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Los disturbios se extienden en Nigeria tras la muerte de 38 personas por la represión policial

La comunidad internacional condena la brutalidad de las fuerzas del orden, que dispararon contra un millar de manifestantes en Lagos

José Naranjo
Manifestantes desafían el toque de queda en Lagos este martes 20 de octubre.
Manifestantes desafían el toque de queda en Lagos este martes 20 de octubre.BENSON IBEABUCHI (AFP)

Unas 38 personas fallecieron este martes en Nigeria y cientos resultaron heridas, según un recuento de Amnistía Internacional (AI), a consecuencia de los disturbios y la violenta represión de la ola de protestas contra la brutalidad policial que vive este país desde el pasado 8 de octubre. Los incidentes más graves se vivieron en Lagos, la ciudad más poblada, donde soldados dispararon contra un millar de manifestantes que habían ocupado una estación de peaje de Lekki, tal y como indica la asociación de derechos humanos. En esta ciudad falleció una docena de personas, aunque el gobernador del estado de Lagos, Babajide Sanwo-Olu, solo admite un muerto en el hospital por traumatismos en la cabeza.

La violencia se extendió también por los Estados de Oyo, Ogun, Kano, Edo, Abia y la capital, Abuya, con comisarías de policía atacadas e incendiadas, choques entre alborotadores y manifestantes y más fallecidos. Pese a que el toque de queda declarado este martes sigue en vigor en Lagos, este miércoles han proseguido los disturbios con el incendio de la sede de una televisión, una estación de autobuses y otros edificios públicos y privados. Por toda la ciudad se han escuchado disparos y se han seguido produciendo enfrentamientos, aunque el Ejército negó este martes haber disparado contra la población y el Gobierno federal no ha facilitado ningún balance de muertos.

“Abrir fuego contra manifestantes pacíficos es una flagrante violación de los derechos de las personas a la vida, la dignidad, la libertad de expresión y de reunión pacífica. Los soldados tenían claramente una intención: matar sin consecuencias”, aseguró Osai Ojigho, director nacional de AI en Nigeria quien ha pedido una inmediata investigación y que los responsables sean llevados ante la justicia. Esta organización, que asegura que ha elaborado su recuento a partir de testigos oculares, capturas de vídeo e informes de los hospitales, asegura que los militares retiraron los cadáveres en la zona de Lekki.

Este miércoles, el presidente nigeriano Muhammadu Buhari hizo un tibio llamamiento a la calma y reiteró su compromiso total con la aplicación de “reformas duraderas” en el seno de la Policía, una de las principales demandas de los manifestantes. Sin embargo, desde el exterior no han tardado en llegar las condenas a la actuación policial. El secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, condenó lo que llamó “brutalidad" e hizo un llamamiento a la moderación mientras el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, mostró su rechazo a la impunidad. “Es alarmante saber que varias personas han resultado muertas o heridas durante las protestas. Es crucial que los responsables por los abusos sean llevados a la justicia”, señaló.

Las reacciones de indignación inundaron también las redes sociales. A través de Twitter, la ex secretaria de Estado estadounidense Hillary Clinton instó al presidente y al Ejército a “dejar de asesinar a los jóvenes manifestantes”. El candidato demócrata Joe Biden también pidió el cese de una represión “que ha provocado ya muchos muertos” a través de un comunicado. Conocidos artistas y figuras de la cultura de enorme influencia, como los cantantes Davido y Wizki, exigen ya la inmediata dimisión de Buhari.

“Horribles imágenes nos llegan de la estación de peaje de Lekki. El derecho a la vida es sacrosanto”, aseguraba en Twitter el responsable de programas de Amnistía Internacional (AI) en Nigeria, Seun Bakare. Esta organización aseguró ya horas después de los hechos tener pruebas “creíbles y alarmantes” de que el uso excesivo de la fuerza provocó la muerte de manifestantes. El gobernador de Lagos, Babajide Sanwo-Olu, cifró en 28 los heridos ingresados en tres hospitales, dos de ellos en estado grave, y admitió que uno había fallecido. “Esta es la noche más difícil de nuestras vidas, ya que fuerzas que escapan a nuestro control directo han actuado para escribir páginas oscuras en nuestra historia, pero les haremos frente y saldremos reforzados”, dijo a través de su cuenta de Twitter.

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Ante la deriva violenta de las manifestaciones contra la brutalidad policial que sacuden a Nigeria desde el pasado 8 de octubre, el Gobierno federal decidió esta semana movilizar al Ejército y a las fuerzas antidisturbios en todo el país. En Lagos, grupos de jóvenes habían erigido este martes barricadas y bloqueado todos los accesos a la ciudad, lo que llevó al gobernador Sanwo-Olu a decretar un toque de queda que entró en vigor a las cuatro de la tarde. Pese a ello, un millar de manifestantes decidieron permanecer en la estación de peaje de Lekki, uno de los principales puntos de entrada a la urbe.

Fuerzas del orden y militares ocuparon posiciones durante la tarde en este punto estratégico y, al caer la noche, apagaron las cámaras de seguridad de la estación y cortaron la luz. Instantes después abrieron fuego contra los manifestantes. Graves incidentes se vivieron también en Alausa y Mushin, a las afueras de Lagos, donde la policía disparó contra jóvenes que habían cortado el tráfico e impedían el paso a los agentes. El periódico local The Punch informa de la muerte de 17 personas en este lugar. Al menos seis policías fallecieron en los disturbios por todo el país, según este medio de comunicación, dos comisarías fueron incendiadas y numerosos vehículos vandalizados.

En Ibadan, capital del estado de Oyo, un grupo de jóvenes saqueó una comisaría, robó armamento y luego prendió fuego al edificio. Murieron cinco personas, entre ellas dos policías, según medios nacionales, que recogen también que en Kano, al norte del país, alborotadores irrumpieron en una manifestación pacífica y asesinaron a cuatro jóvenes, lo que provocó un enfrentamiento entre ellos. Presumiblemente, en Benin, capital del estado de Edo, manifestantes desafiaron el toque de queda y la policía abrió fuego contra ellos, con el resultado de al menos dos muertos. En la ciudad de Abia fueron atacadas dos comisarías y en Abuya delincuentes armados con palos y piedras se abalanzaron sobre los manifestantes, provocando decenas de heridos.

El desencadenante de la reciente ola de manifestaciones contra la brutalidad policial fue el asesinato de un joven el pasado 3 de octubre en la ciudad de Ughelli a manos de la policía. El principal objeto de la ira de los jóvenes era el Escuadrón Especial Anti-Robos (SARS), una unidad creada en 1984 que había acumulado cientos de denuncias por uso excesivo de la fuerza, intimidación, torturas en lúgubres centros de detención y ejecuciones extrajudiciales, tal y como documentó en cuatro informes desde los años noventa la organización de derechos humanos Amnistía Internacional. Tras la multitudinaria protesta del 9 de octubre, el presidente Buhari decidió disolver el SARS, pero las manifestaciones continuaron y subieron de tono.

Los manifestantes, que recibieron un enorme apoyo internacional de personalidades del mundo de la cultura y el deporte, así como de movimientos como Black Lives Matter, demandaban justicia para las víctimas del SARS así como una profunda investigación de todas las denuncias. Las protestas también empezaron a señalar al presidente Buhari, la corrupción y el mal gobierno en un contexto de crisis económica por las medidas adoptadas para combatir la pandemia de la covid-19. Las manifestaciones fueron pacíficas hasta que entraron en escena grupos de alborotadores y “matones a sueldo”, según ha denunciado AI, armados con piedras y palos que atacaban a los propios manifestantes. La represión de las protestas se habría cobrado unas 15 víctimas mortales hasta este martes.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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