Eduardo Pazuello, el ministro-general de la pandemia que no contraría a Bolsonaro
El militar es el tercer ministro de Salud de Brasil desde el inicio del brote de coronavirus, que ha matado a más de 100.000 brasileños y contagiado a tres millones
Cuando el general de tres estrellas Eduardo Pazuello fue reclutado para incorporarse al Ministerio de Salud de Brasil, incluso él mismo pensaba que sería una misión temporal. Su plan era regresar pronto a la Amazonia, con su tropa, como explicó en una de sus primeras entrevistas. Llegaba para coordinar la salida de un ministro destituido y la llegada del siguiente. Difícilmente nadie imaginó entonces, en abril pasado, que este militar nacido en 1963 en Río de Janeiro se convertiría en el tercer ministro de Salud del Gobierno de Bolsonaro en esta pandemia.
El de Pazuello es probablemente uno de los empleos menos envidiados del mundo ahora mismo: Brasil acaba de cruzar el umbral de los 100.000 muertos por coronavirus y suma tres millones de contagios. Esas cifras —las oficiales, que distan mucho de las reales— lo colocan en una posición solo peor que EE UU. Pero como buen militar, el general cumple la misión que le ha encomendado el presidente, destacado negacionista de la gravedad de la pandemia. “El Ejército se está asociando a un genocidio”, llegó a alertar un juez del Tribunal Supremo sobre los riesgos que esto supone para la reputación de las Fuerzas Armadas.
El primer ministro de Salud brasileño en tiempos de coronavirus fue Henrique Mandetta, un ortopeda curtido como diputado que llegó a competir en popularidad con Bolsonaro; el segundo, Nelson Teich, un apocado oncólogo que abandonó el barco antes de un mes. El ala militar del Gabinete había colocado a Pazuello como número dos de Teich por su experiencia en logística (y por tenerle supervisado). En aquel momento, mediados de mayo, algunos países se comportaban como auténticos piratas en la feroz batalla por conseguir suministros básicos como pruebas de covid-19, respiradores o trajes de protección.
Este militar, que al llegar al ministerio admitió no saber nada de sanidad, suele insistir en que no es ni médico ni político. Lo suyo es la gestión, la logística, la intendencia. En eso se especializó en la academia militar de Agulhas Negras, la misma en la que se formó años antes Bolsonaro, quien solo llegó a capitán y que, tras una insubordinación, fue invitado a pasar a la reserva. Pazuello, en cambio, no es de los que contrarían al jefe. Días después de asumir la cartera, acató una polémica orden —que sus dos predecesores, médicos, rehusaron firmar— que autoriza a los doctores a ofrecer cloroquina a los pacientes de coronavirus. El eficaz medicamento contra la malaria, que Bolsonaro, y a ratos Donald Trump, presenta como la panacea, carece de aval científico frente a este virus. El presidente ha logrado politizar la cloroquina, el confinamiento, el distanciamiento social o el uso de mascarillas. Pero un tercio de los brasileños todavía le siguen diga lo que diga y haga lo que haga en su calculada estrategia para que el coste político del coronavirus y la consiguiente hecatombe económica lo paguen gobernadores y alcaldes. Su postura no ha variado un ápice después de haber padecido él mismo la enfermedad en julio, o a medida que los enterradores se afanan en abrir fosas para las víctimas del virus.
Al poco de llegar, Pazuello intentó limitar los datos que a diario difunde el Gobierno sobre la enfermedad, pero causó tal escándalo que en dos días desistió. Eso sí, ahora la primera cifra es la de los enfermos que se han recuperado, no la de los muertos.
Dos meses y medio cumple ya el general al frente del Ministerio de Salud. Da la impresión de que por ahora no habrá un cuarto ministro, aunque él fue inicialmente nombrado solo interino, no titular de la cartera. Y así sigue para espanto de los millones de brasileños que consideran a Bolsonaro culpable de haber contribuido al avance de la pandemia. “Si me hinchan mucho las pelotas, te hago [ministro] titular”, amenazaba la semana pasada el presidente en el resumen de la actividad gubernamental que difunde semanalmente vía Facebook.
Con Pazuello, un tipo gris que siempre viste de civil, suele llevar una mascarilla con la bandera de Brasil y que, como demostró en ese directo, le ríe las gracias al jefe, se acabaron las ruedas de prensa diarias sobre coronavirus, entre otros cambios sustanciales. Cuando empezó la pandemia, la cúpula del ministerio estaba copada por profesionales de la sanidad; ahora proliferan los uniformados. Una veintena ha nombrado, poniendo su parte en la militarización del poder gubernamental emprendida por Bolsonaro. Casi la mitad de los ministros vienen de las Fuerzas Armadas.
Esta es la misión más compleja que le han encomendado a Pazuello, pero antes lideró otras sensibles. Cuando le llamaron para ir a Brasilia llevaba tres meses de comandante de la región militar de la Amazonia. Antes dirigió la operación para acoger a los venezolanos que llegan a Brasil huyendo del desmoronamiento de su país y coordinó a las tropas involucradas en los Juegos Olímpicos de Río, en 2016.
Las autoridades brasileñas desistieron hace mucho de emprender una política de análisis masivos para tener una imagen nítida de la evolución de la pandemia. Pero su tamaño, sus 210 millones de habitantes y la velocidad a la que se extiende el virus la han convertido en un laboratorio magnífico para los ensayos de la vacuna. El ministro interino apuesta a que puede estar lista entre diciembre y enero.
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