¿Quién es Keir Starmer? Retrato del laborista que quiere gobernar el Reino Unido
Hijo de un fabricante de herramientas y de una enfermera, el nuevo líder hace soñar a su partido con un regreso a Downing Street
Cuando abandonó Downing Street, después de casi una década en el poder a lo largo de dos mandatos interrumpidos, el laborista Harold Wilson expresó su principal lamento al corresponsal político de la BBC, David Holmes: “Ojalá hubiera podido ser primer ministro en tiempos más felices y fáciles”. Ha sido el destino de todos los gobiernos de izquierdas en un país como el Reino Unido, donde el conservadurismo es el ámbito natural de las cosas: poner orden en los restos del naufragio. Si las encuestas aciertan, ese será el destino de Keir Starmer (Londres, 60 años) cuando vuelvan a convocarse las urnas en 2024 —o antes—, después de 12 años de dominio tory que han dejado al país en una situación crítica.
EL PAÍS ha hablado con miembros del nuevo equipo de Starmer, con analistas políticos que ven avances positivos en su llegada a la dirección del partido y con críticos acérrimos que le reprochan un abandono de la ideología de izquierdas. Este 2023 puede ser el año que consolide al líder laborista como alternativa posible y anhelada a ojos de millones de electores cansados del declive del Reino Unido.
“Después de la derrota de 1983 [Margaret Thatcher arrasó en las urnas y dio comienzo a un segundo y exitoso mandato], tuvimos que pasar por el liderazgo de Neil Kinnock, John Smith y, finalmente, Tony Blair. Catorce años para alcanzar una posición en la que de nuevo pudimos retomar el poder”, recuerda Nick Thomas-Symonds, historiador, abogado, diputado laborista y el actual portavoz de Comercio Internacional del partido. “Keir Starmer ha logrado hacerlo en tres años, algo realmente notable. Si después de la derrota de 2019 [Boris Johnson aplastó a Jeremy Corbyn] me hubieran dicho que el laborismo iba a tener hoy una ventaja en las encuestas de 25 puntos, no me lo habría creído”.
La llegada de Starmer a la dirección del Partido Laborista puso fin a la era turbulenta de Corbyn, que logró atraer a miles de jóvenes con un giro radical a la izquierda, pero con el que también espantó a millones de votantes de clase media. El modo en que divagó y confundió entonces con la cuestión más importante a la que hacía frente una generación, el Brexit, penalizó al laborismo, que obtuvo en 2019 el peor resultado en más de 80 años. Starmer, que había sido el portavoz del partido para todo lo relacionado con la salida de la UE —y principal defensor de la celebración de un segundo referéndum—, logró conquistar el liderazgo del partido en el peor de los momentos posibles.
El Reino Unido, como el resto de Europa, se adentraba en la larga noche de la pandemia. Y Boris Johnson disfrutaba aún de una popularidad incontestada entre los ciudadanos. El nuevo líder de la oposición tuvo que hacer el discurso de la victoria en la frialdad de un estudio de televisión, por imposición de las normas de distanciamiento social. Fue un comienzo premonitorio, porque la principal crítica recibida por el líder laborista durante estos años tiene que ver con una personalidad rígida y anodina, que provocaba indiferencia en los votantes y transmitía una falsa sensación de seguridad a sus rivales conservadores.
“Los que lo conocen no le consideran aburrido o anodino. La gente que le ha seguido de cerca y le ha prestado atención no le considera aburrido. Creo que esa percepción va a ir cambiando de manera gradual, y tampoco creo, en cualquier caso, que sea un factor tan relevante, si se tiene en cuenta que Sunak tampoco es Mister Brillante”, defiende en conversación con EL PAÍS Philip Collins, autor de algunos de los discursos más brillantes del ex primer ministro Tony Blair, colaborador de alguna de las piezas retóricas de Starmer y uno de los analistas políticos más leídos en el Reino Unido actual. “Sunak es más serio de lo que lo fueron Johnson o Truss. Pero se avecinan tiempos duros y va a resultar muy difícil gobernar bien en medio de una recesión. Cualquier empujón electoral de los conservadores derivado del hecho de que Sunak sea un ciudadano respetable se verá más que contrarrestado por el hecho de que la inflación está disparada. No creo que el laborismo retenga la ventaja de más de 20 puntos porcentuales que le dan hoy las encuestas cuando llegue el momento de votar, pero tampoco creo que Sunak vaya a ser un gran activo electoral”, resume Collins.
“Nada hay más poderoso que una idea a la que le llega su momento”, sentenció el escritor Victor Hugo. Y al laborismo el momento le está llegando a paladas, fruto de un hartazgo ciudadano con los conservadores que se expresa en múltiples signos de malestar. Huelgas en los transportes, en la sanidad pública, en la educación, en los bomberos, hasta en la policía de control de fronteras. Rabia en el supermercado, con una crisis del coste de la vida que comienza a ser insoportable para muchos ciudadanos. Y un Brexit del que nadie se atreve a hablar, pero que ha dejado al Reino Unido desabastecido de mano de obra, con un comercio exterior debilitado, un incremento agravado del precio de los bienes básicos y un país en continua tensión con sus vecinos del continente.
La desigualdad generada durante estos años obliga a Starmer a practicar una posición no tan central como la de Blair y a empujar al laborismo un poco más a la izquierda.
“Resulta fácil comparar décadas distintas, pero ambos comenzaron en una posición de partida diferente”, explica la diputada Nia Griffith, que también forma parte de la actual dirección laborista. “A nosotros nos ha tocado reconocer esa gran desigualdad y el daño que ha supuesto para el país. Nos toca subir una montaña empinada y dar a la gente los instrumentos para hacerlo (…). Creo que Starmer ha sabido escuchar a los votantes y entender sus temores”, defiende.
Starmer es consciente de los cientos de miles de votos que en 2019 giraron al conservadurismo en el norte de Inglaterra, el “muro rojo” que fue durante medio siglo feudo histórico del laborismo, gracias al discurso populista antieuropeo. Su estrategia, asumida por gran parte del partido y sus poderosos aliados, los sindicatos, se basa en dejar de mirar atrás. Para remediar los destrozos, el primer paso consiste en admitir que fue una mayoría de los ciudadanos la que decidió ese giro.
“Fue un movimiento inteligente, porque debía demostrar que aceptaba la realidad del Brexit antes de intentar cambiarlo. Necesita recuperar a los votantes que respaldaron la salida de la UE, así que no es buena idea repetirles una y otra vez que aquello fue un desastre. Debes dejar que sean ellos mismos los que, en su momento, se den cuenta”, explica Collins.
La jugada que el tiempo determinará si ha sido o no maestra fue arrebatar a los conservadores sus propios eslóganes. Take back control (recuperar el control), aquel grito de guerra de los euroescépticos para defender el Brexit, es ahora el lema que utiliza el líder laborista para prometer un reparto de poder más equilibrado entre las regiones del país.
El método del fiscal y abogado
Starmer, casado y con dos hijos de 14 y 12 años, vive en Kentish Town, al norte de Londres. Protege fieramente la intimidad de su familia. A las seis de la tarde de cada viernes, salvo urgencias inevitables, aparca el liderazgo laborista y ejerce de padre y marido. Son reminiscencias beneficiosas de una vida anterior a la política —es diputado desde 2015—, aunque siempre vinculada a un compromiso de servicio público. Como abogado especializado en derechos humanos, estuvo envuelto en todos los grandes litigios de la izquierda contra la revolución neoliberal de Margaret Thatcher. Nunca se ha desvanecido el rumor de que la escritora Helen Fielding se inspiró en el joven Starmer para crear el personaje de Mark Darcy en El diario de Bridget Jones. Como director del Servicio de Fiscalía de la Corona (cargo equivalente al de fiscal general del Estado), gran parte de su mandato bajo un Gobierno conservador, cayó en la tentación de alimentar a la prensa sensacionalista y darse publicidad a sí mismo con titulares de pretendida dureza contra los delincuentes. Como líder del Partido Laborista, eligió en un primer momento tratar con guante de seda a los corbynistas para preservar la unidad interna y abrazó en un principio el programa electoral de 2019 (el más radical de las últimas décadas, según Corbyn).
Fue un espejismo deliberado. Consciente de que la mayoría de los afiliados y simpatizantes que votaron por él en las primarias no lo habían hecho para que todo siguiera igual, poco a poco fue soltando lastre y deshaciéndose del radicalismo que aún persistía en las filas del partido. La ocasión perfecta llegó con su dura respuesta ante las acusaciones de antisemitismo que había recibido la dirección anterior. Tan dura como para acabar expulsando del grupo parlamentario al propio Corbyn, después de que el viejo líder respondiera con desdén y calificara de “exagerado” el informe de la Comisión de Igualdad y Derechos Humanos que había señalado prácticas y actitudes discriminatorias concretas en el seno del partido.
Siempre habrá una corriente más de izquierdas en el laborismo, como la hubo en 1997, el momento más álgido de Tony BlairSimon Hannah, escritor y sindicalista
“Siempre habrá una corriente más de izquierdas en el laborismo, como la hubo en 1997, el momento más álgido de Tony Blair”, explica Simon Hannah, escritor, sindicalista, y parte de esa corriente en el extremo que tiene el partido. Su libro A Party with Socialists in It. A History of the Labour Left (un partido con socialistas dentro: historia de la izquierda laborista) es la reivindicación del laborismo más fiero. “Pero el corbynismo hoy está muerto. El mismo Corbyn ha sido expulsado, los diputados más a la izquierda son retirados de las listas, Momentum [la organización activista que fue clave en el ascenso del veterano líder de izquierdas] ya no tiene poder y las mociones impulsadas con éxito en los congresos del partido por el ala más radical son deliberadamente ignoradas”, lamenta Hannah, mientras cuestiona la sinceridad del discurso de Starmer. “Cuando compitió en las primarias se presentó como un candidato muy a la izquierda, sin dejar de hablar de la lucha de los trabajadores. Y se comprometió a preservar las 10 propuestas clave de la era de Corbyn. O mintió o ha resultado débil, porque no solo ha abandonado esas promesas, sino que ni siquiera apoya a los sindicatos en las actuales huelgas”, acusa el escritor.
Para un político que pretende, como su héroe personal, Harold Wilson, preservar a toda costa la unidad de un partido con tendencias autodestructivas y cainitas, ha resultado complejo, ingrato en ocasiones, el intento de construir una imagen y discursos de apariencia moderada, que no espantaran al votante medio.
Las críticas templadas y medidas de Starmer al Gobierno de Johnson durante la pandemia, solo subidas de tono en los momentos finales de una gestión desastrosa, cosecharon elogios. Pero le sirvieron de poco, porque en una crisis sanitaria como aquella nadie iba a culpar a Downing Street de una catástrofe que pilló por sorpresa a los dirigentes de todo el mundo. Más ruido interno provocaron anécdotas como el discurso interno manejado a principios de 2021 por la dirección laborista, fruto del informe elaborado de encargo por la agencia de comunicación Republic. “Usar más la bandera, aparecer junto a los veteranos de guerra, vestir de modo elegante en los actos institucionales, etcétera, para dar a los votantes la sensación de que estamos alineados con los auténticos valores británicos”, decían algunas de las recomendaciones de un texto que se acoplaba como un guante a la apariencia siempre pulcra —traje oscuro, corbata roja, pelo esculpido a navaja y raya a un lado tirada con cartabón— de Starmer. La confirmación, según los más críticos dentro del partido, de que el líder era todo forma y nada sustancia.
“En los últimos tres o cuatro meses, quizás desde el pasado verano, he encontrado más y más de esos votantes indecisos, de los que llamas a su puerta en campaña, que me han dicho que este tal Starmer les parecía un buen tipo. Comienza a ser bien conocido entre nuestro electorado”, defiende la diputada Ruth Cadbury, que formó parte de la dirección de Corbyn y está ahora integrada en la del nuevo líder.
La resistencia y tenacidad de Starmer, bajo esa apariencia de amabilidad, buenas formas y rechazo a cualquier conflicto, le viene de lejos. Hijo de un fabricante de herramientas y de una enfermera, se educó en la pequeña localidad de Oxted, en el condado de Surrey. Su madre sufrió a lo largo de la mayor parte de su vida la enfermedad de Still, un tipo de artritis inflamatoria rara y dolorosa que la obligó a pasar largas temporadas internada en hospitales. Josephine Starmer, votante incondicional del laborismo, como su esposo, murió dos semanas antes de que su hijo ocupara por primera vez el escaño de diputado. “Los esteroides y la enfermedad provocaron conjuntamente que durante sus últimos años no pudiera caminar, mover sus brazos o incluso hablar”, ha contado Starmer en alguna de las raras ocasiones en las que muestra a los medios su intimidad. “Nunca llegó a intercambiar una palabra con mis hijos, y al final vio cómo le amputaban una de las piernas”.
Tiene un alma correosa y de izquierdas, preservada a través de una carrera académica de mérito —tan peculiar en el Reino Unido— que le llevó al grammar school (colegio público de excelencia, para los alumnos con mejores notas) de Reigate, a la Universidad de Leeds (Derechos Humanos) y a la de Oxford (Derecho Civil), hasta colegiarse como abogado.
Pero sobre todo, Starmer quiere que el laborismo regrese al poder, después de una larga travesía del desierto que comenzó a la vez que la crisis financiera de 2008. Por eso ha mantenido a su lado, y potenciado, a la economista Rachel Reeves, que trabajó en el servicio de estudios del Banco de Inglaterra y ha dado solidez y solvencia al programa económico del partido. Sus respuestas a cada desmán presupuestario reciente de los conservadores han sido ágiles y certeras. Y ha consolidado en su jefe, Starmer, una imagen de responsabilidad fiscal muy conveniente, después del desastre que provocó la histórica bajada de impuestos —con marcha atrás— de la malograda ex primera ministra Truss. “Estoy decidido a reducir la deuda. Cada una de mis medidas vendrá acompañada de gastos detallados y justificados”, prometía el líder laborista a los suyos en el congreso anual celebrado en Liverpool el pasado septiembre, cuando comenzó a cundir tanto en el partido como en el país la sensación de que, de nuevo, había llegado el turno de la socialdemocracia, y de que Starmer iba camino de ser el próximo inquilino de Downing Street.
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