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OLAF SCHOLZ
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Olaf Scholz, nuevo inquilino de la Cancillería

No hace falta sacarse la licencia de profeta para pronosticarle al canciller alemán una legislatura jalonada de dificultades

Olaf Scholz
El canciller alemán, Olaf Scholz, con mascarilla en la reunión de su Gabinete este lunes en Berlín.MICHAEL SOHN (AFP)

A sus 63 años y con una larga carrera política a sus espaldas, Olaf Scholz es el noveno canciller de la República Federal de Alemania, el cuarto socialdemócrata en el cargo después de Willy Brandt (1969-1974), Helmut Schmidt (1974-1982) y Gerhard Schröder (1998-2005). Viene a llenar el hueco enorme dejado por Angela Merkel, a quien acompañó como vicecanciller y ministro de Finanzas en la pasada legislatura.

No son pocos los retos a que habrá de enfrentarse Scholz desde un inicio. El primero y acaso principal de todos ellos: la pandemia, cuya gestión en ocasiones errática por parte del Gobierno anterior ha obrado el efecto de fraccionar el país en bandos de opinión irreconciliables. A ello se suman unos índices elevados de negacionismo que ponen en tela de juicio el viejo mito de la nación disciplinada y metódica, y estimulan el discurso incendiario de la ultraconservadora Alternativa para Alemania (AfD).

No hace falta sacarse la licencia de profeta para pronosticarle a Olaf Scholz una legislatura jalonada de dificultades. Gobernar en coalición con liberales y verdes es algo así como meter en una caja a un perro y un gato. Y ello a pesar de las apariencias de armonía que los representantes de los tres partidos mostraron durante las jornadas de negociación ante la opinión pública. Lo cierto es que en la votación secreta de investidura del pasado 8 de diciembre en el Bundestag, a Olaf Scholz le faltaron 15 votos, bien de sus socios de Gobierno, bien de sus propias filas. Mala señal.

Con ocasión del relevo en la Cancillería, Angela Merkel, dulce como de costumbre, pero no sin segundas intenciones, le deseó a Olaf Scholz “una mano con suerte”. No es Scholz, por cierto, un hombre a quien le haya fallado la fortuna en su periplo político. Allá por enero de 2020, su partido, el SPD, quedaba en las encuestas de intención de voto por debajo del 15%. Voces agoreras pronosticaban a la socialdemocracia alemana un papel residual. En el partido se pensó que hacían falta un nombre y una cara que personificasen la segura derrota en las elecciones federales del año siguiente y allí estaba, para cumplir tan desagradecida misión, el tranquilo y sonriente Scholz.

Iniciada la campaña electoral, ciertamente las cosas no pintaban del todo bien para él; pero luego ocurrió lo que ocurrió. Unas risotadas del candidato democristiano durante una visita oficial a una zona devastada por las inundaciones y un libro salpicado de pasajes plagiados de la actual ministra de Exteriores, la verde y prometedora Annalena Baerbock, contribuyeron a procurarle al partido de Scholz unos resultados electorales que, sin ser como para dar brincos por la pradera, permitieron a su candidato encabezar el actual Gobierno de la RFA.

Y es que, además de suerte, Olaf Scholz cuenta con méritos personales puestos en práctica durante un largo periodo de dedicación a la gestión pública en puestos de relevancia, entre ellos el de primer alcalde de la Ciudad Libre y Hanseática de Hamburgo o el de ministro en dos gobiernos de coalición con el partido de la canciller Merkel.

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Más amigo de la oratoria moderada que de los excesos retóricos, Scholz es un hombre aplomado que guarda las formas y acude a los debates con los informes leídos y las actas estudiadas, anteponiendo la enumeración de datos a las expansiones temperamentales. No genera fervor, pero inspira confianza. Tiene, además, esa peculiaridad no del todo habitual entre políticos: sabe escuchar y es receptivo a los argumentos ajenos. De hecho, la elección de sus actuales ministros socialdemócratas salió de un acuerdo con la dirección del partido, lo que prueba, una vez más, el talante cooperativo, en absoluto autoritario, de Olaf Scholz.

Él mismo cita con orgullo a su esposa como su principal asesora. Nada que ver, pues, con el agresivo y machote Schröder. Antes al contrario, armado de una inconmovible sonrisa, Olaf Scholz gusta de resaltar su apego a las virtudes hanseáticas: el pragmatismo, la templanza, la contención de las emociones. Los mismos atributos, a fin de cuentas, que se atribuían a su antecesora en el cargo. La reputaban gris, anodina, poco o nada carismática, inmune al entusiasmo, y después, contra todo pronóstico, aguantó 16 años en la Cancillería.

Fernando Aramburu es escritor y residente en Alemania.

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