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China
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Xi y el xiísmo a la enésima potencia

La expulsión de Hu Jintao del Congreso del Partido Comunista Chino culmina la liquidación de la corriente asociada al expresidente. El objetivo final es acabar con la herencia de Deng Xiaoping, señalado como responsable del desarrollo desequilibrado de las últimas décadas

El expresidente chino, Hu Jintao (segundo por la derecha, de pie), se dirige al actual presidente, Xi Jinping, en el momento en el que es expulsado del Congreso del Partido Comunista Chino.Foto: Noel Celis (AFP) | Vídeo: Reuters
Xulio Ríos

Lo ocurrido ante los medios de comunicación con el expresidente Hu Jintao en el recién clausurado 20º Congreso del PCCh constituye un hecho absolutamente anormal. Puede que, en efecto, se haya debido a una repentina indisposición, pero, de ser verdad, no habría razón para ocultarla ante la opinión pública del país. En los medios chinos no se han emitido esas imágenes, al menos por el momento. Ello alimenta una interpretación política de lo acontecido mucho más alambicada.

Si unimos tal circunstancia con la inesperada no reelección de Wang Yang (la del primer ministro Li Keqiang no sorprende tanto a la vista del efectivo cumplimiento de sus dos mandatos), a la espera de conocerse la composición del nuevo Comité Permanente del Politburó, el máximo órgano dirigente del PCCh, bien podríamos hallarnos ante la práctica liquidación de los tuanpai, la corriente asociada al expresidente Hu, con un modus operandi tan abochornante como dramático.

En los últimos años, Xi había concentrado su artillería en la liquidación del clan de Shanghái asociado al expresidente Jiang Zemin (96 años), quien no estuvo presente en el 20º Congreso. Lejos de complementar esa “victoria” con un esfuerzo integrador con las huestes de Hu, Xi daría un golpe de mano que, en la práctica, le puede permitir establecer un máximo órgano dirigente totalmente afín.

A ello deberíamos añadir la modificación estatutaria aprobada, de signo netamente ideológico, abundando en la exaltación de Xi como líder incuestionable y del xiísmo no solo como pensamiento orientador en esa delicada etapa que se fija 2049 como norte motivador, también con una posición de supremacía sin par en la jerarquía, solo equiparable al maoísmo.

Por tanto, lo que en realidad se estaría finiquitando en toda regla no es otra cosa que el denguismo (1978-2002), señalado como responsable del “desarrollo desequilibrado” del país en las últimas décadas y que Xi se apresta a “rectificar” de forma contundente. Y supone una vuelta de tuerca más a la resolución sobre la historia aprobada el pasado año que ya lo elevaba sobre el común de los mortales. Y, por último, un mensaje a toda la militancia del PCCh, reiterando la lealtad sin fisuras como la virtud máxima de este tiempo.

Instalado en esta dinámica, aprestémonos a contemplar un PCCh imbuido de “espíritu de lucha” y dispuesto en formación tortuga para acelerar el curso de la historia con ese primer horizonte cifrado en 2035. Si las circunstancias lo permiten, el propio Xi espera liderar el PCCh hasta esa fecha, sobre todo si, como parece, no se visualiza un sucesor claro.

Los riesgos asociados a este enfoque de la reorganización de la cúpula del país, ya sea en términos de institucionalidad del liderazgo como de línea política, abren importantes interrogantes que trascienden la mera cuestión sucesoria. ¿Qué China puede esperar el mundo —y su propia sociedad— si quien la gobierna presume de ser un “bloque de acero”?.

Xulio Ríos es asesor emérito del Observatorio de la Política China.

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