La peor noche de Halloween que recuerda Hollywood: cuando murió River Phoenix
Un 31 de octubre de 1993 falleció en uno de los clubes de moda de Los Ángeles la estrella de cine más prometedora de los noventa y dejó un legado que sigue dando de sí 30 años después
“¡Está teniendo convulsiones! Vengan aquí, por favor. Creo que se ha tomado Valium o algo así. ¡Por favor, se está muriendo!”. La voz de la llamada al servicio de emergencias la noche del 31 de octubre de 1993, Halloween, era la de Joaquin Phoenix. A unos metros se apagaba la vida de su hermano mayor, el actor y cantante River Phoenix (Oregón, 1970-California, 1993). Durante ocho minutos su hermana Rain intentó reanimarlo a las puertas de The Viper Room, entonces el local de moda en Los Ángeles y propiedad de Johnny Depp. A su lado lloraban la actriz Samantha Mathis, novia de River, y Flea, el bajista de Red Hot Chili Peppers con quien el actor tenía previsto tocar esa noche.
Los paramédicos no pudieron reanimarlo. Lo llevaron en ambulancia al centro médico Cedars-Sinai, donde fue declarado muerto a la 1:51 de la madrugada. Tenía 23 años, pero ya era un icono generacional destinado a marcar una época. Un par de semanas después la autopsia determinó que había muerto a consecuencia de una sobredosis de drogas, que incluía cocaína, heroína, morfina, efedrina, marihuana y Valium.
No cabe preguntarse: ¿dónde estabas cuándo murió River Phoenix? En el mundo antes de internet las noticias se recibían a un ritmo variable. Unos lo leyeron anonadados en el Teletexto, otros en algún boletín de la radio y cada uno tuvo que manejar su incredulidad a solas, no había un muro común en el que llorarle. Los informativos confirmaron al día siguiente lo que parecía una historia más de terror de la noche de Halloween. Aquella misma noche había fallecido en Roma otra leyenda: Federico Fellini. Sus curriculums asimétricos compartieron hoja en los periódicos del día siguiente.
La revista Fotogramas lo despidió con el titular: River Phoenix, una leyenda de 23 años. Tres años antes le había dedicado la portada y un codiciado desplegable (que tantas carpetas adolescentes cubrió) donde lo definían como “un sex symbol para los noventa″. Todo en él sonaba a futuro. Su filmografía no era demasiado selecta, pero él brilla en cada uno de sus papeles. Resulta imposible no rendirse ante su melancólica interpretación de un chapero narcoléptico en Mi Idaho privado (1991), la obra maestra de Gus Van Sant que rodó junto a su amigo Keanu Reeves y por la que recibió la Copa Volpi en Venecia. Muchos sitúan en su rodaje el inicio de sus problemas con las drogas. Para preparar sus papeles, tanto Keanu como River se mezclaron con prostitutos y experimentaron con drogas. En la película se entremezclan escenas de adictos reales y, aunque la mayoría no pasaron de la sala de montaje, muchas fueron recuperadas por James Franco, fan declarado del actor, en su tributo My Own Private River.
Lo que sucedió aquella noche ha estado rodeado de un halo de misterio a pesar de los muchos testigos, pero siempre se menciona un nombre cuya importancia en el desenlace final varía: John Frusciante, el guadianesco guitarrista de Red Hot Chili Peppers. El relato que parece ajustarse más a la realidad es el de Gavin Edwards en su libro Last Night at the Viper Room: River Phoenix and the Hollywood He Left Behind (Última noche en The Viper Room: River Phoenix y el Hollywood que dejó atrás). Recogiendo la versión de Samantha Mathis, afirma que “un amigo guitarrista le dio una taza y le dijo: ‘Oye, Riv, bebe esto, te hará sentir fabuloso’. River no sabía lo que había en él, pero como había llevado a este amigo a rehabilitación dos veces, podía adivinar que no era ginger ale... En la bebida había una mezcla de cocaína y heroína. River de inmediato se sintió mal. ‘¿Qué me diste? ¿Qué coño hay aquí?’ gritó. Para calmarse tomó un poco de Valium. Después vomitó sobre sí mismo y sobre la mesa. Luego se desplomó en su silla, inconsciente”.
A partir de ahí queda claro que nada sucedió tan rápido como debería. Joaquin tardó más de media hora en llamar a la ambulancia “por sugerencia de un portero”. La policía no era la mejor publicidad para un club de moda. Tampoco nadie advirtió a los paramédicos de lo que había consumido realmente.
En 2018 Mathis concedió una entrevista a The Guardian con motivo del 25 aniversario de la tragedia y no mencionó ni a Frusciante ni a “un guitarrista”, sólo a “un hombre”. Lo que no varió es su certeza de que River no era un adicto como algunos sostienen. “El último año de su vida fue un periodo tranquilo y feliz, en el que a menudo visitábamos a su familia en Florida o Costa Rica. Hacía música, cocinaba comida vegetariana y solo salíamos con sus hermanos, nos comportábamos como críos”.
La madre de River también piensa que aquello fue algo esporádico, no un patrón. Lo reflejó en una carta escrita a Los Angeles Times: “Creemos que la energía de Halloween y aquel club le desbordaron ¿Cuántas otras jóvenes almas han muerto después de consumir drogas de forma recreativa? Rezo porque la forma en la que nos ha dejado River sirva para llamar la atención sobre cómo se desgastan los espíritus de su generación”.
Su primer gran amor, la goonie Martha Plympton, que había roto la relación después de tres años por la dependencia del actor y su falta de voluntad para dejar las drogas, no estaba de acuerdo. “Ya le están convirtiendo en un mártir, en una metáfora de un ángel caído, en un mesías. No lo era. Era solo un niño, un niño de muy buen corazón que estaba muy jodido y no tenía idea de cómo llevar a cabo sus buenas intenciones”, declaró en 1993 a Esquire. ”No quiero que me consuele su muerte. Creo que es correcto que esté cabreada con la gente que lo ayudó a mantenerse enfermo y con él”. Nunca ha vuelto a hablar del hombre con el que compartió tres años de su vida.
El actor era una figura atípica incluso en un mundo tan proclive a la excentricidad como el cine. Nació en una cabaña de troncos en Madrás (Oregón), fue el primer hijo de una pareja de hippies que se habían conocido haciendo autostop. Le llamaron River por Siddhartha, de Herman Hesse. Después llegaron sus cuatro hermanos: Rain, Leaf (ahora Joaquin), Liberty y Summer. Cuando River tenía tres años se unieron a una secta religiosa cristiana llamada Los hijos de Dios y se hicieron misioneros. La abandonaron cuando empezaron a ser conscientes de que tras aquella aparente comunión espiritual sólo había prostitución y abuso de menores. El líder de la secta acabó refugiándose en Tenerife años después.
Para ayudar a la familia River, que siempre había tenido un don para la música, tocaba en la calle con Rain. Cuando la familia volvió a Los Ángeles, su madre empezó a trabajar en la NBC y todos los hermanos empezaron a participar en las producciones infantiles de la cadena. A River le llegó su gran oportunidad con Exploradores (1985) de Joe Dante, que si bien no tuvo el éxito que se esperaba sirvió para descubrir al mundo su talento (y el de Ethan Hawke). Más proyección tuvo Cuenta conmigo (1986). Durante el rodaje perdió la virginidad y empezó a fumar marihuana. En La costa de los mosquitos (1986), de Peter Weir, formó parte de una familia tan poco convencional como la suya y conoció a Harrison Ford, que lo recomendó para ser su versión joven en Indiana Jones y la última cruzada (1989).
Durante el rodaje de La costa de los mosquitos se emamoró de Martha Plimton, con la que también trabajó en el thriller de Sidney Lumet Un lugar en ninguna parte (1988) por la que recibió su primera nominación al Oscar. Aquel año fueron la pareja más deslumbrante de la alfombra roja, un hábitat extraño para él, un hippy que solía ir descalzo y vegano estricto desde que su hermano Joaquin quedó traumatizado tras ver cómo unos pescadores mataban a los peces golpeándolos contra el casco de su barco. También era férreo defensor del medioambiente. River se adelantó a todas las reivindicaciones que hoy forman parte del cliché de la buena celebridad. Y como sucede con todas las estrellas que no quieren serlo, Hollywood estaba ansioso por mercantilizarlo.
Hubo algún intento penoso de transformarlo en un mero ídolo adolescente como Jimmy Reardon (1988), donde debutó un jovencísimo Matthew Perry. Pero Phoenix no estaba interesado en ese tipo de cine: quería riesgo y, sobre todo, quería hacer música, su verdadera pasión. Si a los 10 años tocaba junto a Rain para ganar unos dólares para comer, a los 20 ambos formaban parte de Aleka’s Attic, una banda que para él era más relevante que su carrera en el cine. Cuando su agente encontró el guion de Esa cosa llamada amor (1993), la historia de un taciturno músico country atrapado en un triángulo amoroso, se lo ofreció para que pudiese combinar sus dos pasiones. Durante el rodaje se enamoró de su coprotagonista Samantha Mathis (que en aquel momento salía con el actor John Leguizamo), pero tras la primera semana de rodaje le llamó para romper con él.
Sus adicciones ya eran un secreto a voces y desde la productora se pedían informes diarios de su estado de salud. Además de conocer a su pareja, aquella pequeña película le sirvió para hacer uno de sus últimos grandes amigos. River nunca había oído hablar del director Peter Bogdanovich: no le gustaba la industria, pero sí las películas, y nadie sabía más de películas que Bogdanovich. Tras el rodaje, el director organizó en su casa una proyección de Las uvas de la ira, Phoenix se entusiasmó y pretendía repetirlo periódicamente. Nunca más volvieron a juntarse. Esa cosa llamada amor fue su última película concluida.
Cuando falleció estaba a punto de empezar a rodar Entrevista con el vampiro. Su sustituto, Christian Slater, donó todo su salario a dos de las organizaciones benéficas favoritas de Phoenix: Earth Save y Earth Trust. También tenía proyectos pendientes con Gus Van Sant, entre ellos interpretar a un joven Andy Warhol en una película biográfica. Leonardo DiCaprio se convirtió en su heredero natural y se quedó con dos papeles que River tenía casi cerrados, Diario de un rebelde y Total Eclipse (ambas de 1995). En los mentideros de Hollywood se rumoreaba que cuando James Cameron empezó la producción de Titanic él era el Jack Dawson con el que soñaba.
“Crecí venerando a River Phoenix como el gran actor de mi generación, y todo lo que siempre quise fue tener la oportunidad de estrecharle la mano”, declaró DiCaprio a Esquire durante la promoción de Érase una vez en Hollywood (2019). Se lo encontró una noche en una fiesta y estuvo a punto de saludarle, pero River desapareció de su campo visual. “¿A dónde fue?”, preguntó DiCaprio. Alguien respondió: “A Viper Room”.
Su compañero en Exploradores, Ethan Hawke, también reconoce su enorme influencia vital. “Mi primer compañero de pantalla tuvo una sobredosis en Sunset Boulevard. Era la luz más brillante y esta industria lo masticó, y esa fue una gran lección para mí. Si tuviera que poner una sola razón por la que nunca me mudé a Los Ángeles, sería que creo que es demasiado peligroso para un actor como yo estar en ese tipo de clima”, confesó.
Pero nadie representa su legado mejor que su hermano Joaquin Phoenix. Poco proclive a hablar de su vida personal, sí ha revelado que siempre se ha sentido en deuda con su hermano, porque fue quien le ayudó a redescubrir su amor por el cine después de los primeros rechazos de la industria. El que le obligó a ver una y otra vez Toro salvaje, de Martin Scorsese, y le animó para que no se rindiera. Cuando tuvo su primer hijo con la actriz Rooney Mara lo bautizó como River, su homenaje a un hermano mayor que fue, además, un mentor. El que le dijo: “Un día vas a volver a actuar y serás más conocido que yo”.
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