Un marido ideal
Menos ideales, pero igual de necesarios, resultan los candidatos presidenciales. Aparecen puntualmente en televisión y en radio con sus brillantes armaduras de caballeros salvadores y luciendo sus emblemas
Tengo un marido que, sin ser perfecto, es ideal. De esos a los que les gusta cuidar y mandar. Y se divierte con las escaramuzas necesarias para conseguirlo. Es gallego, sabe hacer casi de todo, para mí eso supone una cualidad inexplicable porque él no siempre se explica. Aunque él confía en la telequinesia como forma fiable de comunicación interpersonal, asumo que los hechos, los resultados, normalmente le avalan. Es cierto que su sentido, poco práctico, de la independencia le hace saltarse algunas convenciones, algo que para mi sorpresa nos ha salvado de estupideces y trampas invisibles. Mis mejores amigos lo aman y lo defienden. Es por tantas cosas, y como diría Oscar Wilde, un marido ideal.
Hoy puedo escribir que un marido ideal se hace. Y es siempre cosa de tres. Y el tiempo es ese gran aliado que acompaña puntual a la creación de esa idealidad.
Menos ideales, pero igual de necesarios, resultan los candidatos presidenciales. Aparecen puntualmente en televisión y en radio con sus brillantes armaduras de caballeros salvadores y luciendo sus emblemas. Lancelots ante Ginebras que cambian de nombre y de género. Unas veces se llaman Ana Rosa o Carlos y otras Pablo, que ante los candidatos se deshacen en sonrisas perfiladas y chistes meditados sin revelar costuras. Es otra exhibición de poder en nuestra joven y madura democracia. Todos buscan, anhelan, defienden el poder. Y todos, las Ginebras y los Lancelots, preparan el terreno para el gran torneo del próximo lunes. Mientras tanto, como preámbulo, la Ginebra de esta semana, Ana Rosa Quintana, ha recibido en su palacio a los dos candidatos principales, Alberto Núñez Feijóo y Pedro Sánchez, algo que, sin querer, nos hizo recordar un poco First Dates sin Carlos Sobera.
Aunque ya no esté muy de moda comentar el atuendo de las señoras, al tratarse de una reina de la televisión diurna, percibimos en el look de Ana Rosa para recibir a los candidatos otro debate. Otra lanza. Para ambos encuentros, la presentadora anunció que escogería el blanco para que ningún color marcara la entrevista o la presentara sesgada. El vestido blanco asimétrico con el que recibió a Feijóo era corto y casi seductor, ligeramente ajustado y dejaba ver un delicioso hombro al aire. Los zapatos, con un guiño, quizás involuntario, a Joan Crawford, la primera actriz en ejercer roles de mujer empoderada, enmarcaban las uñas dulces perfectamente esmaltadas de Quintana, que mantuvo sus piernas cruzadas y asimétricas en actitud de reina matinal relajada y segura.
Feijóo no la decepcionó mucho. Llegó vestido muy formal con corbata y traje oscuro. Como alguien que viene a la ciudad para una reunión seria en un ministerio. Se mantuvo con ella en ese centro ideal en los que ambos prefieren retratarse. Lo despidió diciéndole: “Muchas gracias presidente, por estar aquí”. Pero cuando, al día siguiente, llegó el turno al todavía presidente del Gobierno, sin corbata y camisa rosa, Ana Rosa sorprendió con un vestido más holgado, más matinal, con sensación de usarse para recibir en el porche de una casa de verano, no lejos de Sotogrande. Y con un peinado que ofrecía un tono más despreocupado, por no decir más progre, y con el nombre de Irene Montero siempre en los labios en tono de reproche. De alguna forma lo que ocurrió, otra cosa interesante de estas visitas electorales y que han devuelto atractivo a la televisión, es que el aspirante acudió vestido de presidente y el presidente fue vestido de candidato.
Poco más hay que agregar o sumar, entendimos que con Feijóo, Ana Rosa se sintió más cocktail, más embajadora y que con Sánchez resultó, casi celosa de Irene, una votante acomodada pero preocupada. Por eso es mejor seguir esta tournée televisiva como el mejor entretenimiento y entrenamiento previos al debate, en el que se enfrentarán cara a cara para convencernos de cuál es el candidato ideal.
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