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Más es más, y mejor: viva el exceso y la gloria

Vuelve el maximalismo, con su cara más surrealista y extravagante. Frente a lo austero, una de la exposiciones del otoño en Estados Unidos relanza esta estética optimista

Ana Vidal Egea
Maximalismo
El diseñador Machine Dazzle, en una de las imágenes de una reciente exposición en Nueva York.Eileen Keane

La creatividad es un valor en alza y en la actualidad gira hacia una nueva estética: ecléctica, excesiva, extravagante, surrealista, gloriosa. La defensa del minimalismo ha muerto porque ahora aburre y, además, es alienante. Estas serían las proclamas del maximalismo. El genio del diseño Matthew Flower (1972), conocido por su nombre artístico, Machine Dazzle, se alza como uno de los impulsores de este movimiento, que pregona que más es más y que, por lo tanto, más es mejor (contradiciendo al dicho popular y más acorde con la sociedad del espectáculo en que vivimos). La imaginación inigualable de este artista estadounidense y su manera de concebir la realidad suponen un soplo de aire fresco e inspiración que repercute en cualquier ámbito cultural. Por eso, la primera exhibición que rinde tributo a sus diseños, estrenada en el Museo de Arte y Diseño de Nueva York el 10 de septiembre, es considerada una de las propuestas más potentes de este otoño-invierno en todo EE UU.

El maximalismo no es una nueva corriente. Ha estado presente a lo largo de los siglos, en el XVII representado en la estética barroca, en el XVIII en la rococó, en el XIX en la victoriana, en el XX en el opulento estilo Hollywood Regency de los dorados años veinte. En el mundo del arte, ha sido tachado históricamente como una apuesta superficial carente de significado. Pero como señala la curadora de la exposición, Elissa Auther, “Machine Dazzle demuestra brillantemente que, en el maximalismo estético, los efectos superficiales son actos políticos de resiliencia y supervivencia y que, al ser adoptado por personas queers, contrarresta activamente los prejuicios de la alta cultura con respecto al espectáculo, la extravagancia y los cuerpos que no se ajustan a las expectativas normativas de género”, dice por correo electrónico. Algo que corrobora Dazzle en su introducción al catálogo de la exposición: “Siento que represento a todos esos creativos queers que han existido a lo largo de la historia y fueron tachados de locos. Me encanta la contracultura, la gente que no encaja en la sociedad”.

De las dos plantas donde se exhiben los más estrambóticos vestuarios, destaca la que muestra los 24 diseños que acompañaron al épico espectáculo 24 décadas de historia de la música popular. La performance, finalista del Premio Pulitzer en 2017, fue escrita, dirigida y protagonizada por el artista norteamericano Taylor Mac y tiene la peculiaridad de que dura todo un día. En ella Mac canta 246 canciones, dedicando una hora a cada época, resumiendo subjetivamente la historia de EE UU y la música popular de 1776 a 2016. Es una de las obras más representativas de la corriente maximalista en las artes escénicas y aporta un importante cambio de paradigma volviendo a la audiencia activa.

En Creatividad queer: por qué el maximalismo importa, el académico A. C. Panella observa que “el maximalismo puede considerarse inclusión y expresión radical”. Al asumir riesgos como el exceso y el rechazo a una estructura regular, “reta las nociones capitalistas del intercambio artístico entre los espectadores y los actores. (…) Ofreciendo abundancia se arriesga la comodidad. En una performance minimalista el espectador no tiene muchas opciones (…), pero en una maximalista la audiencia debe tomar decisiones: a dónde mirar, qué elementos estamos dispuestos a perdernos, si debe o no participar”. A la par que se invita a la reflexión sobre la sexualidad y el género fuera de lo normativo, se reta a la audiencia “a expandir nuestro pensamiento sobre otras identidades”.

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Con la creación del vestuario para esta performance, Machine Dazzle evoca de una forma inesperada y original la situación política, tendencias, invenciones y tragedias que sobresalían en cada época. Machine ilustra la Gran Depresión americana creando un traje de helado, lo que comenta diciendo: “Gran Depresión. ¿Quién sabía que los cucuruchos fueron inventados durante esta época? ¡Ponle una cereza encima! El glamour es resistencia”. Para el periodo de 1846-1856 se inspira en dos figuras clave, el compositor Stephen Foster (creador de Oh! Susanna) y el poeta Walt Whitman. “Un juego de ajedrez en la naturaleza. La poesía de Whitman inspira lo innato. Las flores son tan sensuales como el cuerpo humano… deseo, fantasía y verdad. Jaque mate”. En el traje que representa 1866-1876 mezcla invenciones como la dinamita, los Levi’s o el papel higiénico. Para la era del sida, de 1986 a 1996, Machine diseñó una capa de la que colgaban cintas de casete reales y una corona de calaveras. “Transmito cómo la abundancia se convierte en mensajes mezclados, confusión, conciencia corporal y pérdida. Llueve en el desfile del orgullo gay”.

El maximalismo vuelve a ser tendencia, pero a diferencia del bum de los años veinte del siglo pasado, ahora no se refiere a una mera estética, sino que está cargado de un significado identitario que confronta la heteronormatividad y el género binario y apuesta por la inclusividad, lo híbrido y la diversidad. Es la invitación a aceptar lo que para algunos es considerado “demasiado”. A aceptar (y deseablemente celebrar) un cuerpo que lo puede englobar todo. La generación Z (nacidos entre finales de los noventa y primeros de la década de 2010) abandera el maximalismo como una filosofía de vida que repercute en cómo se piensa, cómo se viste y dónde se vive. Y que está muy ligada a lo queer al ser una invitación al aperturismo y al descubrimiento. A ese anhelo se refería el académico cubano José Esteban Muñoz en Cruising Utopia al tratar de definir lo queer como “un modo estructurante y educativo de desear que nos permite ver y sentir más allá del atolladero del presente”. Para Muñoz, lo queer “es en esencia el rechazo del aquí y ahora y la insistencia en la potencialidad o posibilidad de otro mundo”.

La escena artística neoyorquina actual es queer, representando este cambio de paradigma hacia el progreso: Fotografiska ha inaugurado la temporada con una retrospectiva sobre David LaChapelle, el Whitney presenta Supremacy, de Martine Gutiérrez, y el MET se ha sumado al proyecto de lugares históricos del colectivo LGBT para lanzar Queer New York: un recorrido virtual en el que destacan la vida y obra de algunos artistas queers que vivieron en la gran manzana. Es el sí rotundo de la cultura a la pluralidad.

Como apunta la novelista y ensayista Ann Pancake en Creative Responses to Worlds Unraveling: The Artist in the 21st Century: “La única solución a nuestro desorden actual es una transformación radical de cómo las personas piensan, perciben y valoran”. “Es decir”, añade, “debe darse una revolución en el interior de las personas. Y esa revolución es lo que el arte puede hacer mejor que cualquier otra cosa a nuestra disposición”.

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Ana Vidal Egea
Periodista, escritora y doctora en literatura comparada. Colabora con EL PAÍS desde 2017. Ganadora del Premio Nacional Carmen de Burgos de divulgación feminista y finalista del premio Adonais de poesía. Tiene publicados tres poemarios. Dirige el podcast 'Hablemos de la muerte'. Su último libro es 'Cómo acompañar a morir' (La esfera de los libros).

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