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América, armada

Estados Unidos concentra casi la mitad de las armas civiles del mundo. El miércoles un chico de 19 años fue a su antiguo instituto y asesinó a 17 personas. Fue la enésima matanza. Propietarios explican a EL PAÍS por qué quieren seguir llevando sus rifles y pistolas.

Scott Porter, con algunas de sus armas en su casa de Luisiana.
Amanda Mars

Scott Porter tuvo su primera escopeta a los 13 años. Era del calibre 20, como la su hermano, Ross, su madre se la regaló por Navidad y con ella aprendió cazar en su pueblo de Michigan. La segunda llegó a los 18, calibre 22. Luego, cinco escopetas más. Con el paso del tiempo, 14 pistolas de distintos tipos. Y también cuatro rifles de asalto, seis de caza, cuatro de aire comprimido, dos de pólvora negra y dos fusiles vintage militar que guarda con especial mimo. Es el arsenal que creó con Ross, fallecido hace dos años, lo guarda en su casa de Luisiana y suma hasta 42 armas. Entre ellas sigue la de aquella Nochebuena. Y cuando se le pregunta por qué rayos tiene tantas responde con simpleza: “Solo es que me gustan, me encantan las armas, siempre he sido cazador”.

El miércoles un chico problemático de 19 años llamado Nikolas Cruz se presentó en su antiguo instituto de Florida con su rifle, descerrajó más de 100 tiros y segó la vida de 17 personas, casi todos adolescentes, sin motivo alguno. Cada vez que ocurre una matanza así, a Porter le hierve la sangre porque resurge el debate de las armas, la pregunta de cómo es posible que, tras la enésima tragedia, Estados Unidos no ponga más controles. “Me enfada mucho porque todo el mundo cree que es culpa de las armas, y el problema son los locos”, lamenta por teléfono. Porter tiene 57 años, trabaja como técnico y vive con su pareja en Baton Rouge. “Mucha gente diría que como tengo tantas soy un lunático de las armas, pero tengo tantas porque las hemos acumulado con los años, me gustan”.

Estados Unidos supone menos del 5% de la población mundial, pero posee más del 40% de las armas de uso civil del planeta. Sin una cifra oficial, se calcula que habrá unos 350 millones, más que habitantes en el país. Según el Pew Research, tres de cada diez adultos tienen al menos una y otros tres se plantearían tenerla en el futuro.

Cual vaquero del oeste, George L. Lyon abre la puerta de su casa en Washington con una pistola en el costado, sujeta en un cinto. Tiene una buena colección de armas largas y cortas, pero las que suele llevar encima cuando sale a la calle es una Glock 43, una Glock 26 o un revólver Smith & Wesson 5. Él mismo, instructor y abogado proarmas, litigó contra el Distrito de Columbia hace unos años y tumbó la prohibición de portarlas fuera del hogar. Sobre la mesa de su comedor, va explicando cuál prefiere para el verano y cuál para el invierno, y por qué cree que necesita llevarla encima como si fuera el teléfono móvil.

“Nunca sabes lo que va a pasar y no puedes llevar contigo a un policía, pesa demasiado. Un arma de fuego es como un extintor de incendios. Normalmente, no necesitas un extintor de incendios hasta que lo necesitas de veras; es lo mismo con un arma. No esperas a que haya un incendio y entonces te vas a comprar un extintor, porque es demasiado tarde”, dice.

George L. Lyon, instructor y abogado a favor de los derechos de portar armas, este invierno en su casa de Washington D.C.
George L. Lyon, instructor y abogado a favor de los derechos de portar armas, este invierno en su casa de Washington D.C.XAVIER DUSSAQ

Hubo quien pensó que Sandy Hook sería un punto de inflexión en la historia de amor entre América y las armas. Sandy Hook es la escuela primaria de Newtown (Connecticut) en la que el 14 de diciembre de 2012 el joven Adam Lanza entró y mató a 20 niños de entre seis y siete años, además de a siete adultos. El estupor fue generalizado. Barack Obama lloró en público. Pero las ventas de rifles y pistolas se multiplicaron durante los meses posteriores por miedo a que, en efecto, la tragedia llevase a los legisladores a imponer más restricciones. No ocurrió. Las demandas de una parte importante de la sociedad —seis de cada 10 americanos creen que las normas deberían ser más estrictas— se frenan en seco en el Congreso.

La adhesión de los estadounidenses a las armas tiene que ver, en parte, con particularidades del país. Scott Porter habla de su pasión por la caza y otros muchos ciudadanos, de la necesidad de autodefensa, un sentimiento que emana de esa cultura individualista tan arraigada en la sociedad, inclinada a pensar que el Gobierno no estará allí para ayudarles si las cosas se ponen feas. Los activistas suelen citar un ejemplo: ¿Se le puede prohibir tener un fusil a una familia que vive aislada en una casa, con el policía más cercano a 40 minutos en coche? Hay millones de personas en una situación así. Pero, para los más nacionalistas, este derecho es un asunto identitario y cualquier crítica al respecto se interpreta como una amenaza al estilo de vida americano, idea que azuza la poderosa Asociación Nacional del Rifle (NRA, en sus siglas en inglés), gran muñidora del argumentario proarmas.

“Crecí en una familia que provenía de la Unión Soviética, algunos parientes fueron detenidos por el Politburó y enviados a campos de trabajo. Les quitaron su derecho a defenderse. Viendo esa historia, creo que si hubiesen tenido armas no hubiese muerto tanta gente”, sostiene Gabriella Hoffman, de 26 años, mientras toma un café en Springfield (Virginia) antes de acudir una mañana de este invierno a la galería de tiro donde suele practicar con su Smith de nueve milímetros.

La prensa estadounidense ha publicado que las ventas han subido entre afroamericanos y miembros del colectivo LGTB en el último año por temor a los crímenes de odio. En general, entre los propietarios hay muchos más hombres que mujeres, y más republicanos que demócratas. Hoffman, consultora de medios, cuenta la experiencia de una universitaria a la que un hombre violó tras entrar por la ventana de su apartamento en el campus. “Si le hubiesen permitido tener un arma con ella, se hubiese podido defender”, afirma. “Yo, siendo una mujer, y siendo además bastante menuda, no quiero ser vulnerable. Y es mi derecho constitucional”, enfatiza.

Gabriella Hoffman, de 26 años, este invierno en la galería de tiro a la que suele acudir a practicar en Virginia.
Gabriella Hoffman, de 26 años, este invierno en la galería de tiro a la que suele acudir a practicar en Virginia.Xavier Dussaq

El derecho a las armas está consagrado en la segunda enmienda de la Constitución y no se discute en Estados Unidos. La polémica gira en torno a cómo se interpreta ese principio, qué cortapisas hay que ponerle, por qué ha dado lugar a un mercado tan laxo en el que un chico de 18 años al que no se le permite beber una cerveza tiene vía libre para hacerse con un rifle semiautomático AR-15, el best seller de las armas, el mismo que se usó el pasado miércoles en Florida.

Columbine (1999, con 13 muertos), Virginia Tech (2007, 32 muertos), Las Vegas (2017, un total de 58 muertos). Las masacres tienen repercusión internacional, pero el grueso de las víctimas cae en pequeños sucesos diarios. Este es el parte de guerra del país más rico del mundo: desde que comenzó el año, menos de dos meses, más de 1.800 personas han muerto por armas de fuego, según la organización Gun Violence Archive. En enero un chico de 15 años mató a otros dos adolescentes en un instituto de Kentucky y la noticia fue muy marginal en la prensa estadounidense.

Hoffman es miembro de la NRA y repite los argumentos tradicionales, a saber: no son las armas las que matan, sino la gente; incrementar los controles no servirá de nada si los crímenes los cometen personas malvadas que se saltan los que hay. Mucha gente pide más control, dice, “sin saber que las leyes vigentes ya previenen de comprar armas a ciertos delincuentes, agresores en el hogar, gente con pasado peligroso”. En el caso de esta semana, los partidarios de las armas señalan que el FBI no investigó al chico, pese a las advertencias recibidas. La pregunta es cómo las fuerzas de seguridad van a controlar todas las personas de riesgo de un país con más de 300 millones de armas.

Un fenómeno tan singular como el de estos baños de sangre a manos de lobos solitarios resulta imposible de desgajar de la ligereza con la que se accede a un arma en EE UU. Adam Lankford, de la Universidad de Alabama, lo mostró en un estudio comparativo de 171 países hace unos años: el 31% de las matanzas de entre 1966 y 2012 se había producido en suelo estadounidense. “Estados Unidos, Yemen, Suiza, Finlandia y Serbia son los países con más armas per cápita y en el estudio figuran entre los 15 con más tiroteos”, explica el académico.

Tras cada matanza se repite una secuencia similar: conmoción nacional, incredulidad en medio mundo y subida de ventas. Cada estado aplica la segunda enmienda a su manera, fiel reflejo de la diversidad estadounidense: los hay muy permisivos, como Arizona, donde uno puede llevar su arma a la vista sin necesidad de permisos incluso de bares, a California, donde por ejemplo están prohibidos los rifles de asalto. Dice Scott Porter que son tantas las armas que ya hay en los hogares que es muy difícil dar marcha atrás. El viernes, después de las muertes de los adolescentes en Florida, veía más viable cortar la compra de munición a la gente con problemas. Nikolas Cruz tenía un AR-15, el llamado rifle de América, de forma perfectamente legal.

Pistolas y revólveres de Scott Porter, en Luisiana.
Pistolas y revólveres de Scott Porter, en Luisiana.EMILY BRAUNER

Sobre la firma

Amanda Mars
Directora de CincoDías y subdirectora de información económica de El País. Ligada a El País desde 2006, empezó en la delegación de Barcelona y fue redactora y subjefa de la sección de Economía en Madrid, así como corresponsal en Nueva York y Washington (2015-2022). Antes, trabajó en La Gaceta de los Negocios y en la agencia Europa Press

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