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Brasil camina a ciegas con Bolsonaro, amenazado de ‘impeachment’ después de la salida de Moro

Electores del presidente se decepcionan, mientras crece la presión por su salida y el mercado financiero pierde el rumbo

Carla Jiménez
El presidente Jair Bolsonaro, durante una conferencia este viernes tras la dimisión de Moro.
El presidente Jair Bolsonaro, durante una conferencia este viernes tras la dimisión de Moro.EVARISTO SA (AFP)

La dimisión explosiva del exministro de Justicia brasileño, Sergio Moro, inaugura un peligroso capítulo en Brasil y en el Gobierno de Jair Bolsonaro que envenena a los electores fieles, repele a posibles inversores y fortalece el discurso de quienes piden la destitución del presidente. La bolsa de valores de São Paulo se desplomó casi un 10% mientras Bolsonaro perdía a su querido abanderado contra la corrupción, que acusó al presidente de haber destituido al comisario Mauricio Valeixo de la dirección de la Policía Federal e intentar interferir en algunas investigaciones, algo que ni siquiera los archienemigos de Bolsonaro habían hecho. “¿Se imaginan si, durante [la operación] Lava Jato, la entonces presidenta Dilma y el expresidente Luiz [Lula] hubieran llamado a las autoridades para obtener información?”, dijo Moro, en una declaración que sorprendió al mundo político.

La dimisión de Moro es tan grave como lo es la persistente vocación de Bolsonaro de lanzar bombas nucleares en su Gobierno y engendrar madejas que lo acaban enredando a él. Mientras tanto, Brasil vive el pánico de la pandemia de coronavirus, que ya ha matado a más de 3.000 personas. “Las crisis se están acelerando [el cambio de ministros de Sanidad fue la más reciente], mientras se lucha contra la mayor de todas las que se han vivido en esta generación: la pandemia de coronavirus”, observa Thiago de Aragão, politólogo de Arko Advice. “Es como si secuestraran a una pareja y, durante el secuestro, la mujer decidiera pedir el divorcio”, compara. Ya se están haciendo apuestas sobre una posible dimisión del ministro de Economía, Paulo Guedes, pero por ahora es pura especulación.

Bolsonaro intentó evadir el terremoto Moro, presentándose rodeado de 19 de sus 21 ministros – incluído Guedes, el único que apareció con un cubrebocas — para defenderse de las acusaciones. Pero fue peor el remedio que la enfermedad. Negó haber interferido en el trabajo de la Policía Federal, pero admitió que estaba buscando un interlocutor directo para conocer los detalles de algunas investigaciones. “Quiero un comisario con el que pueda interactuar. ¿Por qué no?”. La decepción de parte del electorado del presidente se cristalizó de inmediato. “Bolsonaro ya no me representa, se ha deshecho del único héroe que tenía Brasil”, se lamentó Ulisses, administrador de Belo Horizonte, que hasta el jueves era un firme defensor del actual Gobierno.

En São Paulo, Debora abandonó el barco en cuanto Moro justificó su renuncia. “Quería a toda costa que el Partido de los Trabajadores no estuviera en el poder, así que voté a Bolsonaro. Ahora, creo más en Moro que en él”, dice. Tanto Debora como Ulisses forman parte del grupo de votantes que aplaudieron la operación anticorrupción Lava Jato y creyeron que, si el exjuez Sergio Moro ocupaba el cargo de ministro de Justicia, la corrupción seguiría persiguiéndose con Bolsonaro. Esta base de partidarios del Gobierno comenzó a disolverse con la dimisión de Moro, más popular que el propio presidente Jair Bolsonaro, como demostró el instituto Atlas Político.

Según su encuesta más reciente, Moro cuenta con la aprobación del 53% de los brasileños, frente al 39% de Bolsonaro. “Dentro del discurso bolsonarista, el eje más resistente siempre ha sido el de la lucha contra la corrupción y el crimen”, explica Andrei Roman, politólogo de Atlas. “Como responsable de las principales condenas de la Lava Jato y del arresto de [el expresidente] Lula, Moro garantizó al Gobierno de Bolsonaro un sello de legitimidad y autenticidad con relación a este discurso”, agrega.

Sin embargo, los votantes radicales que apoyan cualquier decisión de Bolsonaro y que amplifican sus declaraciones corrosivas se mantienen firmes y lo apoyarán durante algún tiempo. La aparición del presidente junto a sus ministros, incluidos los militares, también promovió la imagen de que Bolsonaro no está solo y que las Fuerzas Armadas lo siguen apoyando, aunque en los bastidores haya muchos signos de incomodidad. “Todavía le quedan algunos cartuchos. El presidente puede asumir una narrativa aún más agresiva, para consolidar el apoyo del 22% de los brasileños”, pondera Thiago de Aragão, de Arko Advice.

Con este porcentaje de popularidad, Bolsonaro tendría el apoyo suficiente para librarse de un impeachment, por ejemplo. La posibilidad de destituir al presidente volvió a surgir este viernes, con la presión de políticos como el expresidente Fernando Henrique Cardoso y de entidades como el Colegio de Abogados de Brasil (OAB, por las siglas en portugués). Ya se han presentado más de 20 solicitudes de impeachment en la Cámara de los Diputados. Aragão cree que es demasiado pronto. Y recuerda que la expresidenta Dilma Rousseff contaba solo con el apoyo del 8% de la población cuando fue destituida en 2016.

El expresidente Michel Temer (2016-2018) también tenía un apoyo de menos del 10% en los sondeos, pero contaba con el apoyo del Congreso. No es casualidad que el Gobierno Bolsonaro haya empezado a negociar con los diputados del llamado Centrão —un conjunto de partidos políticos sin una ideología específica que tienen como objetivo estar cerca del Ejecutivo para conseguir ventajas—, varios de ellos incluso investigados por corrupción, para contar con el apoyo del que hoy carece. Bolsonaro ha decidido apostar por una alianza con un ala parlamentaria que le otorgaría una mayoría en el Congreso para ganar el pulso que mantiene con el presidente de la Cámara de los Diputados, Rodrigo Maia, y garantizar así la gobernabilidad. A cambio, repartiría cargos. Sin embargo, la estrategia es movediza, según el análisis de un observador experto en el comportamiento del Centrão. “Hay momentos en que no hay forma de asegurar absolutamente nada”, dice José Eduardo Cardozo, que ocupó el cargo de ministro de Justicia en el Gobierno de Dilma Rousseff. “Recuerdo el impeachment [de 2016], cómo la gente fue abandonando el barco. Es la misma sensación”, dice Cardozo, que defendió a Rousseff en ese período.

El exministro de Justicia cree que el discurso de dimisión de Moro tiene un efecto devastador para Bolsonaro, independientemente de sus negociaciones. “El presidente muestra que quiere interceptar las investigaciones que se están llevando a cabo, como la de las noticias falsas [conducida por el Supremo Tribunal Federal, que puede afectar a su hijo Carlos Bolsonaro, sospechoso de difundir noticias falsas para beneficiar a su padre]”, afirma. “Cuando alguien quiere obstaculizar una investigación, utilizando métodos no republicanos, es porque tiene algo que ocultar”, agrega, recordando que la Policía Federal ha ido construyendo en los últimos años, con gran dificultad, su independencia.

El corto circuito que se promueve con este divorcio deja a Brasil a ciegas, mientras vive la oscuridad de los datos del coronavírus. Con más de 3.000 muertes confirmadas, el país corre atrás de ampliar testes para conocer la real dimensión de la covid-19 con un ministro de Salud, Nelson Teich, que entra después de otra crisis promocionada por Bolsonaro. El torbellino ya hace daños, y espanta incluso potenciales negocios en Brasil. “Un inversor me preguntó: ‘¿Cómo puedo vislumbrar a corto y medio plazo la expectativa de que las decisiones se tomarán de manera racional y no emocional en Brasil?’”, explica Aragão, recordando que los dueños del dinero buscan previsibilidad para tomar sus decisiones. Algo que Brasil definitivamente perdió hace mucho tiempo.

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Sobre la firma

Carla Jiménez
Directora de EL PAÍS en Brasil desde 2018. Trabajó en O Estado de S. Paulo, Agência Estado, revista Época e IstoéDinheiro. Nació en Chile, creció en Brasil. Es formada en Periodismo por la Universidad Cásper Líbero, con especialización en Economía en la Fipe/USP. Forma parte de EL PAÍS desde 2013.

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