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Vuelos con millones de rosas a bordo: ¿de dónde vienen las flores que se venden en España?

Menos del 10% de los casi seis millones de rosas que se vendieron en Cataluña el pasado 23 de abril eran autóctonas. El resto eran, en su mayoría, flores colombianas y ecuatorianas

Un avión sobrevolando un campo de flores.
Un avión sobrevolando un campo de flores.DAVID MALAN (Getty Images)
Miquel Echarri

Las rosas vienen de muy lejos. Saadi, rapsoda de la Persia medieval, las describía como cuerpos celestes caídos a la tierra, copos de nieve galáctica que la sangre de los ruiseñores tiñó de rojo. Pero, por mucho que la poesía les atribuya un origen sideral, hoy sabemos, gracias al registro fósil, que el arbusto espinoso que produce esta peculiar flor brotó por vez primera en las mesetas del centro de Asia hace millones de años. De allí se extendió por casi todo el hemisferio norte y se viene cultivando en lugares como China desde hace 5.000 años.

Sirios, egipcios, babilonios, romanos y griegos rindieron culto a la que la poeta Safo llamó el fruto fragante, la reina de las flores. Su introducción en jardines privados de Occidente, como flor aromática y medicinal, se atribuye a Carlomagno, y fue en Europa donde se generalizó el cruce entre variedades autóctonas y foráneas (la rosa china, la damascena, la lutea de Asia Menor), silvestres y cultivadas, que dio origen a la industria contemporánea de la rosa.

En la actualidad, la rosa cortada que languidece espléndidamente en nuestros jarrones sigue viniendo, por lo general, de muy lejos. Menos del 10% de los cerca de seis millones de rosas que se vendieron en Cataluña el pasado 23 de abril, día de Sant Jordi, eran autóctonas. El resto eran, en su mayoría, flores colombianas y ecuatorianas.

De este par de potencias florales de América Latina proceden las Freedom, la variante de moda, flores de corola grande, con tallos de entre 40 y 80 centímetros, alrededor de 40 pétalos, color brillante y aroma intenso y dulce. Sus únicas competidoras de consideración, una vez relegada la rosa nacional (del Maresme, la Tarragona litoral o Valencia), son las Grand Prix y Red Naomi procedentes de los Países Bajos y las cada vez más frecuentes rosas keniatas y etíopes.

Flores de otro mundo

Aunque se trata de un mercado volátil, que ha experimentado fluctuaciones importantes en los últimos años, las Freedom rojas procedentes de los altiplanos de la zona ecuatorial resultan ahora mismo un producto de exportación imbatible. Bob Sechler, corresponsal en Colombia del Wall Street Journal, describe “el tortuoso proceso” que lleva a una flor colombiana, de la meseta antioqueña, la sabana de Bogotá o el Valle del Cauca, a un jarrón de Estados Unidos o la Europa Comunitaria.

Detalle de rosas en una parada del paseo de Gracia durante el día de Sant Jordi en Barcelona.
Detalle de rosas en una parada del paseo de Gracia durante el día de Sant Jordi en Barcelona.Albert Garcia

La flor crece en suelo húmedo y fértil, siempre a más de 1.800 metros de altura, en las más de 7.000 hectáreas de floriculturas con las que cuenta el país. Una vez cortada, se clasifica en función de la longitud de su tallo y se transporta al cuarto frío, el almacén acondicionado en que se realiza el control de calidad, se forman los ramos y se proporciona a la flor agua y nutrientes antes de embalarla. De ahí, las rosas se disponen en cajas de hasta 30 unidades y empiezan un largo periplo, con frecuencia en compañía de claveles, hortensias, alstroemerias, lirios, pompones y crisantemos. Camiones con cámaras frigoríficas las trasladan del altiplano al Aeropuerto Internacional de El Dorado, en Bogotá, y de ahí viajan a sus destinos finales, en vuelos operados por LAN Cargo Colombia, filial de LATAM Airlines Group, o por compañías estadounidenses y europeas como Iberia, con su servicio IAG Cargo. En grandes ocasiones, como San Valentín, el día de la Madre o, en menor medida, Sant Jordi, las flores llegan a suponer más del 90% de la carga de las aeronaves.

Sechler destaca también que “cada vez son más las flores frescas, empezando por los sufridos claveles, que viajan en barco”, zarpando de los puertos de Cartagena o Santa Marta con rumbo a lugares como Miami. Hablamos de travesías de entre una y tres semanas que, pese a todo, resultan rentables desde el punto de vista económico e idóneas para mantener la cadena de frío. Algo similar ocurre con las rosas producidas en Ecuador, en las más de 80 floricultoras situadas en municipios como Latacunga, Cayambe o Carchi. Desde la serranía andina, los camiones refrigerados las transportan al Aeropuerto Internacional Mariscal Sucre, en Tababela, cerca de Quito, y de allí vuelan a un centenar de países, España entre ellos. La rosa local resiste a muy duras penas el empuje de esta cadena de producción y exportación tan bien engrasada y con costes de producción muy inferiores a los de cualquier alternativa cultivada en Europa, los Estados Unidos o Canadá, productores florales en declive. Pese a que recorren distancias de hasta 10.000 kilómetros para alcanzar su destino, las Freedom de Colombia y Ecuador se venden a precios módicos.

No hay color

Las rosas del Maresme conservaron hasta hace alrededor de 15 años una cuota de mercado cercana al 40%, pero el producto de proximidad, como explicaba en una entrevista reciente Toni Bertran, uno de los dos últimos cultivadores que quedan en la comarca, “ya no tiene nada que hacer contra la rosa foránea”. No es tanto una cuestión de calidad, en opinión del agricultor, como de simple lógica económica.

Contra los cultivos extensivos en países de costes laborales bajos, poco se puede oponer. Los márgenes comerciales se estrechan y la superficie dedicada a este cultivo mengua año tras año: “Yo tenía 2,5 hectáreas hace cuatro años y lo he reducido ya a 1,2″. En 2021 se produjeron para Sant Jordi apenas 100.000 unidades, por las 250.000 de 2018. Ni siquiera las restricciones a la importación que trajo la pandemia han dado algo de aire al par de floricultores locales, el propio Bertran, en el municipio de Teià, y Flores Pones, en Santa Susanna: “En el futuro, también nosotros acabaremos dedicando esa superficie a otro cultivo”, reconocía el último de Filipinas de la rosa autóctona.

Más allá de la rosa, uno de los principales nichos en que Colombia y Ecuador han conseguido emerger como grandes potencias exportadoras a nivel mundial, el mercado de la flor fresca sigue teniendo un líder indiscutible, por mucho que se haya atenuado su hegemonía en los últimos años. Hablamos, por supuesto, de los Países Bajos, que vienen dominando el cotarro desde que empezaron a hacer alquimia floral con la rosa damascena allá por el siglo XVI, por no hablar de sus celebérrimos tulipanes.

Flores globales

Según datos de The Observatory of Economic Complexity (OEC), el país del Benelux exporta flores cortadas por un valor de 5.170 millones anuales de dólares anuales, lo que supone un 49,2% de las exportaciones mundiales. El par de potencias emergentes, Colombia y Ecuador, se conforman de momento con cuotas de un 16,5% y un 8,9% respetivamente, 1.730 millones de dólares para los colombianos y 937 para los ecuatorianos. Sus rivales africanos se asoman al podio con incrementos muy sustanciales en los últimos años: Kenia alcanza los 766 millones y Etiopía los 235.

Puestos a identificar otros países con una capacidad exportadora reseñable, habría que citar China, Malasia, Israel, Turquía y Vietnam, todos con cuotas cercanas al 1%. Israel (incluida la Franja de Gaza, siempre que los campesinos palestinos no se ven obligados a utilizarlos como alimentos para sus ovejas) exporta unos muy cotizados claveles. Turquía, exóticas rosas muy valoradas por los floristas neerlandeses. Vietnam, lirios, crisantemos, orquídeas y una variedad de rosa que hace furor en Japón. China, aunque orienta el grueso de su enorme producción al mercado local y está empezando a importar rosas, crisantemos, claveles y orquídeas de lugares como Colombia, vende también al mejor postor sus gerberas o lirios (además de sus flores artificiales, pero ese es otro tema). Malasia es una potencia menor en venta de orquídeas, con alguna que otra variedad excepcional que alcanza precios fuera de órbita.

España, según datos de Statista, vende flores cortadas en el mercado internacional por un valor de poco más de 70 millones anuales, menos que Canadá, pero más que Alemania. ¿Qué exportamos? Claveles, nuestra flor con mayor proyección, por un volumen de 13,6 millones anuales. Y, sí, también una parte de las rosas que cultivamos y que no dejan de perder pie en el mercado interno. ¿Quién nos las compra? Sobre todo, nuestros socios comunitarios: por este orden, franceses, neerlandeses y alemanes. Las exportaciones más allá de la Unión Europea suponen menos del 10% del total. Es decir, que es muy improbable que una flor española viaje a otro continente.

Entre los principales importadores, la parte del león se la lleva Estados Unidos, destino del 20,3% de las flores que se venden en el mundo. Por detrás, la República Federal Alemana (15,5%), Reino Unido (9,57%) y unos Países Bajos (9,54%) cuya voracidad floral los convierte en puerto franco de ida y vuelta. España consume alrededor del 1,03% de las flores que se exportan, más que la República de Irlanda, Rumanía, Finlandia o Noruega, pero mucho menos que Japón, Italia, Dinamarca, Polonia o la República Checa.

En términos globales, el de la flor que viaja de un país a otro es un mercado en crecimiento, más de un 24% entre 2020 y 2021. La flor cortada es ahora mismo el número 344 de los productos más exportados del mundo. Aún supone un modesto 0,0005% del comercio mundial. Pero sigue creciendo.

Las fuera de serie de la constelación floral

Mención aparte merece el también muy en auge mercado de flores raras. Hablamos de productos de lujo como la afamada orquídea Oro que se produce en el Parque Nacional de Kinabalu, en Malasia, una pieza de orfebrería floral que florece entre abril y mayo y poder llegar a tardar 15 años en florecer. Los ejemplares de esta rareza botánica se subastan y superan muy a menudo los 5.000 euros.

De la Shenzen Nongke, orquídea mutante creada por el ser humano, se han llegado a vender piezas de coleccionista a cantidades de seis cifras (200.000 dólares en subasta celebrada en 2005 en Estados Unidos). La Juliet Rose, obra maestra del afamado horticultor Davis Austin, se considera la rosa más perfecta del mundo y tiene un valor estimado de 13,5 millones de dólares, 135.000 por cada uno de sus 100 exquisitos pétalos. La flor de azafrán, la gloriosa asiática o sudafricana, el lirio del valle y determinadas variedades de gardenias o hortensias pueden costar también auténticas fortunas. Y la flor de Kadupul, originaria de Sri Lanka, resulta tan rara y frágil que ni siquiera se vende, a no ser que se trate de algunos de los contados ejemplares que están empezando a cultivarse en los últimos años en Centroamérica.

Comparados con esta nueva aristocracia floral, los tulipanes neerlandeses, responsables de la creación de una burbuja especulativa que arruinó en el siglo XVII a centenares de familias europeas, resultan hoy en día un objeto de consumo trivial, aunque algunos ejemplares muy concretos se sigan subastando por varios miles de euros. Así que ya lo saben, la respuesta correcta cuando alguien les pregunte de dónde vienen las flores es: “Cada vez de más lejos”

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Sobre la firma

Miquel Echarri
Periodista especializado en cultura, ocio y tendencias. Empezó a colaborar con EL PAÍS en 2004. Ha sido director de las revistas Primera Línea, Cinevisión y PC Juegos y jugadores y coordinador de la edición española de PORT Magazine. También es profesor de Historia del cine y análisis fílmico.

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