Estuve en un acto terrorista y no me enteré
No sé si resistiré una espera de cuatro años para saber si los asaltos de esta semana al cuartel de la Guardia Civil en Barbate y al Parlamento de Navarra han sido terrorismo
Meyer Lansky fue el mafioso más listo de todos. Judío bielorruso, emigró de niño a Estados Unidos, fue el inventor de Las Vegas y jefe del imperio mafioso en Cuba. Pero la Nochevieja de 1958 fue de los primeros en salir de la isla: “Sé reconocer una revolución comunista cuando la veo, y esto es una revolución comunista”. No siempre es tan fácil ver las cosas. Yo, por ejemplo, creía saber lo que era el terrorismo, después de vivir en el País Vasco y, por trabajo, cubrir atentados, secuestros, algaradas, arrestos de comandos, manifestaciones que acababan a palos. Pero resulta que no, es más, luego he estado, y hasta casi participado, en actos terroristas y ni me he enterado. Si no, al menos lo habría puesto en el subtítulo.
Me refiero, claro, al Tsunami Democràtic. Aquel día de 2019 fui al aeropuerto del Prat con la turba de zumbados, que me hicieron caminar 34 kilómetros, lo dijo el móvil, porque estaba todo cortado. Estaba organizado, sí, porque estos son como soldaditos, pero vamos, bastaba Twitter. No había que ser un genio, y muchos no lo eran, luego los trincaban como moscas. En las noches de disturbios del procès vi arrestar a unos cuantos. La liaban en un sitio, y cuando ya se iban a tomar algo aparecían cuatro maderos de paisano y los metían en un coche. Por lo demás, no sé a qué esperan a emitir una euroorden contra el único rostro visible del Tsunami, Pep Guardiola, que esa noche leyó un comunicado de la organización, sin capucha ni nada.
También estuve en uno de los actos claves de la sedición de 2017, la protesta ante la Consejería de Economía cuando fueron a registrarla, pero tampoco allí supe ver el tema. Por la mañana había gente, pero mucha más en la puerta de Uniqlo, a cien metros, que justo ese día abrió su primera tienda en España. Solo por la tarde se reunió una multitud, cuando sales del trabajo, dejas a los niños cenados y ya te viene bien. Pasaban las horas y la comitiva judicial no salía, y los Mossos podían despejar aquello en un minuto repartiendo leña, pero no estaban por la labor. He visto desperdigar multitudes mucho peores que esa, y en esta además estaban obsesionados con parecer pacíficos y se hubieran rajado a la primera de cambio. En fin, que aburrido de que no pasara nada me fui a dormir.
No sé si todo aquello fue terrorismo, hay personas mucho más preparadas que yo para saberlo. Yo, ya digo, me he enterado cuatro años después, aunque parece que aun siendo juez es lo que tardas. Ahora no sé si resistiré la espera para saber si, por ejemplo, los asaltos de esta semana al cuartel de la Guardia Civil en Barbate y al Parlamento de Navarra son terrorismo o no. A ver si nos iluminan, vivimos en ascuas, es todo algo confuso. En 2011, una multitud que protestaba contra los recortes sociales intentó asaltar el Parlamento catalán. Artur Mas tuvo que entrar en helicóptero. Visto ahora, terrorismo de cajón. Pero la Audiencia Nacional absolvió a 19 de los 20 acusados ―el único fue por pintar en la espalda de una diputada del PSC―. Hubo un voto particular de desacuerdo: el del presidente del tribunal, Fernando Grande-Marlaska, que pidió la condena para diez. Supongo que saben que es el actual ministro de Interior que apoya la amnistía. El Supremo, al final, condenó en 2015 a ocho acusados a tres años de cárcel. ¿Reacción de la Generalitat? El consejero de Presidencia, Francesc Homs (luego condenado por el referéndum de 2014) dijo sobre la condena a los revoltosos: “Concuerda con el sentimiento mayoritario del pueblo de Cataluña”. La vida da tantas vueltas que acaba uno mareado. Que siga girando la noria, y ya iremos viendo pasar a unos y otros, y los sentimientos mayoritarios.
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