El poder de la palabra
Cuando las acciones políticas no van acompañadas de palabras políticas todo resulta muy desconcertante
Los líderes políticos normalmente actúan pronunciando discursos convincentes, decía el excanciller alemán Helmut Schmidt. La falta de discursos convincentes desactiva los intereses políticos de los ciudadanos, propicia la abstención y deja espacio al ruido y a la violencia verbal. Acaba 2022 y no se puede decir que la política española haya sido escenario de muchos discursos de ese tipo. Quizá 2023, año electoral, mejore el escenario.
El líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, lleva en el cargo algo menos de un año, pero no se ha distinguido, desde luego, por sus intervenciones públicas. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha tenido bastantes ocasiones desde 2018, pero no es fácil que los ciudadanos recuerden algún discurso memorable, es decir, que merezca ser conservado en la memoria. En su caso, es cierto, puede alegar que, si sus discursos no son memorables, por lo menos algunas de sus acciones (algunas de las leyes aprobadas bajo su presidencia) sí pueden serlo, para bien o para mal. El problema es que cuando las acciones políticas no van acompañadas de palabras políticas, todo resulta muy desconcertante.
Mantener una coalición electoral tan complicada como la que mantiene Sánchez tiene, sin duda, un alto coste que reflejan casi todas las encuestas. El problema tiene dos vertientes: por un lado, la coalición gubernamental, PSOE y Unidas Podemos, y, por otro, los equilibrios necesarios para alcanzar las mayorías en el Congreso de los Diputados. En épocas pasadas bastaba con lograr acuerdos con el Partido Nacionalista Vasco (PNV) y afines, pero en la actualidad hay que sumar, al menos, otros dos grupos, ERC y Bildu, de vocación radicalmente independentista y rechazo muy profundo en amplias zonas del país. Gracias a esos acuerdos ha sido posible recuperar la normalidad democrática que suponen los presupuestos anuales (el Gobierno ha conseguido pasar puntualmente uno cada año) y aprobar un número importante de nuevas leyes, la mayoría de índole social, pero al mismo tiempo el discurso político del presidente y del PSOE ha perdido consistencia y credibilidad.
En cuanto a la coalición gubernamental, ofrece también un flanco débil: la última encuesta publicada por EL PAÍS sugería que Sánchez solo lograría prorrogar su presidencia en el caso de que Sumar y Unidas Podemos, con Yolanda Díaz a la cabeza, alcanzaran un acuerdo cara a las elecciones de noviembre, pero también que, en ese caso, el PSOE bajaría de los 120 escaños actuales a solo 96, un balance que quita el aliento a bastantes sectores del partido socialista. Claro que, si la izquierda no consigue mantenerse unida, el PSOE tampoco lograría mantener sus 120 escaños (la encuesta le adjudica en ese caso solo 104). Por primera vez, se preocupa parte de ese aparato: no iremos a unas elecciones con el objetivo de ganarlas. Quizás el problema no sea tanto el trasvase de votos a otros partidos, interpretan esos sectores, como la amenaza de abstención de un voto tradicionalmente socialista, desconcertado por la falta de discurso de sus dirigentes.
El presidente Sánchez renunció desde el primer momento a colocar en su entorno a figuras con suficiente peso propio como para ayudar a crear ese discurso político creíble. Prácticamente ninguna voz socialista conocida (ni dentro ni fuera del partido) ha salido a la palestra a defender la supresión del delito de sedición y es difícil que aparezca alguna que apoye la reforma del de malversación. El exministro socialista Tomás de la Quadra-Salcedo pidió que al menos no se consideren los ataques contra la Constitución como desórdenes públicos, pero no ha obtenido respuesta alguna. El silencio en el campo socialista, bien provisto de catedráticos, “barones”, exministros con bagaje intelectual propio y expertos variados, resulta extraño.
Se ha acusado al Gobierno de ser demasiado grande (23 ministerios), pero en realidad los ministros son prácticamente invisibles y todo gira en torno a las tres vicepresidentas, Nadia Calviño, Teresa Ribera y Yolanda Díaz, que han hecho un trabajo impecable, muy eficaz y sólido, pero que no han tenido casi protagonismo político y, desde luego, ningún discurso como dirigentes de partido. Incluso Díaz, que necesita imperiosamente asumir ese papel en su propia organización, Sumar, ha visto mermado su protagonismo político por la permanente actividad de Pablo Iglesias.
El poder de la palabra, decía Joseph Conrad, es hacerles oír, hacerles sentir. Es, ante todo, hacerles ver. Acaba el año con pocas palabras y poca visión.
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