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GOLPE EN EGIPTO: LOS ACTORES DE LA CRISIS POLÍTICA | 3

La sociedad civil egipcia se ve atrapada entre dos fuegos

El apoyo de los intelectuales laicos y de los liberales egipcios al golpe de Estado ha sido mayoritario debido a sus viejas rencillas con los islamistas

Una comisaría de policía arrasada en Giza, El Cairo.
Una comisaría de policía arrasada en Giza, El Cairo.AFP

El Egipto posrevolucionario es una especie de caja de sorpresas, un país propenso a los giros inesperados que se suceden a un ritmo vertiginoso. En la primavera de 2012, Tahrir era el epicentro de las protestas contra la Junta Militar, que reunían a miles de personas al grito de “¡Que caiga el gobierno militar!”. Cerca de un año después, la icónica plaza estaba decorada con carteles gigantes del general Abdelfatah al Sisi, el salvador de la patria, y una multitud aplaudía enfervorizada mientras un escuadrón de cazabombarderos dibujaba en el cielo la bandera egipcia. El apoyo de la mayoría de la intelligentsia laica y liberal al golpe de Estado ha sido granítico, y pocos son los que se han desmarcado.

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“Es cierto que en las movilizaciones contra Morsi del pasado 30 de junio se sumó mucha gente que no estuvo en la Revolución contra Mubarak de 2011. Pero la mayoría de los activistas que entonces lucharon contra la dictadura de un general, ahora respaldan el gobierno de otro”, se lamenta Tarek Shalaby, un bloguero y activista de izquierdas. Shalaby pertenece al partido de los Socialistas Revolucionarios, que, junto con el Movimiento 6 de Abril, representa una excepción por sus críticas a las nuevas autoridades y a la fuerza brutal que utilizaron la semana pasada para desalojar los campamentos islamistas.

La mayoría de los activistas que entonces lucharon contra la dictadura de un general, ahora respaldan el gobierno de otro”

Tarek Shalaby, bloguero y activista de izquierdas

El caso de Esraa Abdelfatah, cofundadora del Movimiento 6 de abril y una de las caras más conocidas de la juventud revolucionaria, es paradigmático. Después de haber sido encarcelada por el régimen de Mubarak, defiende ahora con vehemencia al Ejército. “Lo que pasó el 3 de julio no fue un golpe de Estado, sino una revolución popular. La prensa extranjera está profundamente equivocada”, dijo la activista a este diario.

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Su principal argumento es la necesidad imperiosa de neutralizar a los Hermanos Musulmanes, una organización que Abdelfatah define como “fascista”. La inquina hacia la cofradía es compartida por la mayoría de los comentaristas laicos. Recientemente, el columnista Tarek el Ghazali Harb proponía en el diario Al Masry al Yum “extirpar totalmente a los Hermanos Musulmanes”, a los que comparaba con un “tumor maligno”.

Ante un clima de gran polarización entre el Ejército y la Hermandad, buena parte de los intelectuales y políticos laicos han renunciado a constituir una tercera vía

La guerra entre islamistas e intelectuales liberales es vieja, y durante su año de gobierno, Morsi no realizó ningún gesto para restañar heridas. En una conferencia organizada esta semana por el Ministerio de Cultura, algunos de los artistas más conocidos de Egipto explicaron sus razones para apoyar el golpe. En su intervención, el poeta Abdel Moati Hegazy recordó el asesinato a manos de los islamistas del escritor liberal Farag Foda, en 1994, y el intento de asesinato de Naguib Mahfuz, el único premio Nobel de Literatura árabe. Ante un clima de gran polarización entre el Ejército y la Hermandad, buena parte de los intelectuales y políticos laicos han renunciado a constituir una tercera vía. Parece como si no creyeran en su capacidad de confrontar al islamismo y la única opción para derrotarlos fuera lanzarse a los brazos de los militares. Y eso pese a que desde Nasser hasta Mubarak, el régimen también reprimió duramente a aquellos liberales críticos con el sistema.

La sensación de impotencia de los laicos deriva del resultado de los diversos procesos electorales celebrados desde la caída de Mubarak, y en los que el islamismo siempre resultó ganador. Ante el odioso dilema de aceptar el resultado de las urnas o renunciar a sus principios democráticos, muchos laicos optaron por atribuir las victorias islamistas al fraude electoral.

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