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Columna
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Pitol, constante

El hogar de Sergio Pitol está intacto en los párrafos entrañables que despertaron en él las ganas de poner en tinta su propia imaginación

Con estas líneas intento abrazar a todos los escritores de diversos países y culturas que se saben deudores de la alta literatura que cosechó, volvió a sembrar, tradujo e hizo florecer Sergio Pitol; con estas líneas quiero también abrazar a todos sus lectores que también son deudores de los paisajes, párrafos y parlamentos que este inmenso escritor nos hereda cada vez que lo leemos. Consta hoy en los diarios y enciclopedias que Sergio Pitol se ha ido de este mundo habiendo venido a la Tierra para leerla, viajar en lecturas y luego en travesías absolutamente literarias los paisajes diversos de la trama o la tundra, las calles grises de Praga y no pocos amaneceres en París; consta que dejó una novela en un hotel de Madrid que fue rescatada por un arcángel y que por ello se publicó; consta que fue un generoso introductorio de no pocos autores y cuentos y novelas de varios idiomas para que pudieran ser leídos en español; consta que fue cinéfilo y entrañable, amable y elegante, cultísimo y discreto. Pitol fue un hombre de letras que contagia lecturas, que multiplicaba las palabras eslavas en silabas con eñes y vocales tropicales, el mismo que explicaba con generosa sapiencia los senderos por dónde él mismo empezó a poner en tinta cuentos que luego se desdoblaron en novelas, cuadernos de viaje que llevan de la mano al lector por un mundo donde los trenes inundaban de vapor los andenes de la imaginación y Venecia parece un juego de dioptrías enrevesadas, oropel sin gafas que se convierte en pared descascarada.

Con estas líneas quiero también abrazar a todos sus lectores que también son deudores de los paisajes, párrafos y parlamentos que este inmenso escritor nos hereda

En un planeta o en un país donde poco a poco parece que nos poblamos de personajes de pacotilla, es particularmente triste ver el lento avance de un desahucio que parece dejarnos acéfalos o por lo menos, y para bien, conscientes de que los grandes hombres de la cultura, los escritores de a deveras, los poetas en silencio, los creadores allende la mercadotecnia se van diluyendo en una nube que no merece amnesia. Sergio Pitol vivió una vida refugiado en las páginas de los libros que lo aliviaron de todos los dolores de su infancia y su hogar está intacto en los párrafos entrañables que despertaron en él las ganas de poner en tinta su propia imaginación, su plan de evasión como ventana abierta al mundo y como los abrazos que daba con la sonrisa abierta, la mirada penetrante. Hay una secreta fórmula de la grandeza donde la incógnita quizá se despeja con una constante que hoy sabemos podríamos abreviarse como Pitol; es una tangente y a la vez, vector y en un plano de diversas dimensiones se puede representar como un moebius infinito, un desfile de palabras que caminan a Babel, corazón en la niebla, silencio luminoso en medio del ensayo y el estruendo de un relámpago en medio de un cafetal. Todo eso consta en este instante en que intento honrarlo…lo que no consta en los manuales es la certeza de que así pasen muchos años no olvidaremos jamás el legado que hoy signa su destino.

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