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Siria: 3.000 hombres contra un terremoto

La región no controlada por Damasco, muy afectada por el terremoto, depende de la acción de los voluntarios de los Cascos Blancos, y la ayuda que llega por un solo paso fronterizo. Los camiones de la ONU vuelven a operar en el cruce, y la UE activa el mecanismo de asistencia para prestar ayuda

Un herido por el terremoto esperaba tratamiento en un hospital de Bab al Hawa, el cruce entre Turquía y Siria, este lunes. Foto: AAREF WATAD (AFP) | Vídeo: EFE
Óscar Gutiérrez (ENVIADO ESPECIAL)

Dos discursos en cierta manera similares, o con un fondo parecido. Primero, el del portavoz de la organización de voluntarios Defensa Civil Siria —conocida como Cascos Blancos e integrada por unas 3.000 personas—, el sirio-estadounidense Oubada Alwan: “Tenemos las mismas expectativas que cualquier otro país que sufre un terremoto”, dice en conversación telefónica. Segundo, el del diplomático esloveno Janez Lenarcic, comisario europeo de Gestión de Crisis, presente en la ciudad turca de Gaziantep, a unos 60 kilómetros de la frontera siria: “Ayudar a los sirios es igual de importante que ayudar a los turcos”. Pero de un modo u otro, mientras la comunidad internacional se ha volcado en el envío de equipos estatales y organizaciones no gubernamentales al sudeste de Turquía, azotada desde el lunes por dos fuertes terremotos y cientos de réplicas, al noroeste de Siria, tras 12 años de conflicto interno, no llega casi nada.

Bien porque muchas de las zonas afectadas están gobernadas aún por grupos armados; porque la frontera por donde podría entrar la ayuda está cerrada a cal y canto salvo un cruce, o bien, finalmente, porque Occidente no reconoce al Gobierno de Bachar el Asad. Y eso, sin duda, lo complica todo.

Dos de los seis camiones con ayuda humanitaria que cruzaron el jueves el paso de Bab al Hawa hacia Siria.
Dos de los seis camiones con ayuda humanitaria que cruzaron el jueves el paso de Bab al Hawa hacia Siria.STRINGER (REUTERS)

Según los datos facilitados por los Cascos Blancos el jueves, 1.970 personas han perdido la vida en territorio sirio no controlado por el Gobierno de El Asad debido al seísmo ―a los que habría que sumar 1.347 víctimas en zona bajo control de Damasco―, mientras que 2.950 han resultado heridas. Un total de 400 edificios han caído por completo en esa región, y 1.300 están dañados. Datos sujetos siempre a revisión, pero que, si bien están lejos de la catástrofe turca, con más de 20.000 muertos, revelan una crisis que requiere asistencia del exterior. “Estamos en un punto crítico”, continúa Alwan, “es el cuarto día y sigue habiendo cientos de personas enterradas, ¿por qué tarda tanto en llegar la ayuda?”. Eso mismo se pregunta sobre el terreno, en Sarmada, en la provincia siria de Idlib, uno de sus compañeros, Ismail Alabdullah. “Necesitamos material pesado para rescatar y provisiones para los hospitales de campaña, pero no llega nada”.

El cruce desde Turquía a Siria, por una frontera que se extiende algo más de 900 kilómetros, es el paso entre dos mundos muy diferentes. El norte del país árabe se ha convertido en un mosaico de actores armados, árabes, turcos y kurdos, al mando de porciones del terreno. Esa ayuda que demanda el portavoz de los Cascos Blancos, en búsqueda de fondos y organizaciones que les puedan echar una mano en la provincia de Idlib y el sur de Alepo, ya se requería anteriormente, aunque de otro modo. Alrededor de 800.000 sirios malviven en campos de desplazados por la guerra en la región noroeste.

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Para cualquier ayuda existe un primer obstáculo logístico: la ruta que conduce desde la provincia turca de Hatay, en el sudeste del país, hacia el paso fronterizo de Bab el Hawa, el único abierto para la entrada de asistencia internacional, se vio afectada por uno de los temblores. El miércoles, al fin, seis camiones de Naciones Unidas, que ya tenía planificado el viaje antes de los seísmos ―cientos de vehículos enviados por la ONU atraviesan cada mes este punto de la frontera―, lograron, a través de vías alternativas, llegar al cruce para distribuir ayuda. Un terremoto de tal magnitud es imprevisible, pero sí se puede disponer la apertura de más cruces como el de Bab al Hawa. Aunque esto, por el momento, no parece que vaya a ocurrir. Casi 12 años después de las primeras revueltas prodemocráticas y la posterior guerra civil, el único acuerdo de mínimos que mantiene la comunidad internacional, bajo el sello del Consejo de Seguridad de la ONU y sujeto a renovación cada seis meses, es la apertura de este paso.

Del lado sirio, grupos armados como Hayat Tahrir al Sham, herederos de la antigua Al Qaeda en Siria, controlan el terreno. Y para Damasco, que entre cargamento humanitario por allí legitima su descontrol de la zona. Rusia, miembro permanente del Consejo y fiel aliado del régimen sirio, ha dado su visto bueno al cruce, pero a regañadientes.

“La autorización de un solo paso es el gran obstáculo y desafío”, expresa Lenarcic en una comparecencia ante los medios en Gaziantep, “y hace mucho más difíciles nuestros esfuerzos para ayudar a los sirios”. Eso y que Occidente desconfía de El Asad. O dicho de otro modo, como señala el diplomático esloveno: existe el recelo a que el reparto sea “equitativo”, que llegue de igual modo a zonas controladas y no controladas por Damasco. El Asad ha defendido que él puede ser el que distribuya para todos, pero eso tampoco va a pasar porque la oposición occidental es clara. El jueves lo manifestaba François Delmas, portavoz del Ministerio de Exteriores francés: “Nuestro enfoque político no cambia y, contrariamente a Bachar el Asad, estamos trabajando a favor de la población siria”.

Preguntado por EL PAÍS, el comisario de Gestión de Crisis afirma que no existe relación entre Bruselas y el Gobierno sirio, pero sí un enlace operacional en Damasco.

Dos hombres permanecían el jueves junto a los restos de una casa caída en una zona inundada por la rotura de una presa tras el terremoto, en la provincia siria de Idlib.
Dos hombres permanecían el jueves junto a los restos de una casa caída en una zona inundada por la rotura de una presa tras el terremoto, en la provincia siria de Idlib.ABDULAZIZ KETAZ (AFP)

El miércoles, Damasco, sujeto a sanciones por la represión de la oposición siria ―esta medida, que afecta a más de 300 personas e instituciones, no incluye la provisión de asistencia internacional al país―, pidió ayuda al Mecanismo de Protección Civil de la UE, un sistema que cualquier país puede solicitar en caso de que no pueda hacer frente a una crisis por su magnitud. Italia y Rumania fueron los primeros en ofrecer tiendas, sacos de dormir, colchones, camas, alimentos, ropa de invierno... Según el comisario europeo, Bruselas, que ha comprometido 3,5 millones de euros en fondos de emergencia para el país árabe, ha llegado, además, a un acuerdo para que el Programa Mundial de Alimentos (PMA) empiece a distribuir comida y ayuda logística por este cruce.

Pero, de nuevo, han pasado ya cuatro días desde que tembló la tierra. “Necesitamos gente que venga a rescatar”, señala el portavoz de los Cascos Blancos, “equipamiento, combustible y generadores. Somos 3.000 hombres para una población de cuatro millones de personas”. Las organizaciones locales, con las que Naciones Unidas o la UE pueden trabajar para llegar al terreno, siguen actuando, pero lo que ahora requiere la emergencia es mover los escombros y buscar supervivientes.

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Sobre la firma

Óscar Gutiérrez (ENVIADO ESPECIAL)
Periodista de la sección Internacional desde 2011. Está especializado en temas relacionados con terrorismo yihadista y conflicto. Coordina la información sobre el continente africano y tiene siempre un ojo en Oriente Próximo. Es licenciado en Periodismo y máster en Relaciones Internacionales

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