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Alemania y España median para reducir la tensión en el Mediterráneo oriental

Francia y Grecia defienden el fin de la política de apaciguamiento con Turquía y la imposición de sanciones

Andrés Mourenza
El presidente de Chipre, Nicos Anastasiadis, y los primeros ministros de Grecia e Israel, Kiriakos Mitsotakis y Benjamin Netanyahu, posan en Atenas el pasado enero tras firmar un acuerdo para la construcción de un gasoducto conjunto.
El presidente de Chipre, Nicos Anastasiadis, y los primeros ministros de Grecia e Israel, Kiriakos Mitsotakis y Benjamin Netanyahu, posan en Atenas el pasado enero tras firmar un acuerdo para la construcción de un gasoducto conjunto.ALKIS KONSTANTINIDIS (Reuters)

La mitad oriental del Mediterráneo se ha convertido en uno de los vecindarios más conflictivos de la Unión Europea debido a las disputas por sus hidrocarburos, algo que pone a prueba la capacidad de actuación del club comunitario. En este marco, la presidencia alemana de la UE, con la colaboración de España, trata de mediar entre los actores enfrentados, mientras otros países como Francia o Grecia apuestan por acciones más duras para poner coto a lo que consideran políticas expansionistas de Turquía.

El pasado 21 de julio, el Estado Mayor de Grecia puso a sus Fuerzas Armadas en estado de máxima alerta en respuesta a la declaración de Turquía que delimitaba un área al sur de la isla griega de Kastelórizo como zona de prospecciones sísmicas. Ankara se preparaba para enviar un buque de exploración de hidrocarburos escoltado por dos fragatas, y varios cazas sobrevolaron la zona. Un paso más en la interminable escalada que vive el Mediterráneo Oriental y que ha llevado a estos dos países a un nivel de confrontación no visto desde la década de 1990, cuando estuvieron a punto de ir a la guerra por el control de unos islotes. Una semana después, las aguas volvieron a su cauce, al menos temporalmente, y Ankara y Atenas se han comprometido a dialogar.

Entretanto han mediado las llamadas a ambas capitales de la canciller alemana, Angela Merkel. “A esta presidencia [rotatoria de la UE] le interesa mucho reducir la tensión en el Mediterráneo”, explica una fuente diplomática europea. También es fruto de las negociaciones emprendidas por el alto representante de la UE para Política Exterior, Josep Borrell, que visitó Turquía a inicios de mes, y de los esfuerzos de otros países. El pasado 27 de julio, la jefa de la diplomacia española, Arancha González Laya, anunció tras reunirse con su homólogo turco, Mevlüt Çavusoglu, que Ankara se había comprometido a “pausar las exploraciones al menos durante un mes” para dar “espacio al diálogo”. Un día después, la ministra viajó a Grecia, donde la cuestión del Mediterráneo Oriental también ocupó buena parte de su agenda.

La tensión en esta región no ha dejado de aumentar en los últimos años, pues en ella se superponen varios conflictos: las disputas marítimas y aéreas entre Turquía y Grecia; la división de la isla de Chipre; las guerras de Libia y Siria; la pugna por la primacía regional entre turcos, egipcios, saudíes, emiratíes e israelíes; la búsqueda rusa de puertos en el Mediterráneo... Todo ello sobre el trasfondo de los descubrimientos de importantes depósitos de gas submarino.

“Desde 2002 mantuvimos negociaciones exploratorias para abordar la cuestión de las fronteras marítimas, pero la parte griega solicitó detenerlas en 2016. Ahora Alemania y España están promoviendo un diálogo y esas iniciativas son bienvenidas por Turquía”, afirma una fuente diplomática de este país. Los canales de comunicación entre Turquía y Grecia nunca se han cerrado completamente, ni siquiera en los momentos de mayor tensión, pero ahora no son negociaciones sino “conversaciones sobre los términos del diálogo”, puntualiza otra fuente implicada.

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Ankara y Atenas están enfrentados por la definición de sus aguas territoriales, sus Zonas Económicas Exclusivas (ZEE) -que se extienden hasta 200 millas náuticas del litoral-, y su plataforma continental, hasta 350 millas náuticas. Grecia se aferra a la letra de la Convención de la ONU sobre la Ley del Mar, que Turquía no ha firmado, para reclamar que la delimitación se haga teniendo en cuenta todas sus islas habitadas, incluidas las que están situadas frente a la costa turca. Ankara, en cambio, propone aplicar las prácticas consuetudinarias usadas en otros casos y que las islas remotas puedan generar aguas territoriales pero no derecho a ZEE o a plataforma continental. “No tiene sentido que una isla minúscula como Kastelórizo, a dos kilómetros de la costa turca y a más de 500 de la Grecia continental genere 40.000 kilómetros cuadrados de ZEE para Grecia, que deberían pertenecer a Turquía”, se queja la fuente turca: “Del mismo modo, España no reivindica que sus islotes frente a Marruecos [Vélez, Chafarinas y Alhucemas] le otorguen derechos exclusivos sobre esas aguas”.

La cuestión del gas

A esta disputa se añade el conflicto en Chipre, dividido desde 1974 entre la República de Chipre -poblada mayoritariamente por habitantes de lengua griega y que controla el sur de la isla- y la República Turca del Norte de Chipre, hogar de la comunidad turcochipriota, ocupada por las Fuerzas Armadas de Turquía y sin reconocimiento internacional. En los últimos años, Turquía ha enviado barcos de guerra a aguas chipriotas para hostigar a las empresas (mayoritariamente europeas) que tratan de extraer el gas submarino, pues entiende que Nicosia no tiene potestad para gestionar los recursos naturales del país sin la aprobación conjunta de la comunidad turcochipriota.

Estas acciones han provocado que cada vez haya más Gobiernos y partidos dentro de la Unión Europea que apuesten por cesar la estrategia de apaciguamiento respecto a Turquía y sustituirla por una política de duras sanciones, así como romper unas negociaciones de adhesión que llevan años en vía muerta. En este bloque destaca Francia, país con intereses en el gas chipriota a través de la multinacional Total, que además ha chocado con Ankara por el conflicto libio (donde apoyan a bandos enfrentados) y ha reforzado su alianza con Emiratos Árabes Unidos, uno de los principales clientes de la industria armamentística gala pero también enemigo estratégico de la actual Turquía.

Sin embargo, otro grupo de países, entre ellos Alemania, España e Italia, prefiere mantener las líneas de diálogo abiertas con Ankara, pues temen que, de romperse, Turquía acabe definitivamente fuera de la esfera de influencia de la UE y la OTAN, siendo como es un socio crucial en aspectos comerciales, migratorios y de seguridad. “Es cierto que, pese a ser un país candidato y tener la obligación de alinearse progresivamente con la UE, Turquía está divergiendo en sus políticas. Pero es precisamente ese proceso de adhesión el que nos permite tener una palanca para intervenir en Turquía. Si se rompe, Turquía será como Kazajistán, un país del que podremos quejarnos lo que queramos pero no se nos escuchará”, apunta Nacho Sánchez Amor, relator sobre Turquía del Parlamento Europeo: “Además, una ruptura supondría dejar abandonada a esa mitad de turcos que son democráticos y proeuropeos”.

España se ha convertido en uno de los pocos gobiernos amigos que le quedan a Turquía dentro de la UE. Y su voz se escucha en Ankara. Se ha dado ahora la alineación de que tanto el jefe de la diplomacia europea como el relator del Parlamento Europeo son españoles, y que el Ministerio de Exteriores español cuenta con un equipo versado en el dosier turco: González Laya tuvo que tratar la Unión Aduanera con Turquía en su paso por la Comisión Europea y el secretario de Estado para la UE, Juan González-Barba, fue embajador en Ankara y pasó por la legación de Atenas. “Somos un país que no tiene conflictos con Turquía y para el que Turquía no es un asunto interno como sí lo es para otros países [Alemania, Austria, Francia, Holanda]. Tampoco somos un socio sospechoso para Chipre o Grecia, a los que siempre hemos defendido ante los actos unilaterales de Turquía. Así que España está en una buena posición para mediar”, opina Sánchez Amor.

Algunas de las líneas en las que trabaja la mediación hispano-alemana son que Grecia y Turquía acuerden compartir las aguas en disputa hasta que se resuelva el conflicto, y encauzar un nuevo proceso de negociaciones de reunificación en Chipre, tras los fracasos de 2004 y 2017. La división de la isla mediterránea continuará generando tensiones en el Mediterráneo si no se soluciona, pues Grecia y Turquía son, por Constitución, garantes de la soberanía de Chipre, hecho que utilizan sin pudor para avanzar sus intereses. “Lo apremiante no es tanto llegar a una solución como iniciar un nuevo diálogo en Chipre, y entonces podríamos discutir modelos para compartir entre grecochipriotas y turcochipriotas los ingresos generados por los hidrocarburos, como pide Turquía”, explica una fuente española.

Pero desde el lado griego no terminan de fiarse de las intenciones de una Turquía con cada vez mayores ambiciones exteriores y pretenden utilizar la próxima reunión del Med7 (Francia, España, Portugal, Italia, Grecia, Malta y Chipre), convocado por el presidente francés Emmanuel Macron para finales de agosto, a fin de pactar una lista de nuevas sanciones a Turquía que se añada a las ya existentes y se aplique inmediatamente en caso de que Ankara retome sus acciones unilaterales.

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