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Stussy contra Trump: ¿son unas zapatillas de 400 dólares con la T del expresidente “el último clavo” para la cultura ‘sneaker’?

La reacción de Shawn Stussy, considerado uno de los padres de la moda urbana, a la idea de Donald Trump de vender por casi 400 euros unas zapatillas color oro con la bandera estadounidense se convierte casi en el comunicado oficial de una subcultura... ¿en su ocaso?

Shawn Stussy, en el centro de la imagen, en un desfile de Dior Men en 2020.
Shawn Stussy, en el centro de la imagen, en un desfile de Dior Men en 2020.WWD (Penske Media via Getty Images)

“La cultura sneaker se ha acabado oficialmente”. Con esta frase, Shawn Stussy, fundador de Stüssy y considerado uno de los padres de la moda urbana, reaccionaba esta semana en Instagram a la noticia de la edición limitada de zapatillas lanzadas por Donald Trump. El expresidente de EE UU, de nuevo candidato a la Casa Blanca este año, ha lanzado su propia marca llamada Trump Sneakers, mediante la cual que ofrece a sus seguidores varios modelos de calzado, además de un perfume, una colonia y llaveros con su cara sobre el dibujo de un superhéroe.

Unas de esas zapatillas, las mencionadas por Stussy, reciben el nombre de Never Surrender (“nunca te rindas”) y es modelo de caña alta, con una silueta muy similar a las Air Jordan 1, en tono dorado y con adornos en la parte superior a modo de la bandera estadounidense, con unas tachuelas a modo de estrellas. El lanzamiento, limitado a 1.000 pares a 399 dólares (unos 368 euros) ya se anuncia en la web de la marca como agotado. Consideraciones estéticas aparte, para alguien como Stussy, que no solo fue testigo sino que ayudó a crear una estética pensada para aquellos que se situaban en los márgenes de la sociedad, es la gota que ha colmado el vaso.

La declaración del californiano, que a principios de los noventa convirtió su pasión por el surf en una marca de ropa que acabaría siendo capital en la cultura skateboard y la comunidad hip hop, no es la única que apunta hacia el mismo sitio. Desde hace un tiempo, la frase se repite como un mantra entre aficionados a las zapatillas. La saturación de ediciones limitadas, que propició un mercado de reventa global, lleva años provocando las reacciones de aficionados de todo el mundo que ven en la fiebre por llevar modelos inaccesibles a la mayoría como el síntoma definitivo de una moda cada vez más vacía que se aleja de sus orígenes. En otro post, el propio Stussy aclaraba su postura: “Las zapatillas no han muerto, sino la cultura a la que hago referencia. Es esa apariencia de congreso de ventas que veo en las fotos en mi teléfono, con tipos apilando cajas de zapatillas que intercambian por fajos de billetes y que se han convertido en objetos comerciales, una manera de ordeñar la vaca… La cultura sneaker con la que crecí era cualquier cosa menos eso”.

De la subcultura al supermercado

La postura de Stussy es la de la vieja guardia, la de los pioneros que comenzaron impulsando unas estéticas que apenas existían, a finales de los setenta y principios de los ochenta, y que se basaban en una serie de intereses entonces residuales. Él comenzó fabricando tablas de surf en California, y más tarde vendiendo camisetas con un logo que se ha convertido en una de las insignias más reverenciadas de la moda urbana, hasta desprenderse de su propia marca, que aún hoy cuenta con 25 tiendas propias en todo el mundo (incluida una en Madrid), a mediados de los noventa. Un camino que también nos habla de como una subcultura creada en los márgenes ha acabado por convertirse en una industria gigantesca, valorada en 140.000 millones de euros en 2022 según un informe de la web especializada The Business of Fashion.

Stüssy fue una de las primeras formas en establecer una identidad basada primero en una comunidad, la del surf, que más tarde se extendió al skateboard y que fue adoptada por el hip hop como una de sus señas de identidad. En un momento, los primeros ochenta, en el que todos estos movimientos eran minoritarios, ganaron una credibilidad que, más tarde, se convertiría en negocio. Otro caso paradigmático de ese auge tiene precisamente su origen en la marca Stüssy: durante un breve periodo de tiempos, un joven James Jebbia se asoció con Shawn Stussy a principios de los noventa, justo antes de crear su propia firma, destinada a cambiar el rumbo de la moda urbana: Supreme.

Jebbia, que también se había formado en otra subcultura, la del skateboarding, creó su propia marca y tienda en 1994, un local en la calle Lafayette de Nueva York que se convertiría en un punto mítico para los que buscaban una credibilidad callejera que se separaba del resto de la moda del momento. Conocida por su exclusividad, que se asemejaba a un círculo cerrado de iniciados, en Supreme se fraguó la imagen de la firma de moda urbana definitiva. Pero su evolución también explica el devenir del sector. A medida que crecía el interés por todo lo que surgía de las calles, su marca comenzó a crecer, mientras que su política de unidades limitadas alentó un mercado de reventa. Las colaboraciones con otras marcas se hicieron cada vez más habituales, llegando a su punto máximo con una unión con Louis Vuitton que desató una locura por conseguir alguna de su colección cápsula. Solo tres años más tarde, Jebbia vendía la compañía a la empresa VF Corporation, que posee otras firmas como Timberland, Vans o The North Face.

La idea por tanto, de que la cultura sneaker y, por extensión, toda la moda urbana ha muerto no es ni mucho menos nueva. “He visto a un hombre de 50 años encima de un boosted board [un monopatín con motor] y con unas zapatillas Travis Scott Air Jordan 1 en Times Square. La cultura sneaker está oficialmente muerta”, escribió en X (entonces todavía Twitter) Matthew Welty, productor de la web especializada Complex y conductor de varios podcasts sobre zapatillas.

Como tantas otras veces en la moda, así como en la música o cualquier otra representación que pasa de minoritaria a masiva, el acceso generalizado a cualquiera que sea capaz de pagarlo acabó con el desencanto de aquellos que comenzaron lo que en un principio era más un movimiento que una moda.

Las zapatillas de Trump, sin embargo, parecen un paso más allá. “Es el último clavo en el ataúd”, decía Stussy en su publicación, para más tarde asumir una paradoja. “Alguien me comentaba con un desagradable fervor que los mismos tipos que venden pilas de zapatillas también llevan sudaderas de Stüssy. Exacto, eso es a lo que me refiero. La cultura que varios de nosotros comenzamos se ha convertido exactamente en eso de lo que no queríamos formar parte cuando nos estábamos abriendo camino”. Lo que nadie, ni el propio Stussy habría adivinado, es que sería Donald Trump el que sellase el deceso definitivo de una manera de entender la moda desde el orgullo de la diferencia.

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