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La gran paradoja de los españoles ante la economía: pesimistas en lo colectivo, optimistas en lo individual

Los sociólogos y los psicólogos creen que siempre somos más severos en los juicios colectivos que en los individuales. El fenómeno también se da en otros países

Cientos de personas en la calle Preciados de Madrid, el pasado 10 de noviembre.
Cientos de personas en la calle Preciados de Madrid, el pasado 10 de noviembre.Andrea Comas
Emilio Sánchez Hidalgo

Las mañanas empiezan a ser más oscuras para la mayoría de los españoles. La pandemia, la guerra y los coletazos de la inflación han llenado el horizonte de nubes. Así lo sienten los ciudadanos. Están fatigados, tras muchos meses de dudas sobre la economía, aunque la realidad no sea tan lúgubre. Solo un 16,7% de los españoles cree que la situación económica del país es “buena”. Y son aún menos los que la catalogan como muy buena, un 0,3%, tres de cada 1.000 personas, según el barómetro de octubre del Centros de Investigaciones Sociológicas (CIS). En resumen, pesimismo generalizado.

Sin embargo, las respuestas son muy diferentes si la pregunta indaga en las circunstancias económicas particulares en vez de en las generales: un 59,9% dice que su situación es “buena” y un 3%, “muy buena”. Optimismo contagioso. Las diferencias son aún más apreciables al darle la vuelta a la pregunta: un 73,2% cree que la situación de España es mala o muy mala y solo un 25,3% elabora el mismo juicio para sí mismo.

Este desfase entre la negatividad que envuelve el análisis nacional y el optimismo en torno a las cuentas personales no es nuevo. El CIS hace estas dos preguntas sobre la percepción de la economía desde 2010, y desde entonces se revelan diferencias parecidas, independientemente de la situación económica del momento. En 2013, en máximos de desempleo, un 29,1% creía que su situación era mala o muy mala, un tercio de los que opinaban lo mismo sobre el estado económico del país (88,4%). En 2019, antes de la pandemia y con las perspectivas económicas en positivo, el desfase era parecido: un 16,7% hablaba mal de su situación económica y un 50% de la de España.

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El fenómeno se repite en otros países. Según el Eurobarómetro de este verano, el 70% de los europeos cree que su economía va bien y solo uno de cada tres (el 34%) dice lo mismo sobre la de su país. En todos los Estados miembros hay más ciudadanos que hablan mal de la economía nacional que de la propia: en Francia, solo un 22% cree que la economía del país va bien, mientras que el 68% habla positivamente de su situación; en Portugal, solo un 20% valora en positivo la economía nacional frente al 58% que dice lo mismo sobre sus cuentas; y en Grecia un irrisorio 8% analiza con buenas palabras la economía del país, ante el 48% que juzga positivamente su coyuntura personal.

Es evidente que el estado real de la economía juega un papel decisivo en estos porcentajes: cuanto peor están las cifras macroeconómicas, más aumentan los que hablan negativamente de las cuentas propias y de las nacionales. Acabamos de recuperarnos del golpe aterrador de la pandemia y hay nuevos elementos de incertidumbre, como la inflación provocada por la invasión de Ucrania (el alza de los precios es la principal preocupación de los españoles, según el barómetro de 40dB para EL PAÍS y Cadena SER) o la subida de los tipos de interés.

A la vez, hay datos esperanzadores muy reseñables: hay más de 20 millones de afiliados en la Seguridad Social, cerca del máximo histórico, y las previsiones de crecimiento del PIB, aunque se han contraído en los últimos meses, siguen siendo positivas. Las empresas continúan contratando y el consumo sigue tirando de la actividad. Sin embargo, más allá del análisis centrado en los datos, el desfase entre la esperanza individual y el pesar grupal y que el escenario se repita en otros países apunta a otras explicaciones, ya que se mantiene (con pequeñas variaciones) independientemente del ciclo económico.

El optimismo hacia lo propio y el pesimismo hacia lo colectivo es “una tendencia establecida en la sociedad moderna”, indica Antonio Lucas, profesor del departamento de Psicología y Sociología de la Universidad de Zaragoza. Hace 24 años que llegó a conclusiones parecidas en su estudio Optimismo privado y pesimismo público: un estudio experimental, “y las fuentes de aquel trabajo eran de otros 20 o 30 años antes”. “Lo que no harán las personas es sentirse mal en público, insistir en lo mal que les va todo. No va con los patrones básicos de hoy en día”, explica.

En redes sociales se observa una tendencia creciente a verbalizar los problemas propios, pero esta actitud no parece predominante en la sociedad si atendemos a los datos del CIS. “Si te preguntan cómo te va, sean cuales sean las circunstancias, decimos que bien. En nuestra cultura el pesimismo resta. No es como hace 200 años cuando una sensibilidad catastrofista como la de Lord Byron o Mariano José de Larra se veía necesaria”. Así respondemos a lo que el capitalismo “requiere” al individuo: “No fracasar”. “Es pura ética protestante, puro Adam Smith. Tú preocúpate de lo tuyo y así todo va a ir bien. Si las cosas van mal en general, no va a ser por ti”, abunda.

Adrián Navalón, coordinador del grupo de trabajo de Psicología y Economía del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid, asegura que en las encuestas muy a menudo contestamos lo que creemos que da una mejor imagen sobre nosotros. “Reconocer una mala situación económica personal provoca un estigma, una bajada de autoestima. Si nos preguntan por la situación general podemos asociarla a elementos externos, pero para la nuestra estamos educados en culpabilizarnos, así que cuesta reconocer los problemas en público. Aunque, muy posiblemente, esas complicaciones no sean nuestra culpa. Esto se ve muchísimo en colectivos desfavorecidos, que se ven excesivamente responsables por su situación”.

Sesgo optimista

En su libro El sesgo optimista, la psicóloga Tali Sharot explica que el optimismo en torno a las circunstancias personales y el pesimismo respecto a las colectivas es una constante. “El optimismo privado es común y suele estar acompañado de la pérdida de esperanza pública. Frecuentemente, las personas esperamos que nos vaya bien en el futuro cercano pese a la certeza de que al resto del país le va a ir peor”. Pone como ejemplo que antes del colapso financiero del 2008 los británicos eran optimistas respecto a sus circunstancias económicas personales, a pesar de que reconocían que la situación se iba a pique. Un 93% se sentía esperanzado por al futuro de su propia familia, pero solo un 17% se sentía así respecto al resto de de familias. Este fenómeno se hace más evidente cuanto más reducimos las distancias: por lo general creemos que le irá mejor a nuestra ciudad que a nuestro país y a nuestro país que al mundo, según indica un estudio del economista de la Universidad de Oxford Max Roser.

Este “sesgo optimista”, término acuñado por el psicólogo Neil Weinstein en 1980, tiene una función social. “Es un mecanismo de protección para sentir que tenemos el control de nuestra vida. Una visión fatalista nos pone las cosas más difíciles. Esto se ve claramente en escenarios de desigualdad económica, donde las personas intentamos mostrarnos en unas circunstancias mejores de las que realmente tenemos”, opina Eva Moreno-Bella, investigadora en el departamento de Psicología Social de la Universidad de Granada y autora de la tesis Desigualdad económica y percepción social: examinando el contenido agéntico y comunal. “Hay una diferencia clara entre la percepción de clase subjetiva (lo que pensamos de nosotros mismos) y la objetiva (la que nos corresponde atendiendo a los datos). Las personas tendemos a percibirnos en un escalón mejor del que solemos ocupar realmente”, añade Moreno-Bella.

Una parella camina per la Rambla durant el dia de Sant Jordi.
Una parella camina per la Rambla durant el dia de Sant Jordi.Massimiliano Minocri

Los humanos nos tenemos en buena estima por naturaleza. Un estudio elaborado a partir de 81 entrevistas a estudiantes estadounidenses desveló que el 93% pensaba que sus habilidades para conducir estaban por encima de la media. Otro en la misma línea señaló que el 94% de los profesores encuestados se consideraba más preparado que el resto de sus compañeros. Y encontramos ejemplos parecidos en estudios con muestras más representativas: un 52% de encuestados por el CSIC (en un análisis de comportamiento durante la pandemia) dijo que respetó entre un 80% y un 100% de las restricciones impuestas en la Navidad de 2020; sin embargo, solo un 3,3% consideró que había entre un 80% y un 100% de la población que había acatado esas normas.

Navalón cree que los sesgos influyen “decisivamente” tanto en las respuestas sobre la economía propia como en la nacional. “Las encuestas son disparadores de sesgos”, dice. “Sin embargo”, continúa, “creo que tienen una mayor incidencia en la visión colectiva que en la individual. Cada uno sabe más o menos cómo está su economía, aunque no termine de contextualizarlo bien. Analizar el momento económico de un país es mucho más complejo. Si el medio de comunicación que sigo insiste en que todo está fatal, es fácil que me quede en esa conclusión sin atender a más variables”. Moreno-Bella enlaza la misma idea con la política: “Si el partido con el que simpatizo hace una diagnóstico positivo o negativo de la situación, es normal que yo tenga una visión parecida”.

Este supuesto se confirma en otro vistazo al barómetro del CIS de octubre. Un 31,1% de los votantes del PSOE en 2019 y un 36,2% de los que apoyaron a Unidas Podemos creen que la situación económica actual es buena, diagnóstico con el que solo coinciden el 4,5% de los votantes del PP y el 2,6% de Vox. Sin embargo, en octubre de 2017, cuando todavía gobernaba Mariano Rajoy, era justo el contrario: un 15,4% de los votantes del PP y un 10,9% de los de Ciudadanos hacían un diagnóstico bueno de la situación, mientras que en el PSOE solo eran positivos el 6,1% y en Unidas Podemos, el 2,8% [entonces el encuestador leía la opción “regular” y ahora no, motivo por el que bajan tanto los porcentajes en positivo]. Por sexos, las mujeres son ligeramente más pesimistas que los hombres respecto a la situación económica nacional, mientras que por edad los más positivos son los mayores de 65 años y los más negativos, los de 18 a 24.

El pesimismo ante lo colectivo y la esperanza en lo individual son “fenómenos comunes en el capitalismo moderno”, añade Lucas. “En los momentos de grandes cambios históricos, como en la Revolución Francesa, el planteamiento es totalmente diferente. La gente está persuadida de que el colectivo va a conseguir un objetivo loable, hay un compromiso comunitario. Ahí, los individuos tienen un enfoque de optimismo social muy potente. Eso es lo que provoca los cambios sociales. En el escenario actual puede haber movilidad social, pero no grandes cambios estructurales. Puede haber reformismo, pero no revolución”, finaliza el profesor de la Universidad de Zaragoza.

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Sobre la firma

Emilio Sánchez Hidalgo
Redactor de Economía. Empezó su trayectoria en EL PAÍS en 2016 en Verne y se incorporó a Sociedad con el estallido del coronavirus, en 2020. Ha cubierto la erupción en La Palma y ha participado en la investigación de la pederastia en la Iglesia. Antes trabajó en la Cadena SER, en el diario AS y en medios locales de su ciudad, Alcalá de Henares.

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