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Punto de observación
Columna
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No, de ninguna forma

El riesgo del llamado ‘cordón sanitario’ a la extrema derecha es mucho menor que el que supone incorporarla a gobiernos

Soledad Gallego-Díaz
Vox Castilla y Leon
Ilustración artículo Sol Gallego suplemento Ideas 20/02/22 . Patricia Bolinches

La primera condición que ha puesto Vox para dar sus votos al Partido Popular y formar gobierno de coalición en Castilla y León ha sido la derogación de dos leyes: la de Memoria Histórica y la de lucha contra la Violencia de Género. El preámbulo de la primera dice textualmente: “La Junta, en el marco de su Estatuto de Autonomía, reconoce la deuda que la Nación Española tiene con las víctimas de la guerra civil y de la dictadura franquista”. La segunda ley empieza así: “La violencia de género constituye la manifestación más grave de la desigualdad, del dominio y abuso de poder de los hombres sobre las mujeres”.

Estos son los dos primeros objetivos de Vox cuando logre integrarse en algún gobierno: normalizar el franquismo y sus crímenes y reivindicar el derecho de los hombres a cometer abusos sobre las mujeres. Por eso es fundamental que Vox no entre a formar parte de ningún gobierno y que los partidos de derecha y de centro izquierda aporten todo aquello que sea necesario para impedirlo. Eso es ahora más importante que cualquier batalla interna.

Numerosos estudios académicos señalan que lo más peligroso respecto a la extrema derecha es permitir que accedan a los gobiernos, donde es mucho más rápido normalizar sus mensajes machistas, autoritarios y antinmigración. El riesgo que conlleva la estigmatización de esos grupos, el llamado cordón sanitario, es infinitamente menor que el que supone facilitarles los altavoces, la repercusión mediática y el escudo de reputación que implica su incorporación a la gestión de los gobiernos. “Esos partidos”, argumentan los sociólogos James Dennison y Mariana Mendes, “tienen éxito cuando son capaces de evitar el estigma del extremismo, (…) equipados con un escudo de reputación del que los partidos de su tipo no disfrutan, pueden volver a centrarse en los temas más controvertidos, por lo general la inmigración, que conlleva una movilización mucho mayor”.

Es cierto que el PP y otros partidos europeos han llegado ya a acuerdos de investidura con la extrema derecha. Pero una cosa son esos acuerdos y otra, mucho más peligrosa, darles acceso a los órganos de gobierno. Por eso, la oferta del PSOE de abstenerse para permitir la investidura en solitario del candidato del PP, con la condición de que su partido rompa los acuerdos ya alcanzados con Vox en otros lugares de España tiene poco recorrido. Primero, porque es un objetivo inalcanzable, y segundo, porque implica un beneficio para el PSOE. Y no se trata de buscar beneficios políticos o electorales, sino de algo mucho más importante: cerrar el paso a un grupo político en cuyos programas y declaraciones se escuchan ecos de lo que el politólogo Robert Paxton llama temas fascistas clásicos: “miedos al declive; afirmación de la identidad nacional y cultural; una amenaza de extranjeros inasimilables a la identidad nacional y al buen orden social, y la necesidad de una autoridad para hacer frente a estos problemas”.

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Todo ello unido al nuevo empuje que llega desde la llamada manosphere, las páginas web que reúnen a los hombres que se consideran víctimas de los cambios provocados por el feminismo y exigen que “las mujeres se contenten con ser defendidas, como propiedad, por hombres que se reservan el derecho de perpetrar abusos” (Alice Warwick, Rebecca Lewis. Data & Society Research Institute).

El pésimo error de cálculo de Pablo Casado al precipitar la convocatoria de elecciones en Castilla y León no puede encontrar respuestas también equivocadas: creer que Isabel Díaz Ayuso hubiera sido capaz de frenar el voto de Vox en Castilla y León o que lo será en toda España, cuando lo más probable es que esté sucediendo lo contrario, que el mensaje extremista de Díaz Ayuso esté avivando el voto de Abascal. El PP tiene mucho trabajo por delante para intentar corregir su enorme desatino, negociando primero con todos los grupos pequeños para conseguir al menos que su minoría pase de 31 a 39. Y después pedir a Vox que dos de sus procuradores se abstengan. Pero si Vox insiste en formar parte del gobierno, el PSOE debe ceder esos dos escaños, sin condiciones.

Mientras que aparece una causa progresista capaz de unir a una clara mayoría, importa mucho no dejar que el extremismo llegue al gobierno. Como dijo Stephen King: “Si quiere saber a qué puede conducir el extremismo político, preste especial atención al fotograma 313 del vídeo de Dallas, donde explota la cabeza de Kennedy”.

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