Aprender a desquerer a una amiga (sin relato disponible)
El amor romántico monopoliza toda la narrativa de las rupturas y sus ritos excluyen la amistad
El año pasado una amiga rompió conmigo. No una amiga cualquiera, sino una con la que había atravesado buena parte de mi vida. Pasó de un día para otro. Ella decidió de forma unilateral terminar nuestra relación. No peleamos, no hubo un distanciamiento previo. Simplemente me dejó. Desde entonces, reconozco que no he sabido cómo manejar este abandono y no he encontrado, además, ningún relato al que agarrarme. Y no me refiero a un relato sobre nosotras dos (que por supuesto tampoco), sino uno que justifique el abandono de una amistad sin ningún rito, explicación o despedida.
El amor romántico monopoliza toda la narrativa de las rupturas y posee además ritos de los que la amistad queda excluida. Es muy extraño que una pareja romántica te deje sin explicación después de largos años. Pero si alguna vez sucede, tienes derecho a una etapa de duelo y consuelo que será reconocida socialmente. En cambio, cuando te deja una amiga, se despliegan ante ti cuatro tópicos perfectamente engrasados para menospreciar la amistad perdida: toxicidad, interés, amputación y progreso.
Dices que estás triste por una amiga y enseguida te informan de que esa relación era tóxica para ti. Existe una sofisticada narrativa que nos anima a acumular únicamente amistades saludables. Rodéate de personas vitamina, dicen. Como si las amigas fueran zanahorias. Sin embargo, la amistad puede ser un delicioso banquete y, como tal, exigir una larga digestión.
El problema es que, ante el menor obstáculo, se anuncia que una amistad ya no interesa. ¿Te aporta algo esa persona?, es la pregunta de moda. ¿De verdad quieres seguir invirtiendo en ella? Nadie me ha preguntado nunca si me aporta algo mi padre. ¿Acaso los amigos tienen que ser rentables? Esperamos beneficios de las relaciones, como si la lógica capitalista hubiera devorado nuestros afectos. Y, en este sentido, cualquier relación vale más cuanto más nueva. Si la amistad se presenta como un espacio de gasto y consumo afectivo, ¿quién querría conformarse con las viejas amigas? Solo quien no disponga de capital (simbólico en este caso) para atraer a otras nuevas.
Pero lo peor de todo es la explotación comercial del desapego. Me refiero a esos terapeutas que basan su facturación en la amputación emocional de sus pacientes. Profesionales de todo pelaje que animan a cortar con todo cuanto nos produce dolor, en vez de ayudarnos a tratar con él. Cuando lo único seguro es que la vida duele, no solo la amistad, de modo que dichas soluciones tienen el fracaso asegurado. Desconfío de cualquier terapeuta que hable de “avanzar”, como si la construcción del carácter fuera una carrera.
Porque avanzar es aquí una palabra clave. Todo debe progresar en una sociedad decidida a correr como una flecha, aunque sepamos que esa idea de progreso conduce al planeta a la extinción. Y, en mi opinión, aniquila también a las personas. ¿Quiere esto decir que no se puede terminar con quien nos hace mal? Para nada. De hecho, he aprendido a valorar la valentía de mi antigua amiga. Lo que no comparto es esta dicotomía cruel que atraviesa la amistad, como si hubiera que elegir entre estar para siempre o el abandono. Es necesario aprender a decir adiós, aprender a desquerernos tiernamente. Porque, de otro modo, solo podemos vivir atrapados entre la idea de progreso o muerte. “El arte de perder se domina fácilmente”, escribió Elizabeth Bishop. Y creo que tenía razón. Puede que no sea tan difícil como me resulta a mí, pero admitamos al menos que es un arte.
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