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Ensayos de persuasión
Columna
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Un valle de malestar profundo

Solo 8 de cada 100 ciudadanos (entre ellos, los españoles) viven en democracias plenas

El Congreso de los Diputados en Madrid el pasado 6 de diciembre.
El Congreso de los Diputados en Madrid el pasado 6 de diciembre.Luis Sevillano
Joaquín Estefanía

Solo 8 de cada 100 ciudadanos del mundo viven en democracias plenas, con todas las imperfecciones que las mismas tengan. Entre ellos están los españoles, que en 2022 lograron recuperar esa condición después de un año de haber perdido esa categoría. Esto es lo que dice el índice que todos los años publica el semanario The Economist sobre la calidad de la democracia. Poco más del 45% de los humanos vive en democracia, aunque ésta sea “defectuosa”. El resto vive bajo “gobiernos híbridos” o “gobiernos autoritarios”. Noruega es el que tiene más calidad; Agfanistán, el que menos, y Rusia, el que más ha retrocedido en un solo ejercicio (bajó 22 puestos, situándose en el 146º de 167 países medidos).

Siempre se discute sobre la calidad de la metodología y la falta de transparencia del índice de The Economist, o sobre el hecho de que no incorpore directamente entre sus principales capítulos la ciudadanía social (están los procesos electorales y el pluralismo, el funcionamiento del Gobierno, la participación política, la cultura política y las libertades civiles), pero no cabe duda de que es por ahora un fuerte medidor mediático de la reputación democrática de un país.

¿En qué coincide con otros indicadores y con lo que dicen los politólogos de lo que acontece? En que en el conjunto del planeta se observa un cierto declive democrático que no deviene tanto en un retroceso hacia dictaduras tradicionales (aunque tampoco faltan casos), sino en que más democracias pierden calidad respecto a las que progresan. Según Freedom House, organización no gubernamental creada entre otros por Eleanor Roosevelt, el número de democracias que empeoran es más que las que mejoran. En 2021 (antes de la guerra de Ucrania), 60 países vieron recortadas sus libertades, mientras que éstas crecieron solo en 25.

También sabemos que el peor momento para la calidad de la democracia fue la Gran Recesión que se inició el año 2008. Aunque hay cierta autonomía entre ambos, existe una relación entre el ciclo económico y el apoyo a la democracia. Las antipáticas políticas de austeridad y de recortes (acompañadas en algunos países por casos de corrupción) situaron la desafección democrática en sus porcentajes más altos. Alguien ha hablado de “muerte lenta” de la democracia por insatisfacción ciudadana, por incapacidad del Estado para resolver los problemas. En cambio, durante la pandemia y la pospandemia, al haber puesto en marcha los escudos sociales (ERTE, ingresos mínimos, ayudas empresariales, rebaja selectiva de impuestos o elevación de otros, etcétera), la valoración de la democracia ha detenido aquel deterioro.

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Lo que se manifiesta en todos los estudios es la acentuación de las inseguridades económicas por la sucesión de crisis (Gran Recesión, pandemia, guerra de Ucrania), con las clases medias estancadas o en retroceso por no poder llegar a fin de mes con sus emolumentos o por tener que utilizar para sobrevivir sus ahorros de otras coyunturas. Se denota una cierta esquizofrenia de las expectativas: hay en esas mismas clases medias una demanda de más democracia y de cambio para mejorar, y, al mismo tiempo, temor a la democracia (no se sienten muy a gusto con algunas instituciones democráticas) y miedo a un cambio que les puede hacer retroceder. También existe un recelo creciente ante una sociedad digital a dos velocidades y, en el terreno directamente político, a la capacidad de la extrema derecha de atraer a sus posiciones a parte de la tradicional derecha conservadora a través de estas inquietudes.

En todos los indicadores (The Economist, V-Dem de la Universidad de Gotemburgo, Freedom House, World Justice Project y especialmente en la auditoría a expertos que todos los años hace la Fundación Alternativas en su Informe de la democracia en España) en nuestro país se mantienen niveles que no son óptimos, pero que dan un aprobado alto, propio de las democracias avanzadas. Lástima que no se puedan contrastar con datos del Centro de Investigaciones Sociológicas, que desde 2019 ha dejado de preguntar a los ciudadanos españoles por su satisfacción con la democracia.

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