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Natalia Arno, disidente rusa: “Los ataques en suelo ruso abren los ojos a la población”

Esta defensora de la democracia huyó de Rusia bajo amenazas en 2012. En mayo fue víctima de un supuesto intento de envenenamiento. Dice que Putin y Rusia no son lo mismo

Luis Doncel
Natalia Arno
Natalia Arno, de Free Rusia Foundation, fotografiada en la Fundación Rafael del Pino, en Madrid, el pasado 31 de mayo.JUAN BARBOSA

Natalia Arno sabe por experiencia el precio que en la Rusia de Vladímir Putin se paga por criticar al poder. Tras varios años trabajando en Moscú en organizaciones a favor de la democracia, en 2012 tuvo que inventarse de un día para otro una nueva vida. “Me dijeron que tenía 48 horas para abandonar mi país. Si no, me enfrentaba a 20 años de cárcel acusada de traición”, asegura esta mujer nacida en Siberia que ahora vive en Washington DC.

La lejanía de Rusia no ha sido una garantía de seguridad. Durante un viaje a Praga en mayo de este año, Arno de repente sintió un profundo dolor y que varias partes de su cuerpo se dormían. Poco antes, la puerta de su habitación de hotel había aparecido abierta dejando un olor que describió como de “perfume barato”. Ella prefiere no entrar en detalles —dice que los hechos están siendo investigados—, pero todo apunta a un intento de envenenamiento como el de numerosos opositores rusos. Los guardias de seguridad que la custodiaban este miércoles en Madrid, en la Fundación Rafael del Pino, donde al día siguiente daría una charla, atestiguan las estrictas normas de seguridad con las que vive. “Estoy acostumbrada. En Rusia, las fuerzas de seguridad me decían que sabían hasta el color de mi ropa interior”.

Arno, que lleva un pin con forma de corazón con la bandera ucrania, fundó en 2014 la Free Russia Foundation, una asociación que, con financiación de EE UU, apoya a activistas exiliados de Rusia y Bielorrusia. Desde la organización que preside, trata de deshacer el que considera uno de los grandes malentendidos sobre su país: “Mucha gente cree que Putin y Rusia son lo mismo. Pero es un gran error”.

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PREGUNTA. Occidente ha reaccionado de forma rotunda a la invasión rusa de Ucrania de 2022. Pero no ocurrió así en el pasado, como en 2014, tras la anexión ilegal de Crimea y la guerra de Donbás. ¿Envalentonó a Putin esa tímida respuesta?

RESPUESTA. Esta guerra es el peor escenario posible. Es una gran tragedia para los ucranios, pero también es un desastre para los rusos. Hace años que advertimos al mundo de la naturaleza corrupta y criminal del régimen de Putin. Hemos sido sus primeras víctimas. Ha encarcelado, envenenado y asesinado a muchos. Avisamos de que la represión no se quedaría dentro de las fronteras del país. La represión interna y la agresión externa son las dos caras de la misma moneda. Si Occidente hubiera sido más enérgico, no se habría atrevido a atacar a Ucrania. Occidente lo ha permitido. Había un ejército enorme de abogados, banqueros, políticos, periodistas occidentales que ayudaban al régimen a fortalecerse. Cuando Putin entendió que nadie le castigaba se atrevió a ir más lejos.

P. ¿Funcionan las sanciones?

R. Aún hay margen para más.

P. ¿En qué sectores?

R. Hacen falta más sanciones personales. En lugar de dirigirse a docenas de personas, deberían ir contra centenares o miles. Todos los miembros del Parlamento y de los ministerios que han impulsado la legislación represiva deberían verse afectados. También hay que mejorar la implementación de las sanciones ahora que Putin está débil. Este es el momento. Muchos países se están beneficiando de la guerra y ayudan al Kremlin a eludir estos castigos.

P. ¿Cómo es la relación de los rusos con el régimen y su líder?

R. Muchos rusos no apoyan esta agresión. Pero hay un nivel de represión sin precedentes, mucho mayor que en la antigua Unión Soviética. En la era de Breznev había un centenar de presos políticos frente a los 557 de ahora. Y organizaciones de derechos humanos creen que este es un cálculo conservador, que la realidad puede ser dos o tres veces superior. Unos 20.000 ciudadanos han sido detenidos por las protestas en un contexto represivo en el que puedes ir 15 años a la cárcel por decir la palabra guerra. Según varias ONG, desde el inicio de la guerra solo ha habido 25 días en los que ningún ruso fuera detenido en una protesta. Casi todos los días hay alguna protesta aunque se informe poco de ellas, el Kremlin prohibió todos los medios de comunicación independientes. Ahora están todos en el exilio. El descontento aumenta porque jóvenes de zonas pobres de etnias distintas a la eslava van obligados a la guerra como carne de cañón.

P. Llama la atención que las críticas que oímos al Kremlin no provienen de sectores liberales contrarios a la guerra, sino de halcones que reclaman mayor dureza contra Ucrania.

R. Las voces más nacionalistas son las que más ruido hacen, pero no son mayoritarias. Hay un grupo de personas a favor de la democracia. No solo dentro de Rusia, también en el exilio. Más de un millón de personas salieron del país el año pasado. El problema es que la mayoría de la población es apolítica o tiene miedo. Gran parte del país está zombificado tras 24 años de propaganda de Putin. Lo primero que hizo al llegar al poder fue capturar a los medios. La gran división en la sociedad rusa se debe a cómo consume información. Está los que ven la televisión y los que obtienen información de forma independiente.

P. Muchos rusos seguían la regla de olvidarse de la política mientras su vida no se viera afectada. Con la movilización obligatoria, el aislamiento internacional y las sanciones, esta dinámica ya no funciona. Pero quizás ahora es demasiado tarde para dar marcha atrás.

R. Nunca es demasiado tarde. La invasión a gran escala ha sido un error suicida del Kremlin. Putin ha perdido por completo el sentido de la realidad. Subestimó la valentía de los ucranios, la resistencia de las fuerzas prodemocráticas rusas y el nivel de corrupción, que es altísimo. Y sobreestimó el poder de su ejército. La solución para detener la guerra no pasa solo por las protestas de los rusos. También hay que aumentar la presión externa sobre el Kremlin. No hay una única bala de plata.

P. En los últimos días estamos viendo ataques en suelo ruso. ¿Es esta una nueva fase de la guerra?

R. Cuanto más vean los rusos que esto no es una “operación especial limitada” [el término con el que el Gobierno se refiere a la guerra], mejor.

P. ¿Aprueba estos ataques?

R. Es una forma de abrir los ojos a la población. La gente en las grandes ciudades no ve la guerra. Creen que todo está normal, que las cosas son como antes. Cuantas más personas sepan lo que ocurre, más protestas habrá. Uno de los grandes problemas en Rusia ha sido esa apatía ante la política, ese no interferir con el Gobierno. Así empezaron a controlarlo todo. Necesitamos una transición a la democracia. Será la única forma de garantizar la seguridad y estabilidad en Ucrania y en todo el mundo.

P. Muchos ucranios dicen que su problema no es solo Putin, sino toda Rusia.

R. Es cierto que muchos rusos están zombificados y apoyan la ideología nacionalista. Pero a veces oigo que estas ideas están en el ADN de los rusos, que somos incapaces de tener una democracia. Es algo insultante y racista. Si fuera así, ¿cómo existe una Corea democrática y otra dictatorial? En Rusia hay unas 190 etnias. ¿Realmente todas ellas tienen el ADN defectuoso? Esas ideas son, además, un gran obstáculo para luchar por la democracia. Porque, si esta no es la guerra de Putin, sino de toda Rusia, ¿los que nos oponemos a ella somos entonces traidores a nuestro pueblo? Supone decir que Putin es nuestro protector y que el resto del mundo está en nuestra contra. Pedimos justo lo contrario: que no nos juzguen por nuestra nacionalidad, sino por nuestros valores y hechos.

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Sobre la firma

Luis Doncel
Es jefe de sección de Internacional. Antes fue jefe de sección de Economía y corresponsal en Berlín y Bruselas. Desde 2007 ha cubierto la crisis inmobiliaria y del euro, el rescate a España y los efectos en Alemania de la crisis migratoria de 2015, además de eventos internacionales como tres elecciones alemanas o reuniones del FMI y el BCE.

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