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El techo de cristal blindado de las diputadas israelíes

Pese a que cada vez son más, el Parlamento no ha superado la barrera de un 25% de presencia femenina

Ayelet Shaked, rodeada de simpatizantes, el 31 de agosto en un mercado de Jerusalén.
Ayelet Shaked, rodeada de simpatizantes, el 31 de agosto en un mercado de Jerusalén.MENAHEM KAHANA (AFP)

Al igual que en los comicios no concluyentes del 9 de abril, la representación femenina en las legislativas del próximo martes en Israel es poco significativa, en torno a una cuarta parte de la Cámara, una cuota que nunca se ha superado a pesar de triplicar el número de mujeres en la Kneset durante las últimas dos décadas. En un país de políticas pioneras como Golda Meir y Tzipi Livni, solo una formación política, Unión Democrática (izquierda pacifista), se presenta a los próximos comicios con una lista plenamente paritaria.

“Hablar de porcentajes electorales no es la cuestión, los hechos políticos son los que determinan la esfera dominante y consecuentemente influyen en la desigualdad entre hombres y mujeres”, asegura la diputada Aida Touma-Sliman. Conocida por su feminismo, la candidata de origen árabe-cristiano ocupa el quinto puesto de la Lista Conjunta (agrupación de cuatro partidos árabes). No se muerde la lengua para criticar las maniobras políticas de Ayelet Shaked, exministra de Justicia y líder de coalición ultraderechista Yamina: “Ella es una mujer con poder, y habría que cuestionar cómo el uso de ese poder influye tanto en hombres como en mujeres”.

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Sonado fue el vídeo electoral que protagonizó Shaked en la campaña de las elecciones de abril y en el que, rociándose sensualmente con un perfume llamado Fascismo, ironizaba sobre las críticas de los partidos de izquierdas a su propuesta de reforma judicial con la que el Gobierno podría designar a los jueces del Tribunal Supremo.

Shaked, de 43 años y responsable de Justicia hasta junio, es la única mujer que lidera una lista en las elecciones de Israel. Contraria al proceso de paz con los palestinos, laica, pero al frente de una coalición de ultraderecha religiosa y nacionalista, ha tenido que batallar con líderes masculinos de los otros partidos de su coalición para conseguir el primer puesto en las papeletas. “Una mujer puede hacer cualquier cosa… incluso liderar el país”, aclaró al rabino Shlomo Aviner, uno de los dirigentes religiosos del movimiento sionista, cuando muchos de sus seguidores cuestionaron que las mujeres pudieran estar en política.

Ya sea por su enorme popularidad, o por sus propuestas reaccionarias, no pasa un día sin que Shaked suscite un escándalo en la prensa hebrea. Un informe publicado el mes pasado en el diario Haaretz reveló que la política transmitió mensajes al primer ministro, Benjamín Netanyahu, ofreciéndole inmunidad en sus casos de corrupción a cambio de que este le asegurara una buena posición en la lista electoral del Likud, el principal partido gobernante.

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Importen o no los números, la limitada presencia de las mujeres en el ámbito político se sitúa en un segundo plano en unas elecciones cargadas de controversia, resultado de la disolución de la pasada Kneset menos de dos meses después de los comicios de abril, con el primer ministro acusado de soborno y fraude por la policía y a la espera de declarar ante el fiscal general de Israel, Avichai Mandelbit, a comienzos de octubre.

En un país de políticas pioneras como Golda Meir (primera ministra entre 1969 y 1974) y Tzipi Livni (vice primera ministra y al frente de varias carteras entre 2001 y 2014) ,Israel ha triplicado su representación parlamentaria femenina en dos décadas, al pasar de nueve diputadas en 1997 a 29 en los comicios del pasado abril, muy cerca del 25%, pero lejos de los estándares europeos (por encima del 33%).

Estas cifras se deben en parte a que las mujeres israelíes se ven sometidas a la dualidad de una sociedad moderna con un sistema político democrático, pero también fuertemente marcada por una cultura religiosa conservadora que favorece a los hombres. Una estampa cotidiana de esta realidad es lo que sucede en las ciudades con fuerte presencia de mujeres haredíes –judías ultraortodoxas- en cuyas calles se censura por norma las imágenes femeninas, desde actrices a candidatas electorales. También sufren segregación de genero, como sucedió el pasado agosto en la ciudad de Afula (norte), donde el Tribunal Supremo no pudo impedir a tiempo la segregación por sexos en un evento de la comunidad ultraortodoxa.

“Tenemos que acabar con esto para conseguir la paridad de hombres y mujeres en la esfera pública” advierte lapidaria Touma-Sliman. Y añade acerca de la ley de prohibición de la prostitución, aprobada en Israel el pasado 31 de diciembre, que “el presupuesto es insuficiente en los programas de rehabilitación, para que estas mujeres puedan encontrar un empleo”.

Esta diputada árabe-israelí pertenece a una cultura que tampoco está exenta de discriminaciones. Fue la primera diputada de un partido no sionista en encabezar una comisión parlamentaria, precisamente el Comité sobre Igualdad de Género. En ese foro abordó, entre otros temas, la difícil situación de las mujeres judías cuyos esposos rechazan concederles el divorcio y se encuentran a merced de los tribunales rabínicos, o las polémicas regulaciones sobre los baños rituales de purificación de las mujeres judías tras la menstruación.

Otro de los perfiles femeninos que muestran la situación de la mujer en el poliédrico contexto social israelí es el de Gadeer Kamal Mreeh, candidata de la alianza centrista Azul y Blanco, que se convirtió en la primera mujer drusa (minoría religiosa de cultura árabe) en obtener escaño el Parlamento. Ahora ocupa el puesto 25 de la lista, con muchas posibilidades de ser reelegida. Considera una prioridad modificar la Ley del Estado nación del pueblo judío aprobada en 2018, que relega, según sostiene, a las minorías a la condición de ciudadanos de segunda clase. De acuerdo con sus declaraciones a The Times of Israel, Kamal Mreeh, una de las primeras presentadoras no judías de habla hebrea en la televisión israelí, se muestra cautelosa: “Desafortunadamente, no podremos derogarla”.

La comunidad drusa a la que pertenece la parlamentaria es una minoría étnica y religiosa que representa el 1,6% de la población israelí. Entre las mujeres de esta comunidad, conservadora y patriarcal, la modestia es primordial y el contacto con los hombres que están fuera de su círculo familiar está muy limitado.

Otras candidatas, mientras tanto, se han visto perjudicadas por las fusiones de partidos para las nuevas elecciones. Es el caso de Tamar Zandberg, que pasa de encabezar la lista de la izquierda pacifista Meretz en abril, a un cuarto lugar en la alianza de izquierdas de la Unión Democrática, o el de Orli Levy-Abekasis que, de ser la líder del movimiento de centro Gesher, se desplaza a un segundo puesto en la lista de coalición con los laboristas. Precisamente la izquierda tradicional israelí ser ha visto perjudicada por la salida de dos de las mujeres más influyentes: la joven diputada Stav Shaffir, ahora integrada en la Unión Democrática, y Shelly Yacimovich, que temporalmente se ha retirado de la política. La ministra de Igualdad Social, Gila Gamliel, baja mientras tanto hasta el undécimo puesto de la lista del oficialista Likud, pese a que el partido de Netanyahu no ha pactado ninguna fusión.

Si se confirman las recientes encuestas, 32 serán las mujeres que obtendrán acta de diputada en la Kneset (de 120 escaños), superando por primera vez el 25% de representación parlamentaria femenina, aunque lejos de los estándares europeos (30-45%).

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