El misterio de Ken, el muñeco a la sombra de Barbie al que el mundo lleva 50 años intentando sacar del armario
Ha tenido varias profesiones, cuerpos y colores de piel, pero el misterio sobre sus orígenes, su sexualidad y sus atributos sigue vigente ahora que Ryan Gosling le ha dado vida en el cine
¿Una película sobre Barbie a estas alturas? No sobre Klaus Barbie, el criminal de guerra nazi que se refugió en Bolivia, sino sobre la muñeca de Mattel. El artefacto existe, lo distribuye Warner Bros, lo ha dirigido una cineasta sensible y competente (Greta Gerwig) y se estrenará en España el 21 de julio. Es más, las primeras reacciones apuntan a que, pese a su tono de farsa desquiciada y kitsch, tiene su punto.
Margot Robbie se pone en la piel (es un decir) de la eterna adolescente de pómulos frutales. En la de Ken, su amigo, comparsa y ¿amante? encontramos a Ryan Gosling, el hombre al que Steve Carell describió en cierta ocasión como “el novio de América”, la respuesta masculina a Ava Gardner. Por supuesto, Gosling no es un imberbe teenager de Willows, Wisconsin, sino un señor canadiense de muy buen ver que pronto cumplirá 43 años. Esa diferencia de edad ha dado pie a la irrupción del hashtag #NotMyKen (algo así como “este no es mi Ken”), que un pequeño ejército de fans soliviantados utiliza para acusar a Gosling de robarles la infancia y de teñir a su adorado icono de sordidez y decrepitud.
El propio Gosling, en una entrevista con GQ y en sus redes sociales, ha replicado con sorna exquisita a este nuevo reducto de odiadores a tiempo parcial: “Si yo no soy vuestro Ken, no juguéis conmigo. Pero no seáis hipócritas, no pretendáis que Ken os importa, porque la triste verdad es que a nadie le había importado una mierda hasta ahora. Más que un personaje, era un simple accesorio de Barbie. Yo soy el primero que se esfuerza por hacerle justica y que se toma la molestia de contar su historia”. Gosling tiene razón. En el universo Barbie, que se incorporó al nuestro a finales de la década de 1950, Ken ha sido apenas una presencia ausente. Hombre sin atributos, consorte insulso de una reina que apenas dejaba espacio para nadie más en el trono, fue descrito por la revista InStyle como “un triste remedo de Felipe de Edimburgo, sin su encomiable torpeza ni su retranca británica”.
El hombre que perdió su sombra
En realidad, Ken Carson pasó en gran medida desapercibido en sus primeras décadas de existencia, entre su nacimiento, en 1961, y los últimos años del siglo XX. En todo ese tiempo, ejerció de icono de una masculinidad químicamente neutra. Se vendió bien (no tanto, claro, como Barbie, que lleva más de mil millones de ejemplares facturados) pero no generó un relato. Fue el satélite de un planeta mucho más grande, controvertido y fértil.
Ruth Handler, creadora de Mattel junto a su socio Harold Matson, lo concibió como un compañero de vida nacido de la costilla de Barbie. Le puso el nombre de su hijo Kenneth (hermano menor de Barbara, la niña que inspiró a Barbie) y le dio el aspecto de un posadolescente rubio, espigado y atractivo, con un escueto traje de baño de color rojo, sandalias a juego y una toalla sobre los hombros. Sus brazos fueron rígidos hasta la comercialización, ya en 1977, del modelo Superman Ken, pero sus pectorales se fueron ampliando de manera gradual en esa primera etapa hasta darle a medio plazo un cierto aspecto de culturista anabolizado.
Mientras Barbie fue, en sus orígenes, un plagio apenas encubierto de Lilli, muñeca alemana extraída de un cómic erótico (Handler asegura que no se dio cuenta hasta muchos años después de que su fuente de inspiración era, en realidad, una joven prostituta de estética BDSM, ya que ella encontró la muñeca en una feria de juguetes para adultos, pero no vio el cómic en que se basaba), Ken no tuvo más modelos que la propia Barbie. Fue en realidad, su masculinización apresurada y sin apenas matices. Entre 1959 y 1961, Handler vendió reproducciones de su muñeca como rosquillas y poco a poco la fue dotando de un ajuar y de múltiples accesorios. Completada la primera fase de su plan de dominación mundial, se dio cuenta, al ver jugar a su hijo Kenneth con las muñecas de su hermana, que a Barbie le faltaba tal vez un último complemento: un novio. Durante años fue prácticamente el único muñeco masculino con el que se podía jugar en Occidente.
En la biografía oficial de Ken, que se fue elaborando sobre la marcha, a medida que la galaxia Mattel se expandía, se le presentaba como un recio mocetón de Wisconsin aficionado a la pesca y el surf que había coincidido con Barbie en un casting para una campaña publicitaria. Él la había cortejado al viejo estilo, con flores y batidos de fruta compartidos en dinners, y ella había acabado cediendo a sus encantos.
El primer Ken encajó sin estridencias en ese retrato robot de juventud convencional, radiante y ociosa. Su característica más llamativa, al margen de su relación old school con la rutilante Barbie, era un agudo sentido de la moda masculina que le llevaría a abrazar, por ejemplo, el estilo funk de mediados de los setenta. En cierto sentido, todo lo que se esperaba de Ken es que luciese palmito y no estorbase.
Otro Ken es posible
Todo empezó a cambiar en los albores de nuestro milenio. Por entonces, Mattel se embarcó en un esfuerzo para rejuvenecer la constelación Barbie y adaptarla a un mundo, según decían, cada vez más plural y más diverso. Ese rebranding “progresista” creó una cierta controversia, al comercializarse nuevas versiones de Ken que se alejaban de la tradicional y canónica. El Ken Sugar Daddy de 2009, bautizado así en un alarde de insensatez o de sentido del humor pésimamente calibrado, ya hizo correr ríos de tinta. La universidad de Minnesota llegó a decir que sus promotores, en un intento de atraer a un público más adulto y transgresor, habían incurrido en la banalización del comercio sexual (sugar daddy es una expresión usada para definir a un hombre mayor que, a cambio de afectos, atenciones o sexy, es económicamente espléndido). La razón (oficial al menos) del nombre era que ese modelo en particular se vendía acompañado de un perro llamado Sugar.
Pero fueron los Ken asiático, afroamericano, rubio oxigenado, minusválido o miope que empezaron a proliferar en torno a 2015 los que indignaron al reducto de seguidores fundamentalistas, convencido de que Mattel estaba degradando y “prostituyendo” a su propio personaje. En opinión de la redactora de GQ Caity Weaver, lo más desconcertante es que “todos esos Ken, tan distintos entre sí, estaban enamorados de una misma mujer: Barbie”.
Por entonces, además, se trataba de un amor no (del todo) correspondido. De acuerdo con el hilo conductor narrativo que Mattel añadió al universo Barbie, la reina de las muñecas y Ken dejaron de ser pareja en 2004. Russell Arons, vicepresidente de marketing de la compañía, contaba por entonces que habían decidido de común acuerdo “darse un tiempo” y dejar en barbecho su romance, “como ocurre en las mejores familias y entre las parejas más célebres de Hollywood”. La periodista de Cosmopolitan Lane Moore dejó escrito, no sin humor, que Barbie se había acabado hartando, al parecer, de que su muy superior éxito profesional causase al indolente Ken “problemas de inseguridad y baja autoestima”. Eso sí, los integrantes de la power couple recién disuelta se mostraban dispuestos a seguir siendo amigos. Ken, en sus múltiples versiones (rubio o moreno, con o sin gafas, con o sin silla de ruedas), se comprometía a seguir “apoyando” a Barbie.
Mattel perseveró en el intento de darle un giro más osado a sus personajes. Versiones de circulación limitada, como la que diseñó en imagen de la futbolista e icono queer estadounidense Abby Wambach, dieron a entender que la compañía estaba a punto de sacar a Barbie del armario. Sin embargo, en 2011, coincidiendo con una alarmante caída de las ventas de Ken (que, en su condición de simple “amigo”, despertaba menos interés que comparsas femeninas como Teresa, Nikki o Stacie), el rey y la reina de esta monarquía de plástico decidieron darse una nueva oportunidad. Volvieron a salir juntos. En 2017, renovaron sus votos.
Armarios con mucho fondo
Ese retorno a la monogamia heteronormativa no ha impedido, pese a todo, que Mattel diese cierto pábulo en 2021 a la campaña “Barbie tiene novia”. Todo se basó en una serie de imágenes oficiales, difundidas en redes, en que la ambición rubia posaba en compañía de una muñeca inspirada en la bloguera y diseñadora Aimee Song. Ambas lucían una camiseta con el lema gay friendly “Love wins”.
Mattel acabaría aclarando que, más que la salida del armario tantas veces anticipada (y aplazada), aquel era un acto de solidaridad y empatía con sus seguidores sexualmente diversos y con la propia Song. Britney McNamara, de Teen Vogue, considera, en cualquier caso, que “ahora y siempre, Barbie es demasiada mujer para Ken, y tarde o temprano, en cuanto Mattel aparque las últimas reticencias, acabará revelándose como lo que en realidad es, una criatura pansexual y poliamorosa”. McNamara añade que es “muy probable” que este paso acabe decidiendo a Ken a abordar, de una vez por todas, “su propio momento de autoafirmación sexual”.
Porque Ken es gay. Lo vienen afirmando desde hace años Matt Jacobi y Nick Caprio, activistas LGTBI+ y fans acérrimos del muñeco. Jacobi y Caprio reivindican sin descanso la para ellos evidente homosexualidad de Ken y reprochan a sus albaceas que lo mantengan encerrado en la cárcel de la corrección política. Mattel los recibió en 2019 para entablar con ellos una “charla de trabajo” y ver cómo podría encararse esa presentación en sociedad del Ken queer, que no sería la versión canónica del personaje, pero sí una de las variantes oficiales.
Mattel tampoco tendría que esforzarse mucho para introducir este nuevo giro copernicano. Le bastaría con echar un vistazo a la obra de Courtney Charles, artista gráfico neoyorquino obsesionado con el rosa chicle que se embarcó hace años en una completa reelaboración conceptual y estética del personaje. Sus series Sexy Ken y Modern Ken se han expuesto en varias galerías del Soho de Nueva York. En ellas saca a flote al Ken que se intuye bajo la pátina de convencionalidad que Mattel impone a sus creaciones. Impugnación tanto de la masculinidad tóxica como de la empobrecedora lógica del hombre florero, el Ken de Charles ha sido enfermero, astronauta, boxeador, jeque árabe, gimnasta o dj, y lo ha sido siempre desde una estética osada, desprejuiciada, contemporánea y felizmente andrógina. Comparadas con las fértiles transgresiones a las que Charles ha sometido a Ken, cualquier licencia que Gosling y Gerwig se permitan en su película nos va a parecer un juego de niños.
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