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El presidente Biden reconoce públicamente a su séptima nieta, fruto de una antigua relación de su hijo Hunter

Hasta ahora, el demócrata solo se refería a sus otros seis nietos, pero las críticas por su silencio, y el acuerdo de su primogénito con la madre de la niña, de cuatro años, le han empujado a aceptar su existencia

Hunter Biden
Hunter Biden, hijo del presidente Joe Biden, sale el 26 de julio de 2023 del tribunal federal de Wilmington, en Delaware.JONATHAN ERNST (REUTERS)
María Antonia Sánchez-Vallejo

El presidente Joe Biden siempre ha defendido públicamente a Hunter, su polémico hijo mayor. Aunque esta semana declinó pronunciarse sobre su revés judicial ―el fracaso de un acuerdo con la fiscalía para evitar la cárcel por posesión de armas a cambio de asumir delitos menores―, de alguna manera lo hizo, oblicuamente, el viernes, al reconocer mediante un comunicado a su séptima nieta, nacida en 2019 y a la que Hunter se ha resistido también a aceptar.

Para algunos se trata de una maniobra de distracción del mandatario de los problemas judiciales de Hunter, un abogado de 54 años, pero según el comunicado las intenciones del presidente son serias y ha dicho a su hijo que quiere conocer a la niña. Hunter no lo ha hecho aún y se ha negado a darle el apellido paterno, a lo que la madre ha acabado cediendo. La toxicidad política ha rodeado el caso, con los medios más conservadores, como Fox News o Breitbart, haciendo sangre de sus protagonistas.

Lunden Roberts y Hunter llegaron hace un mes a un acuerdo sobre la manutención de la pequeña, Navy Joan Roberts, de cuatro años, en un tribunal de Arkansas. Un amplio reportaje de The New York Times el pasado 1 de julio y una tribuna del diario inusualmente dura con el demócrata (con un título como recordatorio: Son siete los nietos, señor presidente) han podido empujarle a dar un paso al frente para frenar el aluvión de críticas por no mencionar nunca a la niña, y sí a menudo a sus otros seis nietos. Biden, según fuentes de la Casa Blanca, aguardaba a que se solventase la disputa para no interferir en el proceso.

Hunter Biden negó ser el padre hasta que tuvo que rendirse a la evidencia de una prueba de ADN, tras lo cual el mes pasado llegó a un acuerdo con la madre para reducir el pago inicial de 20.000 dólares (18.000 euros) al mes en concepto de manutención y a cambio regalar alguno de sus cuadros a su hija. Sus pinturas, un intento de enderezar su vida después de una década larga dando tumbos, se cotizan muy bien, a una media de 500.000 dólares, lo que también ha suscitado dudas sobre la calidad artística de un debutante.

Al romper su largo silencio sobre el asunto, el presidente calificó la situación de “asunto familiar”, en un intento de neutralizar la instrumentalización política, bajo la que también han caído los problemas legales de Biden júnior. “Nuestro hijo Hunter y la madre de Navy, Lunden, están trabajando juntos para fomentar la mejor relación posible para su hija, preservando su privacidad tanto como sea posible en el futuro”, ha dicho Biden en el comunicado, emitido poco antes de emprender sus vacaciones en Delaware. “Este no es un problema político, es un asunto familiar (…) Jill y yo solo queremos lo mejor para todos nuestros nietos, incluida Navy”.

La disputa de paternidad y el pacto con la fiscalía mediante el que Hunter se declaraba culpable de evadir impuestos a cambio de evitar la cárcel por el otro cargo, más grave, se han vuelto como un bumerán contra el presidente. Un asunto políticamente delicado, en vísperas de una campaña presidencial en la que el demócrata se juega el todo por el todo entre dudas sobre su edad (80 años) y su capacidad para desempeñar la presidencia.

Lunden Roberts, hija de un armero de Arkansas, dio a luz a una niña en 2019 y afirmó que Hunter era el padre. La prueba de ADN le puso contra las cuerdas y en 2020 acordó pagar la citada cantidad mensual, ahora rebajada. Los cuadros que dará a su hija podrán ser vendidos o conservados como patrimonio, dada su creciente reputación como artista. A cambio, Roberts renuncia a su intento de ponerle el apellido del padre a su hija. Hasta el pasado abril, al menos, Hunter Biden “nunca había visto ni contactado” con la niña, como tampoco el presidente y la primera dama.

“Miles de familias se han enfrentado a circunstancias similares, resolviendo las cosas en privado, lejos de los focos. En el centro está una niña de cuatro años y todos quieren lo mejor para ella, incluidos los cuatro abuelos”, declararon fuentes cercanas a la familia Biden a medios locales.

Hunter Biden es la oveja negra de la familia, protagonista de varias causas judiciales y otros tantos embrollos empresariales ―su papel como consejero en la gasista ucraniana Burisma, entre otros―, así como de escándalos como la posesión de imágenes de contenido sexual, que aparecieron en el disco duro de un ordenador que olvidó en una tienda de reparaciones de Delaware (una copia del disco llegó a manos de la campaña de Donald Trump un mes antes de las elecciones de 2020). También ha tenido líos sentimentales de alto voltaje. Tras la muerte en 2015 de su hermano Beau, el primogénito y favorito del presidente, por un tumor cerebral ―el drama que según contó en sus memorias le precipitó a las drogas y el alcohol―, dejó a su esposa y empezó a salir con su cuñada, pero la relación no resistió el escrutinio público ni familiar.

Aunque el presidente ha guardado silencio sobre el revés judicial de su hijo, salió en apoyo de Hunter Biden la semana pasada desde París, donde se hallaba en visita oficial, Jill Biden, que los crio a él y a Beau. La madre de ambos, y primera esposa de Joe Biden, murió en un accidente de tráfico con otra hija del matrimonio, mientras Hunter lograba sobrevivir.

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