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Columna
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Asilvestrados

La elección entre monarquía y república no es algo que te puedan plantear en agosto. Mejor déjemoslo para septiembre

Íñigo Domínguez
Un chico, ataviado al estilo de Huckleberry Finn, pesca en un lago.
Un chico, ataviado al estilo de Huckleberry Finn, pesca en un lago.D. Corson/ClassicStock

Los primeros días de vacaciones descolocan: estás todo el año en cautividad y de repente te sueltan y puedes hacer lo que quieras. Además de que ni te acuerdas de lo que es eso, es demasiada responsabilidad si sientes la obligación de que todo sea maravilloso, mejor que el año anterior. Cuesta relajarse, aceptar la libertad. Ahora bien, la regresión a una vida elemental es asombrosamente fácil cuando te la propones, más aún cuando no te la propones en absoluto. Levantarse tarde, comer a deshoras, algún día hasta ni comer, hacer el vago, vestirse con dos trapos, pasar el día descalzo, leer tumbado sin mirar el reloj, conversar hasta la madrugada, beberse sin querer un par de botellas de vino. Cuando se impone la siesta de forma natural se puede decir que lo más difícil ya está hecho, considérese usted asilvestrado. Es un verbo entrañable, hasta el imperativo da risa (¡asilvéstrese!), porque es un contrasentido, es algo involuntario. Te conviertes en otra persona, con una visión sencilla de la cosas. Es como un anuncio de un gimnasio que vi una vez: “¡A por tu mejor versión!”, pero de verdad, sin cuota ni esfuerzo. Uno se desprende rápido de las convenciones, tanto que da un poco de miedo, podrías acostumbrarte. Y si estás con gente todo va degenerando en armonía, aceptado de forma colectiva como algo deliciosamente inevitable.

No hay libro que refleje mejor ese espíritu de libertad, en el que se llega a creer en la infancia, que Las aventuras de Huckleberry Finn, escrito en 1884. Vida salvaje, amistad y aventuras. En realidad es una sucesión de dilemas morales, resueltos sobre la marcha por un niño que apenas ha ido a la escuela, la mirada más inocente y subversiva que existe. “Vivir en una balsa es lo más estupendo del mundo. Teníamos el cielo encima, todo sembrado de estrellas, y solíamos tumbarnos boca arriba, y las mirábamos y discutíamos si habrían sido hechas o si habrían aparecido por sí solas”. No hay conversaciones como las que se hacen en la juventud mirando las estrellas con los amigos. Te oías decir cosas que ni sabías que pensabas. Luego, con el tiempo, sincerarse es una actividad cada vez más rara y la verdad pasa a ser algo que a veces ni tú mismo sabes, de no decirla. En la intimidad de la oscuridad se contaban historias de amor y de miedo. “Era impresionante bajar a la deriva por el enorme y silencioso río, echados boca arriba contemplando las estrellas y nunca teníamos ganas de hablar en voz alta, y pocas eran las veces que reíamos, como no fuera con una especie de risita muy baja”.

Un requisito esencial de la vida asilvestrada es no enterarte de lo que pasa en el mundo, una sensación antigua y, para un periodista, un placer especialmente culpable. Así que ya tener que elegir entre monarquía o república no es algo que te puedan plantear en agosto. Supongo que por eso han organizado esto ahora. No podemos encadenar una pandemia mundial, un colapso sanitario, un hundimiento económico, que nos quiten la Eurocopa y hasta los sanfermines y luego ponernos a hacer historia de España, mejor dejarla para septiembre. En estos momentos uno está más allá, no es monárquico ni republicano, es directamente ácrata y le pegaría fuego a la oficina.

Una noche Huck le cuenta a Jim lo increíble que es ser rey, como ideal silvestre, porque “cobran por lo menos mil dólares al mes y pueden llevarse lo que quieran”. Y él le pregunta: “Estupendo, ¿no? ¿Y qué tienen que hacer, Huck?”. “¡No hacen nada! ¡Qué cosas dices! Están ahí y nada más”. Y eso cuando sabes dónde están.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.

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