Kenan Evren, el dictador que alejó a Turquía de la UE
Encabezó el golpe de Estado militar de 1980 y gobernó el país con puño de hierro durante los tres siguientes años
A las cuatro de la madrugada del 12 de septiembre de 1980, los tanques ocuparon las calles de Turquía y todas las emisoras del país comenzaron a radiar el siguiente mensaje: “Cualquier tipo de actividad política queda ilegalizada; el Parlamento y el Gobierno han sido anulados. Queda instaurada la ley marcial en todo el país y hasta nueva orden está prohibido salir a la calle”.
El hombre tras el golpe de Estado y que durante los siguientes tres años gobernaría con puño de hierro, cambiando para siempre la faz de Turquía, no era otro que el jefe del estado mayor, Kenan Evren, que el pasado sábado falleció en un hospital militar de Ankara a los 97 años de edad.
Evren (Alasehir, 1917) fue educado en la disciplina del poderoso Ejército turco, que dio forma a la república nacida de las cenizas del Imperio Otomano. Hombre de valores tradicionales, vio con desdén cómo sus compañeros de la baja oficialidad se saltaban la jerarquía y tomaban el poder en 1960, derrocando al conservador primer ministro Adnan Menderes y aprobando la Constitución más progresista de la que ha gozado Turquía en su historia. Evren también fue excluido de la asonada militar de 1971 y, precisamente por eso, porque era un general desconocido, fue elevado al estado mayor por los políticos turcos temerosos de las veleidades golpistas de sus fuerzas armadas. El mismo error fatal que unos años antes había cometido Salvador Allende al confiar el Ejército chileno a Augusto Pinochet.
Los setenta fueron años de plomo en Turquía. Las organizaciones de izquierda y de ultraderecha se enfrentaban a tiros en las calles y el fragmentado y polarizado Parlamento era incapaz de ponerse de acuerdo en nada. Los Gobiernos caían uno detrás de otro y la economía se deslizaba hacia el abismo. Evren, para el que las libertades otorgadas por la Constitución entonces vigente eran un “lujo” que el país no podía permitirse, se propuso acabar con el caos. De una vez por todas.
El golpe de Estado sumió a Turquía en el terror. En los tres años que duraría la dictadura militar, más de un millón y medio de personas fueron investigadas, y 650.000, detenidas. Medio millar de militantes —en su mayoría izquierdistas— recibieron condenas a muerte, aunque la mayoría fueron conmutadas por largas penas de cárcel. En total, 50 personas fueron ejecutadas, 299 murieron en las cárceles, víctimas de la tortura y los malos tratos, y otras tantas fueron “desaparecidas”. Decenas de miles de turcos fueron expulsados de sus puestos de trabajo, cátedras o empleos en la Administración y 14.000 despojados de la ciudadanía. Toneladas de libros fueron retirados por “inmorales”; millares de asociaciones fueron ilegalizadas; los medios de comunicación sufrieron una censura brutal de la que jamás se recuperarían completamente; la autonomía universitaria fue suspendida hasta el día de hoy, y se reescribieron los libros de texto.
La idea de Evren era crear un hombre nuevo y obediente al Estado, alejado de la politización de las décadas anteriores, y para ello se sirvió del conservadurismo religioso —impulsó las cofradías musulmanas, introdujo la obligatoriedad de la religión en la escuela y estrechó los lazos con Arabia Saudí— y del nacionalismo más recalcitrante. Lo que a la postre alimentó los problemas que caracterizarían a Turquía hasta el día de hoy: la falta de respeto a los derechos civiles, el auge del islamismo político y el conflicto kurdo.
La intención de Evren era que Turquía retornase al sistema democrático, sí, pero a una democracia tutelada por el ojo vigilante de los militares. Tras hacer aprobar una nueva Constitución muy restrictiva y aún en vigor —si bien enmendada—, devolvió el poder a los civiles, aunque él ostentó el cargo de presidente hasta 1989. Todo quedaba atado y bien atado, pero a costa de enterrar el sueño de la adhesión europea, que Turquía negociaba desde 1963 de forma paralela a Grecia (país que accedió a la Comunidad Europea en 1981).
El general pensó que, tras cumplir su cometido, el fin le llegaría en su idílico retiro a orillas del Mediterráneo, dedicándose a la pintura. Pero, si bien tarde, le alcanzó la hora de la justicia: hace un año un tribunal turco lo condenó a cadena perpetua por “golpismo” y redujo su grado militar al de soldado raso. Evren murió así cubierto de oprobio. Sin embargo, su aciago legado le ha sobrevivido.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.