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Ensayos de persuasión
Columna
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El estudiante perpetuo

Álvarez Junco y Santos Juliá son la definición completa del intelectual camusiano

Álvarez Junco y Santos Juliá
Santos Juliá y José Luis Álvarez Junco el 20 de noviembre de 2014.LUIS SEVILLANO
Joaquín Estefanía

En el pasado siglo XX y en lo que llevamos del actual, los españoles hemos vivido 23 años de monarquía constitucional no democrática más otros 7 de monarquía con dictadura y sin Constitución; 8 años de república, de los que 3 fueron en guerra civil con una parte sustancial del territorio bajo una dictadura militar; 36 de dictadura franquista, 3 de transición y cerca de 47 de democracia. Recorrido sinuoso. Sobre los sujetos de estos episodios habló el historiador José Álvarez Junco al recoger, el pasado lunes, el doctorado honoris causa en la Universidad Nacional a Distancia en Ciencias Políticas y Sociología.

Su colega y amigo Santos Juliá —­permanentemente en el recuerdo de los que hablaron en el acto y de los que estuvieron presentes— escribió que la historia no es una secuencia regida por la necesidad, pero tampoco es producto del azar; el pasado no es casual, pero el futuro no está por completo indeterminado. Hay tres etapas en los sujetos históricos de este tiempo, según Álvarez Junco: la primera la protagonizan grandes sujetos, individuales o colectivos, que dominan el relato y gozan de la categoría de héroes. Naciones o pueblos, grupos humanos idealizados que actuaban de manera unánime, protegidos o perseguidos por los dioses (en la escuela contaban a los niños de una generación como dato indiscutible el relato cristiano del paraíso terrenal y la culpable desobediencia de Eva).

El segundo momento es de secularización, aunque no de desmitificación; se detesta lo sobrenatural, se abjura de los milagros, hay una lucha constante entre héroes que personifican la virtud y malvados que defienden la opresión y el egoísmo, o entre clases sociales y grupos étnicos (por ejemplo, marxistas frente a franquistas, con añadidos nacionalistas en algunos casos). La tercera fase (la actual) se caracteriza por el intento de eliminar mitos en nombre de la ciencia y la madurez intelectual; se estudian hechos concretos, no dotados de sentido grandioso ni enmarcados en un gran relato providencial sobre el conjunto de la historia humana (la transición española). El historiador actualizó algunas de las ideas que aparecen en su libro seminal Mater dolorosa: hay quienes permanecen en la segunda etapa, la que mitifica las identidades políticas existentes, la que presenta a los Estados nación como poco menos que eternos y naturales. Por ejemplo, una España cuya existencia hace remontar a varios milenios, poco menos que al origen de los tiempos, y vinculada a una misión providencial (la defensa de la fe).

En el discurso de laudatio a Álvarez Junco, el profesor Miguel Martorell desarrolló punto por punto la secuencia de algo escrito hace años por Santos Juliá: “Puedo percibir en el profesor Álvarez Junco las cualidades que definen al historiador de cuerpo entero: la insatisfacción con las explicaciones recibidas, la urgencia de salir de la ciudad propia, de las tradiciones familiares, el manejo de multitud de documentos, la afición y el gusto por el debate, la disposición de permanente aprendizaje, de estudiante perpetuo en busca de la verdad en cualquier resquicio que pueda encontrarse”.

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Es difícil encontrar una definición más completa del intelectual camusiano, sobre todo si se le unen otras palabras de Junco: madurez intelectual significa humildad, significa no verse como superhéroes, sino como vulgares seres humanos.

La dupla Álvarez Junco-Santos Juliá escribió mucho sobre la Transición. En sus textos aborrecieron la visión de esos años como tiempos de silencio o de amnesia, de bocas cerradas y cerebros lobotomizados. En su discurso de doctorado, el primero cerró el círculo: su labor como historiadores, como intelectuales comprometidos es facilitar la vida y la convivencia pacífica a generaciones futuras que, al leer lo que se haya escrito, no se vean incitadas a concebir el pasado como enfrentamientos maniqueos, poblado por verdugos y víctimas, ni a retroproyectarse —como herederos siempre desde luego de las inocentes víctimas— para predicar revanchas contra los supuestos herederos de los verdugos.

No es de extrañar que el acto se desarrollase en el aula Emilio Lledó.

Fuera de la Universidad a Distancia continuaba el fragor de la batalla preelectoral.

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