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ENSAYOS DE PERSUASIÓN
Columna
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Ochenta años del ‘Informe Beveridge’

Con los modernos Estados del bienestar los europeos nos hemos sentido más seguros

William Henry Beveridge
El político y economista William Henry Beveridge en un mitin del Partido Liberal en el año 1943, en Londres.Haywood Magee (Getty Images)
Joaquín Estefanía

Estos días se cumplen 80 años de la presentación del llamado Informe Beveridge, que puso las bases de los modernos Estados del bienestar en Europa. Encargado durante la Segunda Guerra Mundial por Winston Churchill, se activó en la posguerra por la iniciativa del Gobierno laborista de Clement Attlee en medio de lo que se denominó “revolución callada”. Resulta paradójico que dos de sus principales ejes, la creación de un sistema público de salud y otro de pensiones universales, estén pasando por enormes dificultades, tantas décadas después, por la práctica política de algunos gobiernos británicos (no solo conservadores) y por las estrecheces financieras de unas sociedades envejecidas, con más necesidades, y que buena prueba de aquellas esté en los planes fiscales del reciente primer ministro, Rishi Sunak, y de su antecesora, la evitable Liz Truss.

William Beveridge fue director de la London School of Economics y siguió la senda de una de las creadoras de esa institución, Beatrice Webb, posiblemente la persona que con más derecho puede atribuirse la idea de una red pública de protección (el moderno welfare). Beveridge escribió dos informes casi consecutivos antes de finalizar la guerra; en el primero, que es el que ahora cumple años, incorpora a la vez una voz crítica a las injusticias y un guion político para llevar a cabo una reforma integral de los diferentes seguros sociales preexistentes. Como escribió Robert Skidelsky, el biógrafo canónico de Keynes, Beveridge propuso un sistema de seguros nacionales de pensiones, desempleo y discapacidad para todos los ciudadanos, administrado de forma centralizada y financiado por contribuciones iguales de los trabajadores, empresarios y el Estado, con iguales beneficios establecidos en el nivel de subsistencia física. Esto desplazaría al edredón hecho de retales de los seguros voluntarios y obligatorios y de la caridad que, mal cosidos y llenos de agujeros, constituía hasta entonces la protección social británica. Fue tal la expectación que creó en la ciudadanía que de un árido informe al Parlamento se vendieron centenares de miles de ejemplares.

Dos años más tarde, en 1944, Beveridge hizo público un segundo informe (Trabajo para todos en una sociedad libre) sobre el pleno empleo. El utilizado nombre de Keynes no es casual. Aquel envía copias de sus dos informes al economista de Cambridge, arrolladoramente de moda en ese momento, pidiéndole ayuda para abordar las implicaciones financieras de dichos informes. La respuesta es representativa: “Entusiasmo salvaje por tu esquema general. Creo que es una vasta reforma constructiva de gran importancia y me siento aliviado de descubrir que es financieramente financiable”.

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Al igual que Keynes, Beveridge considera que el Estado ha de asumir un papel muy importante como instancia de ordenación y control de la economía. Paradójicamente tanto uno como otro eran liberales, no laboristas, pero en aquella coyuntura de la posguerra ni siquiera el Partido Conservador se opuso a sus recomendaciones esenciales. Esa oposición frontal tan solo llegó con la señora Thatcher, 40 años después. Ello no significa que el welfare nacido de las reflexiones de Beatrice Webb, Beveridge, Keynes y otros no haya sufrido problemas. Por ejemplo, aquel Servicio Nacional de Salud, piedra angular del sistema de bienestar nacido en 1948 y objeto de admiración en tantos países durante mucho tiempo, ha encallado en varias coyunturas (como la actual). El gran historiador Tony Judt ya advirtió a principios de siglo, cuando escribió su monumental Postguerra (Taurus), que con el paso de los años muchas de las provisiones universales del Sistema Nacional de Salud demostraron ser económicamente insostenibles, que la calidad de los servicios prestados no se ha mantenido a lo largo de los años, y que con el tiempo ha quedado claro que algunos de los supuestos fundamentales de partida, incluida la optimista previsión sobre el pleno empleo fueron, como mínimo, imprudentes.

Pero a través del sistema de welfare los europeos pudieron comer más y (en general) mejor, vivir una vida más larga y más saludable, y estar mejor alojados y vestidos que nunca hasta entonces. Y, sobre todo, más seguros. Beveridge es uno de nuestros héroes más desconocidos.


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