíos lo hacen en el Muro de las Lamentaciones, único reducto del templo bíblico. El nacionalismo religioso, con un poder inédito en el actual Gobierno, ve este apaño como una desgracia y una entrega innecesaria de soberanía. Ben Gvir, que pertenece a esa corriente, visitó el lugar en enero.

Pasado convulso

En 1996, unos disturbios por la construcción de un túnel en la Explanada dejaron decenas de muertos. Una visita del entonces jefe de la oposición israelí, Ariel Sharon, prendió cuatro años más tarde la mecha de la Segunda Intifada. En 2015, el miedo a que se abriese la puerta al rezo judío parió la Intifada de los Cuchillos… En la Explanada de las Mezquitas, política y religión se dan la mano desde hace más de un siglo, en paralelo al surgimiento de un sentimiento nacional palestino y el inicio del conflicto de Oriente Próximo, con las primeras olas de migración sionista a la entonces Palestina bajo control otomano. Ya dos décadas antes de la creación de Israel, un enfrentamiento en torno al rezo en el Muro de las Lamentaciones sacó a la luz la creciente tensión entre ambas comunidades en los disturbios de 1929, en los que palestinos mataron en pocos días a más de 133 judíos.

Al Aqsa (como los palestinos llaman por lo general a todo el conjunto) es más que un complejo religioso. Es un espacio de 144.000 metros cuadrados con decenas de estructuras, como escuelas teológicas, bibliotecas, fuentes o minaretes, y en el que se puede ver a niños jugando al fútbol. “Los palestinos tienen una sensación allí de espacio amplio y extraterritorial, en el que la policía no puede entrar abiertamente”, explica por teléfono Lior Lehrs, director del programa de Establecimiento de la Paz entre israelíes y palestinos en el centro de estudios Mitvim. “En Israel, cuando se debate por qué los judíos no pueden rezar allí también, no siempre se entiende la complejidad de la situación”, agrega. Alguno o varios de los principales credos monoteístas sitúan allí el sacrificio de Isaac, la piedra fundacional, el final del viaje nocturno de Mahoma o episodios de la vida de Jesús.

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Sobre la firma

Antonio Pita
Corresponsal para Oriente Próximo, tras cubrir la información de los Balcanes en la sección de Internacional en Madrid. De vuelta a Jerusalén, donde ya trabajó durante siete años (2007-2013) para la Agencia Efe. Licenciado en Periodismo y Máster de Relaciones Internacionales y Comunicación por la Universidad Complutense de Madrid.

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