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Ucrania se prepara para el invierno más difícil

Los bombardeos rusos contra la red energética del país amenazan con dejar a millones de personas sin electricidad, agua y calefacción en los meses de frío

Habitantes de la ciudad de Liman, en Donetsk, cocinaban en la calle el pasado 16 de octubre tras la destrucción de las tuberías de gas.Foto: WOLFGANG SCHWAN (GETTY) | Vídeo: EPV / REUTERS
Cristian Segura (Enviado Especial)

Las temperaturas ya son inferiores a los cero grados por la noche en Ucrania y cientos de miles de personas tienen que pasarlas desde el día 10 sin calefacción ni estufas eléctricas. Moscú dio inicio aquel lunes a su plan de ataque masivo contra la red energética ucrania y desde entonces no ha pasado un día sin bombardear infraestructuras clave para la supervivencia de la población. El sábado fue la jornada más devastadora, según indicó en un comunicado Ukrenergo, la empresa pública que gestiona la red eléctrica del país: más de 30 misiles dejaron poblaciones enteras en 10 provincias sin suministro. En Lutsk, ciudad al oeste del país cercana a Polonia, se interrumpió el servicio de agua caliente. El presidente ucranio, Volodímir Zelenski, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, han coincidido en tildar esta estrategia de crimen de guerra.

La invasión traerá a Ucrania el invierno más duro en décadas. Ya lo advertía en agosto Yurii Vitrenko, presidente de la empresa estatal de gas Naftogaz, y la situación desde entonces no ha hecho más que empeorar. Rusia ha centrado su ofensiva este octubre en destruir la infraestructura energética ucrania. Más del 40% de la red eléctrica del país ha quedado fuera de servicio, además de cientos de kilómetros de gasoductos, canalizaciones de agua y todas las refinerías. El objetivo del Kremlin es dejar a millones de personas sin recursos para hacer frente al frío.

Vitrenko avisaba en agosto desde las páginas de The Guardian que planteaban reducir este invierno de media la temperatura de la calefacción unos cuatro grados —la calefacción en Ucrania está centralizada por los ayuntamientos—. Dos meses más tarde, el pasado 14 de octubre, el presidente de la gasista confirmaba en una entrevista con Kyiv Independent que la situación era peor de lo previsto porque muchas de sus plantas de calentamiento del agua para la calefacción habían quedado inutilizadas. Vitrenko alertaba además de que el país solo contaba con menos de la mitad de las reservas de gas necesarias para pasar el invierno con seguridad: el gas que importaba desde la UE ha dejado de fluir porque sus aliados del club comunitario tienen que hacer frente a su propia crisis energética.

La temporada de calefacción debería haber empezado en Kiev hace dos semanas, pero Naftogaz ha confirmado que este año empezará más tarde —y terminará antes— debido a la falta de gas y carbón —las dos principales minas de este mineral suspendieron su actividad debido a los ataques—. La alternativa para millones de personas son las estufas eléctricas, pero este recurso también está en riesgo, como dejó claro esta semana Zelenski: un apagón generalizado es posible. El Ministerio de Energía calcula que ha perdido un 50% de la generación térmica —las centrales de carbón y ciclo combinado son la principal fuente de electricidad del país—, además de un 30% de las plantas solares y un 90% de los parques eólicos. No solo eso: la central nuclear de Zaporiyia, que aportaba el 20% de la producción eléctrica ucrania, está en manos de las fuerzas de Moscú.

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Menos transporte y alumbrado

Los ayuntamientos ya están reduciendo el consumo eléctrico de sus edificios, del transporte público y del alumbrado urbano, y en algunos casos, como en la ciudad de Yitómir, se producen cortes a determinadas horas en algunos días de la semana. Millones de ciudadanos están reduciendo voluntariamente el consumo, como puede comprobarse caminando por Kiev, donde la mayoría de los comercios apagan parte del alumbrado. Todo esto, según admite el Ministerio de Energía, no impedirá que los cortes de luz, para evitar sobrecargar la red, terminen por ser habituales.

Las autoridades reiteran que la ciudadanía debe aprovisionarse con material para combatir el frío, desde sacos de dormir y ropa térmica a generadores de gasoil en comunidades. El ministro de Política Territorial, Oleksii Chernisov, hacía el día 12 un llamamiento en unas jornadas del centro de análisis de Estados Unidos Atlantic Council para que sus aliados internacionales hagan llegar a Ucrania generadores, combustible, plantas móviles de potabilización de agua y calderas móviles de calefacción. “El invierno va a ser muy duro, no estábamos preparados, no preveíamos un ataque a esta escala contra la red energética”, afirmó en las mismas jornadas la exviceministra de Exteriores Olena Zerkal. “Este invierno será muy, muy oscuro y frío”, añadió Oksana Nechiporenko, directora de la ONG Global Office.

Varias personas almacenaban el jueves madera en la localidad de Derhachi (Járkov).
Varias personas almacenaban el jueves madera en la localidad de Derhachi (Járkov).Vyacheslav Madiyevskyy (REUTERS)

Una cola de decenas de personas esperaba el sábado en Kiev frente a la sede de la ONG Yo Mariupol. Los voluntarios repartían cajas de comida a los que aguardaban su turno, refugiados de Mariupol, la ciudad de la costa del mar de Azov arrasada por el asedio ruso de la pasada primavera. Los responsables de la ONG comentaban que están recogiendo peticiones de ayuda para pasar el invierno. Las personas que acuden piden sobre todo ropa y sacos de dormir. Ucrania tiene cerca de siete millones de desplazados internos, según el recuento de Naciones Unidas, gente que ha huido prácticamente con lo puesto desde zonas próximas a los combates.

La exviceministra Zerkal prevé que la situación provoque una nueva oleada de migraciones hacia la Unión Europea, pero también hacia otras zonas ucranias donde dispongan de recursos, sobre todo las familias con menores. EL PAÍS ha entrevistado a varias personas en Kiev en la última semana que confirman que lo tienen todo preparado para abandonar la capital para instalarse en segundas residencias o en casas de familiares en zonas rurales donde cuentan con calefacción autónoma y acceso a agua potable. Yulia Makuha visitaba el sábado tiendas de equipamiento de montaña en Kiev para comprar ropa térmica y un saco de dormir para las bajas temperaturas del invierno ucranio, que pueden descender de los 10 grados bajo cero. Makuha explicaba que tenía previsto trasladarse a la provincia de Vinnitsia, en el centro del país, donde viven sus padres, en una casa que cuenta con calefacción propia que puede funcionar con carbón o madera.

“El número de personas que nos visitan se ha disparado”, afirmaba Serguéi Dogov, encargado de la tienda de material de montaña Kaprikorn, en la capital ucrania. “Sobre todo compran hornillos de gas, ropa térmica y sacos de dormir”, indicaba Dogov, los mismos productos que el alcalde de la ciudad, Vitali Klitschko, recomendó hace dos semanas a sus conciudadanos que adquieran para los próximos meses. El propio encargado de la tienda ha preparado su apartamento con paneles solares plegables para situar en el balcón, sacos de dormir y un hornillo con varias bombonas de gas.

En Horodnia, zona rural a 200 kilómetros al norte de Kiev, las temperaturas diurnas ya están próximas a los cero grados. En el centro del municipio se ha habilitado un punto de distribución de ropa para los evacuados de las provincias del este, las más próximas al frente. En una visita de este diario el pasado miércoles, Galina Volechuk, responsable del centro, y su equipo de voluntarias jubiladas asumían la situación con resignación, sin ansiedad: “Esta batalla no la ganará Rusia, sabemos convivir con el frío”. Destacados propagandistas del Kremlin repiten este octubre en las redes sociales que el frío será ahora un arma para Rusia, como lo fue para la Unión Soviética cuando detuvo la invasión alemana en la II Guerra Mundial. Las diferencias son evidentes: en esta ocasión, el invasor es Rusia, y enfrente tiene a un país que también sabe convivir con las inclemencias del tiempo.

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Sobre la firma

Cristian Segura (Enviado Especial)
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario Avui en Berlín y posteriormente en Pekín. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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